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Argentina y la Ley de Murphy

El Aeropuerto de Paris-Charles de Gaulle estaba lleno de periodistas que esperaban por el arribo de la Selección francesa de Raymond Kopa, Just Fontaine y Roger Piantoni, que había logrado el tercer lugar en el Mundial de Suecia 1958. En ese momento reconocieron, entre otros pasajeros, a Jean Paul Sartre, el máximo exponente del existencialismo. Entonces se acercaron y le preguntaron qué le había parecido el equipo. Sartre reconoció su falta de discernimiento sobre el deporte pero hizo un juicio de valor sobre el comportamiento de los jugadores, su valentía y talento. "Pero sí he notado que tuvimos un gran problema que no pudimos solucionar" dijo seriamente ante los periodistas sorprendidos, "ese problema fue simplemente el inteligente planteamiento y la capacidad del rival".

Deportes 23/11/2022 Redacción web Redacción web
argentina la otra mirada

Por Oscar Martínez. Pocos reconocerían el rostro del ingeniero aeroespacial Edward A. Murphy Jr., pero seguramente todos conocen la ley que, con su nombre, se ha hecho célebre en todo el mundo. El principio empírico que enuncia la Ley de Murphy, palabras más, palabras menos, es el siguiente: "Si algo puede salir mal, saldrá mal". No lo duden. Las tostadas caerán al piso del lado de la mermelada, la fila elegida para ser atendido será siempre la más lenta; cuando haya que anotar algo urgente en un papel no habrá lapicera, si hay lapicera, faltará papel, y si conseguimos ambas cosas, se acabará la tinta. Así, hasta el infinito. En fútbol, la Ley de Murphy sería implacable. Diría que el equipo tendrá la pelota y atacará, hasta que un rival cualquiera salga de contraataque y lo emboque. El resto del trabajo lo harán la desesperación, los nervios y la impotencia. 

Los dos enunciados anteriores aplican a la derrota de Argentina en su debut mundialista. En el primero, el entrenador rival le ganó claramente la partida al nuestro. Ni Scaloni ni los jugadores supieron ni pudieron leer el planteo simplista y casi suicida que les opusieron y quedaron enredados en una telaraña que los cargó de impotencia. Creo que, más allá de la esperanza, todos teníamos la convicción que se podía jugar dos horas sin que marquemos otro gol. En definitiva, Arabia jugó mejor ante una pálida expresión Argentina y ganó merecidamente.

En el segundo, el de la ley, queda claro que fue uno de esos días donde uno ensaya un tiro al aire y le erra. Cualquiera de los tantos anulados podría haber sido convalidado. En otros mundiales, sin VAR, sin dudas. Y aún en este, porque nunca queda claro en qué momento trazan las líneas. Pero son las reglas. Malditas reglas. Y para colmo, ellos patearon dos veces y consiguieron dos grandes goles y cuando los nuestros tuvieron alguna chance, los planetas estuvieron lejos de alinearse.

Desconfío de los invictos. No me dejaba tranquilo que Argentina llegara en esa condición al Mundial. Porque los invictos conocen sólo una parte de su propia historia. La madera de alguien, lo que "es" de verdad en cuerpo y alma, se descubre sólo después de una derrota. En el exacto momento en que el vencido decide levantarse y seguir peleando, pese al dolor. Mayor victoria que esa no existe en este mundo. Porque en la victoria todo es fácil. En la caída, cuando hay que levantarse y seguir, es cuando se sabe de qué está hecho un hombre. Admiro a los que dejan la piel y eligen pelear por lo imposible; porque, como cantaba Rodríguez, "de lo posible se sabe demasiado". Ya no somos invictos. Ahora sabremos si merecemos pelear por el título. Todos. 

Digo todos porque se sabe que el hincha cambia radicalmente su estado de ánimo y su visión según el resultado. Y cuando se trata del Seleccionado, ésto se potencia. Pero hubo que festejar el empate entre Polonia y México para que muchos atemperen su mala onda con este plantel, al que hace menos de 24 horas ya veían campeón. Lo del periodismo es más preocupante. Hace muchos años había un programa llamado "Tribuna Caliente" con periodistas serios calmando a los hinchas que se presentaban en pequeñas tribunas. Poco después apareció la génesis del nuevo biotipo de periodista deportivo, cazador de rating y publicidad berreta, encarnado en el ex árbitro Guillermo Nimo. Ya con el nuevo siglo, el estilo de los programas de fútbol logró un estrato superador: convertirse en un verdadero show. Si alguien tuviese que definir los tiempos modernos en pocos minutos debería repasar ese caos de gritos, frases que nadie completa ni oye, campanitas, timbres, ruidos. Mucha gente hablando para no decir nada. Una síntesis perfecta de época. Quedan pocos que analicen con seriedad lo que ocurre. Hasta ayer se estudiaba el rival de Argentina en octavos descontando que ganaría la zona. Esos mismos, hoy discuten sobre cuál será el futuro de Messi y compañía tras el "fracaso" de Qatar.

Como ya no somos invictos y recibimos, todos, un baño de realidad que nos bajó la soberbia, estamos ante el comienzo de un nuevo Mundial. Uno en el que somos una Selección más, con chances de ser campeón o de volvernos antes de la final. Se trata de fútbol. La dinámica de lo impensado.

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