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Crónica a contraluz por Juan Carlos Ceja

Cultura y Sociedad24 de agosto de 2020Redacción webRedacción web
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¡Arriba el telón! A Don Lucas y la señora les gustaba el radioteatro y cuando las compañías traían las obras a la ciudad iban a verlas, también les entusiasmaba el circo.

El grupo que asistía al teatro y al circo era grande, lo formaban varios de los Suárez y nosotros tres, es decir yo, y mis hermanos y cada tanto otros vecinos.

Las obras que más recuerdo son El calvario de una madre y El sol sale para todos.

Algunas veces, sin ser aristócrata, llegué al teatro en carruaje, pero esto se terminó después de una tormenta que nos sorprendió a la salida y que hizo que el caballo que tiraba de la volanta de Don Lucas, espantado por los truenos y rayos, corriera desbocado hasta llegar a Villa Dominga.

Conocí las compañías de radioteatro de Alberto Laborde y Zulema Montero, de Bernardo de Bustinza, de Federico Fábregas y la de Luis Julier. Si me concentro, escucho un tango rotundo mientras el locutor anuncia que «Por las calles de Pompeya llora el tango y la Mireya»; una música imprecisa me trae «El león de Francia» y se suceden también Juan Moreira con su sufrida Vicenta y el mal parido del pulpero Tardetti; después se me aparecen los milagros desconcertantes de la Virgen de Guadalupe y de Lourdes.

Al gaucho Hormiga Negra, a Mate Cosido y a Juan Moreira, se me hace que un día me los voy a encontrar, jadeantes y envinados, debajo del puente Las Calaveras camino a Leh­mann.

En el circo «Los hermanos Sifón» vi repetida El calvario de una madre. En varias partes de esa obra llorábamos todos, pero un día la catarsis colectiva no se produjo, mas bien pasamos, húmedos y a carcajadas, del drama del escenario al grotesco urbano de la platea. Ocurrió en el momento de mayor densidad dramática, cuando el personaje de la madre, transido de dolor, debía anunciar, también lacerado, que se venía un aguacero tremendo, el ayudante de escena calculó mal y en lugar de arrojar el baldazo en dirección al escenario, lo hizo hacia la platea regando a todos los que estaban en la primera fila, es decir, a los Suárez y los Ceja.

Por suerte nuestras risas taparon la puteada de Don Lucas. Mientras el Nenín me ayudaba a secarme, yo vi que en el escenario la madre herida no paraba de reírse.

Repuesto el orden y vuelta la magia, la madre, trágica a pesar suyo, no se equivocaba con la tempestad y nosotros, porfiadamente inocentes, disciplinados, volvimos a llorar.

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