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El campeón de la vida

Apodado “Il Ginettaccio”, fue un ciclista muy popular y un tremendo campeón. Ganó dos Tours de Francia y tres Giro de Italia. Pero fundamentalmente, fue un héroe de la Resistencia que ayudó a salvar, a través de una red secreta organizada por la Iglesia católica, a más de 800 judíos condenados a la cámara de gas.

Deportes 19/04/2021 Redacción Redacción
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Por Oscar Martínez. El hombre de las pocas palabras y los ojos celestes pedalea 400 kilómetros diarios. Sale de Asís, llega a Florencia y regresa a casa antes del anochecer. Se entrena con una constancia conmovedora, y todo el mundo sabe que lo mueve la pasión por la bicicleta y el deseo de volver a ganar el Giro de Italia, como lo hiciera en 1936 y en 1937. Lo que nadie imagina es que en cada viaje, escondidos en el manubrio y en el asiento de su Legnano, el hombre lleva fotos y documentos que salvarán la vida de unos 800 judíos en riesgo a partir de la ocupación alemana de Italia. La historia de Gino Bartali es la epopeya de un campeón, de un ídolo del ciclismo y el deporte italianos, pero es también la increíble hazaña de un hombre común, cristiano fervoroso y ajeno a todo heroísmo, que hizo lo que sintió que tenía que hacer.
La suerte no le sonrió siempre a Ivo Faltoni, un tipo bajito, con manos de agricultor y espalda de atleta que a los 80 años, embolia y oxígeno mediante, tose su vida entera y la expulsa como una ametralladora en la estación de Terontola, un pueblo entre la Toscana y Umbria. Justo allí, en el viejo bar ferroviario donde por la tarde se detiene el tren de Roma, conoció hace 74 años al hombre que le cambió la vida. “Siempre sucedía lo mismo”, le contó al diario Marca palpándose el audífono, “el convoy procedente de Perugia se acercaba a la estación, y el hombre aparecía con su bicicleta, la apoyaba cuidadosamente en la pared y se abría paso entre una legión de admiradores, muchos con indumentaria fascista. Pedía un bocadillo, firmaba autógrafos, repartía abrazos, generaba confusión con los pasajeros que subían y bajaban del tren y hasta la próxima. “Pasado mañana vuelvo”, les decía. Faltoni nunca entendió qué demonios hacía en aquel rincón de Italia Gino Bartali, una leyenda que ya había ganado dos Giros y un Tour de Francia. “Al marcharse, siempre avisaba de cuándo volvería. Como si fuera una cortesía con los fans. Pero en realidad fijaba la siguiente cita para pasar los documentos falsos y salvar vidas. Lo supe más tarde”. A los 16 años Faltoni se convirtió en su mecánico y confidente en carrera. Y prometió que nunca diría nada. Hasta que Gino murió, el 5 de mayo de 2000.
Gino Bartali nació en Ponte a Ema, un pequeño pueblo al sur de Florencia, el 18 de julio de 1914. Hijo de Torello, obrero, y de Giulia, trabajadora rural, se enamoró del ciclismo como tantos otros jóvenes del interior de Italia. Esa actividad que movía multitudes al paso de los competidores por cada pueblo, la única que unía a todo el país sin tener que pagar entrada a la vez que ponía a Italia a la altura de los mejores. Gino se convirtió en un corredor ganador y famoso mientras agigantaba su sueño de representar a Florencia junto con Giulio, su hermano dos años menor. Pero la historia, lo puso a prueba apenas ganó su primer Giro de Italia en 1936. Pocos días después, su hermano murió atropellado mientras miraba una carrera. La primera reacción fue de odio hacia la bicicleta, pero su novia de entonces, luego su compañera de toda la vida, lo convenció para que regrese como homenaje a Giulio. Entonces Gino volvió a correr abrazado a la religión. Ganó el segundo Giro al año siguiente, algo que repetiría en 1946, y se hizo laico en la Tercera Orden Carmelita. En ese tiempo era la figura mundial del ciclismo, pero la II Guerra Mundial le dejó sin los años en los que se podría haber labrado un palmarés espectacular, cuando Fausto Coppi aún era un joven meritorio que corría a su lado.
En 1938 ganó su primer Tour de France, el segundo lo consiguió justo una década más tarde, pero en la premiación, en lugar de hacer el saludo fascista como esperaba Mussolini, se persignó. Entonces fue obligado a volver en tren desde París y fue recibido sin honores por orden del Duce.
“La primera vez que oí hablar de esta historia fue a mediados de los 80. La RAI pasó una película que se llamaba The Assisi Underground, en la que se contaba la actividad de las monjas de clausura que ayudaron a judíos a escapar de los nazis. Aparecía el personaje de un ciclista que frecuentaba el monasterio de San Damiano, cerca de Asís, llamado Bartali. Ahí empecé a descubrirlo todo. El abuelo se enojó bastante cuando vio esa película. Nunca había hablado de ésto. Mi papá lo sabía, pero tenía prohibido mencionarlo por pedido de Gino. Hasta esa película, era sólo mi abuelo. Ni campeón de ciclismo ni mucho menos héroe”, contó al diario Clarín, Gioia Bartali, la nieta de Gino.
Mussolini dejó el poder en julio de 1943. En septiembre, el nuevo gobierno pactó con los aliados. Y Alemania invadió el norte del país, incluyendo la Toscana. El futuro era sombrío. El cardenal Elia Dalla Costa, amigo de la familia, confesor y guía espiritual, pensó que el prestigio de Gino podría ser valioso para lo que se traía entre manos. El prelado había organizado una red clandestina, formada por laicos, monjas de clausura, frailes franciscanos y monjes oblatos, que ayudaba a escapar a centenares de judíos amenazados por las leyes raciales y las deportaciones que habían empezado. El plan tenía el apoyo del Vaticano y del propio papa Pío XII. Pero faltaba un correo que transportase documentos, fotografías y dinero de un punto a otro sin levantar sospechas. Bartali aceptó, pese al enorme riesgo que ello significaba. Pedaleó, se entrenó y traficó documentos. Era requisado decenas de veces, e invariablemente pedía que dejen a un lado la bicicleta de carrera para que no se descalibre. Y lo logró. Finalmente, los soldados se habían acostumbrado a verlo pasar de un lado a otro en su bicicleta, subiendo y bajando montañas, cambiando continuamente de ruta. En los conventos y monasterios, la red se dedicaba a elaborar los pasaportes destinados a salvar la vida de cientos de judíos, que Gino llevaba luego ocultos en los tubos de su bicicleta. Era el correo perfecto.
La historia, oculta o minimizada por años, vio la luz cuando el judío toscano Giorgio Goldenberg reveló en 2010 otro hecho desconocido. Su familia había sobrevivido al nazismo ocultada por Gino en el sótano de una casa vecina. Ese hecho hizo que el instituto Yad Vashem, dedicado a perpetuar la memoria de las víctimas del Holocausto, lo nombre “Justo entre las Naciones”, título honorífico que se concede a todo aquel que haya salvado vidas durante aquella tragedia. Un título que ostenta, por ejemplo, Oskar Schindler, el de la lista y la película.
Pero tras aquellos años, angustiado por la realidad y la tensión, Bartali tuvo que afrontar otro desafío. El 14 de julio de 1948, en pleno Tour de Francia, recibió una llamada. Un estudiante de Derecho le había disparado al jefe del partido comunista, Palmiro Togliatti. Italia vivía todavía en un clima de pobreza y agitación de posguerra que avivaban el riesgo de una contienda civil. Bartali escuchó al otro lado del teléfono nada menos que la voz del primer ministro, Alcide de Gasperi, quien estaba convencido de que una victoria deportiva suya despertaría el sentimiento de unión nacional y serenaría los ánimos. Pero sólo quedaba una semana y el primer clasificado, Louison Bobet, le llevaba 21 minutos de ventaja. Bajo un temporal de agua y viento, el mismo clima que dominaba durante sus viajes secretos a Asís, atravesó primero la meta, recuperó la diferencia, ganó las dos siguientes etapas en los Alpes y entró en los Campos Elíseos con la histórica ventaja de 26 minutos. Todos los informativos en Italia abrieron con la gesta deportiva, dejando para luego la realidad social. La leyenda señala que Bartali evitó una guerra civil.
“Yo tendría cinco o seis años, y pintaba un dibujo en la sala. Mi abuelo, que no era muy demostrativo, se sentó junto a mí, puso su mano sobre la mía, me guió y me dijo: “Debes estar atenta a no superar los márgenes. En la vida siempre hay que respetar los límites”. Siempre recuerdo esa tarde. Cuenta el periodista Sergio Danishewsky que a Gioia se le empañaron sus ojos celestes cuando hablaba de Gino. Si su abuelo, el héroe campeón, sabía dónde estaban los límites, felizmente dedicó su vida a desafiarlos.

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