De la incredulidad a la poesía

Precisamente como la palabra poética”, Pier Paolo Passolini (1922-1975); de su columna sobre fútbol publicada en ‘Il Giorno’ el 3 de enero de 1971.
Son tiempos difíciles, en el mundo, en Argentina y en Rafaela. Es una afirmación que, de tan absoluta, carece de sentido repetirla. Pero mientras en otros lados da la sensación que se alinean para mejorar la realidad, por estas tierras sólo nos ocupamos de hacerlos aún más duros. Pero debo hacer una corrección, quienes se empecinan en hacer esta realidad más dramática son los dirigentes, políticos en funciones o no, y los dogmáticos que los respaldan sin activar una sola neurona, gente que antepone permanentemente sus apetencias por sobre el bien del país y de la gente honesta. La grieta más grave no es la que divide dos formas de pensamientos políticos, sino la que separa a los que buscan el bien general y a aquellos que describí antes. Y la balanza, lamentablemente, parece inclinarse hacia el lado de los indecentes. Lo cierto es que en el peor momento, en medio de una tragedia humanitaria, con escalada de contagios en buena parte del país, debimos a escuchar a un presidente que en lugar de contenernos y marcarnos el camino que idearon para la salida, se dedicó a atacar a la oposición y a menospreciar a todos, fundamentalmente a los integrantes de la comunidad sanitaria. Decir que estamos incrédulos es poco.
El fútbol suele ser para los argentinos una suerte de sesión de sicología que nos permite un escape de nuestro agobio, algo de lo que muchas veces se valen los miserable para sacar ventajas denigrando al juego más pasional. Pero lo cierto es que la llegada del fin de semana y la posibilidad de ver a nuestro equipo del alma en una cancha, aún con tribunas vacías, siempre dibuja una sonrisa. En eso estaba, imaginando una victoria de Atlético que dejara atrás cuatro empates cero a cero, para disfrutar el resto del domingo sin mirar otra cosa que los resúmenes deportivos. Pero en el análisis previo Diego Oviedo comenzó a destruir mi confianza cuando relató la pelea entre Juan Cruz Esquivel, el mismo que hace una semana le pedí a Otta que no sacara nunca del equipo, su representante y la dirigencia del club, lo que obligó al entrenador a confinarlo al banco de suplentes. ¡Zas!, otra grieta. Más allá de los intereses de cada uno, ¿el jugador o su representante pensaron alguna vez en el club y en la gente? ¿No sería este el momento ideal para que devuelva jugando la confianza que le dieron al contratarlo? Si quienes lo manejan piensan que es el sucesor de Messi o que esta es su última posibilidad de “comercializarlo”, le están haciendo un flaco favor. Lo que deben recomendarle es que la rompa en la cancha, porque está en condiciones de hacerlo, y entonces buscar el futuro mejor que seguramente se ganará.
Ese primer tiempo que imaginaba con Esquivel como bandera y Atlético jugando bien y buscando la victoria fue un fiasco, y rápidamente pasé de la incredulidad, otra más, al desencanto. Pero como ha ocurrido en encuentros anteriores, el “champú” de Otta en el vestuario le cambió la cabeza a todos y Almagro, que disfrutaba tranquilamente de la victoria parcial, no pudo reponerse al golpe que significó que alguien le cambie el rival. Porque el Atlético del segundo tiempo fue el que imaginaba en el comienzo. Un conjunto fresco, imaginativo, con buen despliegue pero fundamentalmente con juego. Y con gol. Esa maravilla.
El partido se cerró con goleada tras cuarenta y cinco minutos de primerísimo nivel que no fueron perfectos solo porque el tercer tanto, el más hermoso, no fue de un delantero nuestro sino de un defensor de ellos en contra. Pero más allá de la victoria que significan tres puntos que reacomodan al equipo en la tabla y devuelve la confianza, hubo señales muy tranquilizadoras. Como ese festejo grupal y desenfrenado de todos los jugadores tras el segundo tanto que dejaba en claro la angustia que los aprisionaba. El abrazo entre Otta y Esquivel, luego del gol de este que selló el marcador, lo que puede significar que una grieta se ha cerrado. Y el ver en cancha a ocho jugadores formados en el club, lo que recuerda cómo se inició el camino del equipo que, con Trullet como entrenador, nos llevó a Primera. Puede parecer una locura pensarlo, pero lo primero que hay que hacer para que un sueño sea realidad es, justamente, soñarlo. Y dar el primer paso.