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La leyenda del Golfo Pérsico

Es el hijo de un jardinero de Teherán. Aprendió a jugar tenis con una sartén. Escapó de Irán y llegó a dormir como ilegal en las calles de Paris. Nunca ganó un torneo oficial pero su carisma y sus golpes inverosímiles lo convirtieron en la estrella del tour de veteranos.

21 de diciembre de 2020Redacción webRedacción web
Mansour Bahrami

Por Oscar Martínez. "El 31 de diciembre de 1981, a las 11.57, la vi a Fredérique arriba de un auto. Champs Elysées estaba desbordado. Le toqué el vidrio y le pregunté: "¿Es verdad que en Francia el año nuevo se celebra con besos y abrazos?". Respondió que sí con una sonrisa. "Pues yo quiero darte un beso", le dije muy serio. Nos casamos dos años más tarde y tenemos dos hijos, Sam y Antoine", le cuenta Mansour al diario L'Équipe y suena como una metáfora de su vida. Desparpajo, atrevimiento, simpatía y final feliz.

Antes de 1980, el tenis era un deporte muy popular en Irán, en especial porque el Sha Mohamad Reza Pahlavi lo jugaba con asiduidad. Incluso en 1952 disputó un partido de dobles en el River Tennis Club de Nueva York junto a Sidney Wood, campeón de Wimbledon en 1931. Sin embargo, el país no contaba con buenos jugadores.
Mansour Bahrami nació el 26 de abril de 1956 en Arak, al sur de Irán, pero la familia se mudó a Teheran ya que su padre consiguió trabajo como jardinero del Imperial Country Club, un club muy elitista. A cambio de propinas, Mansour fue aceptado como recogepelotas, pero tenía absolutamente prohibida cualquier actividad fuera de su trabajo. Poco tiempo después pasó a ser canchero. Se moría de ganas por jugar y por eso, a escondidas, practicaba en el frontón los golpes con una vieja sartén. Pero también lo hacía con escobillones o ramas. Un día alguien le dio una raqueta y todos quedaron asombrados con sus golpes. Un entrenador del club convenció a los dirigentes para que le aceptaran en el equipo juvenil. Y se convirtió en una promesa.

En 1971, con el apoyo económico del Sha, el club creó la Aryamehr Tennis Cup. El torneo cuenta con un cuadro de honor en el que figuran Raúl Ramírez (1973), Guillermo Vilas (1974 y 1977), Eddie Dibbs (1975) y Manuel Orantes (1976). También participaron otros campeones de Grand Slam como Rod Laver o John Newcombe. Allí, con 16 años, Mansour debutó en la edición de 1973 perdiendo en primera ronda.

En 1975, viajó por primera vez a Europa, convocado para formar parte del equipo de Copa Davis que se enfrentó a Gran Bretaña en el Queens de Londres. Luego disputó las eliminatorias en Dublín, Argel, Varsovia y Ankara. En 1978, como número uno del equipo, viajó a Ginebra para enfrentarse a Suiza y jugó su mejor tenis. Le ofrecieron un contrato en Ginebra, pero lo rechazó sin imaginar lo que vendría. "Es que todo iba bien para mí. El pasaporte iraní me permitía viajar a cualquier lugar. Me sentía en un país libre. No me faltaba de nada. Tenía 20 años y no tenía ni idea de política cuando llegó la Revolución", explicó cuando le preguntaron por la llegada al poder del Ayatolá Jomeini. Vio bombardeos, asesinatos y todo tipo de horrores, y estuvo varios días sin salir de casa.

Cuando hubo una cierta calma, fue a su club, pero habían prohibido el tenis porque era un deporte capitalista.
Estuvo un año y medio sin tocar una raqueta, hasta que reunió a varios de sus amigos tenistas, y fueron a proponerle al Ministro de Deportes la creación de la ‘Copa Revolución’, para poder volver a jugar.  Bahrami ganó el individual y el doble. El premio era un billete de avión de ida y vuelta a Atenas. Pero decidió cambiarlo por uno a  Niza tras el pago de 500 dólares. Tenía el billete, pero faltaba lo más importante: el visado para salir del país. Los visados los otorgaba el Ministerio de Asuntos Exteriores que presidía Sadegh Ghotbdzadeh, entonces mano derecha del ayatolá aunque años después fue ahorcado por traición. Mansour tenía un amigo que había conocido al ministro cuando vivía en Francia. Le dio el pasaporte, le dijo que prefería morir antes de dejar de jugar, y que adoraba a su país y estaba orgulloso de ser iraní y de su cultura y su historia. Días después, su amigo le devolvió el pasaporte con dos visas: una para Francia y otra para Suiza.

"Mi idea era jugar en los Estados Unidos, pero con 52 rehenes de la embajada americana en Teherán, era imposible", explicó hace un tiempo. Cuando aterrizó en Niza llevaba 8.000 francos en el bolsillo, cantidad insuficiente para una estancia digna. Se lo jugó todo a una carta. Se fue al Casino y, en poco más de una hora, estaba en la calle sin un franco y sin hablar una palabra de francés. La suerte que no tuvo en el Casino la encontró en la calle cuando Farokh Moazed lo reconoció. Lo llevó a un club para trabajar dando clases. Pero no tenía ingresos suficientes y su visa expiraba, así que, escondiéndose de la policía, para no ser detenido, puso rumbo a París. "Comía dos veces por semana y por las noches caminaba para no dormir en los bancos. Era muy duro. Las noches duraban como diez años", explicó en una entrevista.

Pero de nuevo le sonrió la fortuna cuando una empleada de la federación francesa le reconoció en la calle. Decidió ayudarle y le consiguió una invitación para jugar la fase previa de Roland Garros. La ganó y, al conocerse su historia, la prensa se interesó por lo que consideraban un refugiado. "Me hicieron una nota por la radio.
Conté mi historia. El periodista decía: ¿Cómo en el país de los derechos humanos le vamos a negar la posibilidad a un deportista? En agosto de 1981, el mismo policía que me había dicho que debía irme de Francia me entregó la cédula de identidad". Pero Bahrami se negó a pedir asilo político. No quería renunciar a su país donde vivían todos los suyos. Su simpatía le acercó a muchos tenistas que querían jugar el doble con él, ya que tenía mucha habilidad en la volea. También se destacaba en las fiestas imitando a Frank Sinatra y otros de los grandes de la música. En 1983, pudo regresar a Teherán para ver morir a su padre.

Su palmarés no es precisamente importante. Sólo ganó un partido individual de Grand Slam, y su mejor ranking en singles fue 192. Como doblista ganó dos torneos (Ginebra 1988 y Toulouse 1989), y fue finalista de Roland Garros en 1989 junto al francés Eric Winogradsky. Pero curiosamente, lo mejor de su historia llegaría tras el retiro, que se produjo en 1992. Quienes conocían su carisma, su talento para el show y su habilidad para hacer malabares con una raqueta y una pelota, lo contrataron para el circuito sénior. Y en poco tiempo fue la tercera estrella tras John McEnroe y Jimmy Connors. La gente se desesperaba por ver su show. Jugando dobles con sus amigos Yannick Noah y Henri Leconte, empezó a poner en práctica su innato sentido del humor y sus alucinógenos trucos técnicos para divertir a los espectadores en mitad de los partidos. Lo que primero era una prolongación de su personalidad teatral en la cancha, más tarde se convirtió en una costumbre, cuando comprobó que la gente reaccionaba cada vez mejor a sus ocurrencias. Empezó a practicar más trucos e incluso llegó a escenificar sketches cómicos que había ensayado con anterioridad con otros jugadores. Fingía que se enfadaba con los jueces y les tiraba cosas, asustaba a los recogepelotas, hacía visibles trampas, se metía con los rivales… y en medio de todo ello iba desgranando sus tiros acrobáticos.

Empezó a ganar mucho dinero, a viajar en primera clase y a alojarse en hoteles de cinco estrellas. Todo gracias a las habilidades que había desarrollado con aquellas sartenes en su infancia y al sentido del humor que había sobrevivido a una existencia difícil. Después de una carrera deportiva marcada por el anonimato y el infortunio, finalmente había cumplido su anhelo infantil de ser una estrella del tenis, aunque lo hizo de la manera más extraña imaginable. "Nunca pierdas el sentido del humor, ni aún en las peores circunstancias. Porque, quién sabe, ese mismo sentido del humor podría hacerte rico algún día".

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