El desahogo de una generación

Sebastian Pintos – A veces es muy difícil poder materializar con palabras, ideas o conceptos algo que le pertenece puntualmente al panorama sensorial, algo que lo podemos sentir, que lo tenemos a flor de piel, pero que no podemos describir, es algo que sobrepasa nuestra capacidad de relatar con palabras lo que le pertenece a los sentimientos, menos cuando esas explosiones de emociones pertenecen a toda una sociedad que se funde en un solo desahogo y créanme cuando les digo que acá no sólo fue el festejo de una Copa América, pero eso será debate de otras páginas. El sábado por la noche la Selección Argentina de Fútbol se quitó una mochila que cargaba con 28 años de sequía, una mochila que cargaba también con varias finales sin conseguir un título y sobre todo el observar cómo toda una generación de exitosos jugadores debieron vestir esta hermosa camiseta sin la posibilidad de poder dar ese salto que no muchos pueden, pero ayer, la Argentina de Messi, la Argentina de Di María, Agüero, Otamendi, junto con toda la nueva generación de enormes jugadores que pudieron dar ese salto y la selección pudo sacarse una espina que no pinchaba, sino que ya dolía y molestaba.
Argentina ganaba 1-0 gracias a un hermoso gol de Di María que enmudeció a todo Brasil, a partir de ese momento todo fue “resistir y aguantar”. Era la hora 22 en todo el territorio argentino y tan solo 45 minutos nos separaban de ese tan ansiado desahogo, en las calles sólo los repartidores de comida se observaban a cuenta gotas, particularidad en uno de esos tantos encuentros que se volvió viral cuando un grupo de jóvenes invitó a un delivery a ver el partido que se desarrollaba ni más ni menos que en el Maracaná. Sinceramente nadie quería perderse un segundo de ese encuentro. En todos los hogares la ansiedad tomó una silla y se arrinconó para no salir más, por lo menos durante todo lo que restaba del encuentro.
En algún momento, seguramente después de las enormes atajadas de “Dibu” Martínez, alguien se habrá animado a tirar un “ya está”, pero el cronómetro así no lo confirmaba. Hasta que llegó ese momento donde todos esos sentimientos salieron e inundaron todo un país con festejos y las primeras bombas de estruendo empezaban a hacerse sentir cuando se abrían camino ante una noche que hasta ese momento había sido calma.

El resto fue historia y perdurará en la memoria de todo un pueblo, que en medio de una pandemia con lo que esto significa, con las imposibilidades de los encuentros, reuniones, donde mucho fue el padecimiento en todos los aspectos de la vida en todo este tiempo de Covid, pero que todo quedó al margen en una tierra tan futbolera como es la Argentina. Imposible contener toda esa expresión, toda esa necesidad de celebrar algo común y que no sólo incumbe a unos u otros, sino que nos pertenece a todos. Así fue como las calles de la ciudad de Rafaela a eso de la hora 23 comenzaron a verse desbordadas de la cantidad de personas que caminando, en moto, bici, en su auto o camioneta salían a festejar con banderas, la cara pintada, sombreros, gorros, los bocinazos no cesaban un minuto y se unían a los cánticos que venía desde el interior de los vehículos o aquellas personas que transitaban por las veredas de la ciudad.
Un operativo policial ya estaba montado alrededor del centro de la ciudad para impedir que los autos ingresaran a la plaza o sobre todo en Av. Santa Fe, donde se concentraron los festejos. Miles de transeúntes caminaban cantando, gritando y agitando las manos o una bandera, a algunos se los vio con un cuadro de Messi, como venerando a cualquier santo o dios de la existencia, lo cierto es que así se lo veía al ídolo argentino en una noche mágica y que perdurará en la memoria, como aquel retrato que se vio en redes sociales, nuestro ícono futbolístico y detrás un abrazo que representa el sentimiento de unidad y emoción de todo un pueblo. Como dije anteriormente, acá no sólo era un festejo de una Copa América, sino la expresión de una sociedad acostumbrada a lo colectivo, a lo popular a lo masivo.
Fue una noche donde muchos se acercaron al centro, tímidos de lo que pudiese pasar, reticentes en este tipo de encuentros sobre todo en un contexto tan particular, pero que a medida que se acercaba al lugar, las inhibiciones parecían irse del cuerpo y lo único que salía en ese momento era cantar, agitar los brazos, dar un grito o simple un gracias al cielo, que era testigo de una jornada sin igual, llena de irresponsabilidades, pero que de una u otra manera sabíamos que así iba a terminar siendo, imposible contener una expresión de masas como se vio en la noche del sábado que incluyó un desahogo de lo cotidiano del Covid-19.