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Mr. Hyde, la piedra caída y el (piiii) del visitante

“Aprendí a reconocer la completa y primitiva dualidad del hombre. Me di cuenta de que, de las dos naturalezas que luchaban en el campo de batalla de mi conciencia, aun cuando podía decirse con razón que yo era cualquiera de las dos, ello se debía únicamente a que era radicalmente ambas”, El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde, novela corta escrita por Robert Louis Stevenson y publicada por primera vez el 5 de enero de 1886.

08 de agosto de 2022Redacción webRedacción web
atletico la otra mirada

Por Oscar Martínez. El título que había elegido era “El extraño caso del equipo de Alberdi”, pero recordé que lo use no hace demasiado tiempo. O “Todos somos Mr. Hyde”, buscando un paralelismo con lo que es el país, donde las dos caras de la moneda se ven a cada paso. Es que Edward Hyde se sofisticó con el paso de los años. Hoy no es jorobado, ni peludo ni tiene colmillos o garras de oso. Se mimetiza, como Zelig, el personaje de Allen. Este es un país ideal para producir uno, cien, miles de Hydes, porque siempre gana la parte mala. Pero ya no tengo ganas de hablar de política, demasiado tengo con Atlético. Entonces pensé en el tema de la piedrita, esa que algún vivo empujo en 1912 y dejo a Tandil sin su emblema natural, tanto que tuvieron que hacer una de mentira construida por especialistas de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Ah, y no se mueve. “Atlético cayo como La Movediza”, o algo así, pero no era muy creativo. Solo me quedaba el asuntito este de que desde el año pasado no ganamos de visitante y que, en realidad, casi siempre perdemos cuando salimos de Rafaela. Entonces recordé el cuento de Jorge Valdano “El cagazo del visitante”, que está en su libro Cuentos de fútbol, pero seguro en el diario me lo iban a censurar. Y con lo que le paso a Viviana Canosa ya era suficiente. Entonces metí a los tres en la bolsa y salió eso. Listo. ¿Lo del contenido? Ah, eso es otra cosa.
Atlético es un caso de diván. Se armó para pelear arriba y lo hace abajo. Trajo defensores para no sufrir en nuestro arco y a la hora de defender parecemos un flan. Antes teníamos el trauma de no ganar en el Monumental y ahora es lo único que nos mantiene con vida. El equipo nos cambia en humor partido a partido. Le ganamos bien a Brown de Adrogué y nos hace tres Chacarita, goleamos a otro Brown, el de Puerto Madryn, y este domingo volvimos a  recibir tres goles. Parece que nos salvamos y volvemos a caer en el lodo. Pero este domingo, ante Santamarina, fuimos el doctor Jekyll y míster Hyde en el mismo partido, aunque en verdad merecimos perder. Claro que el esfuerzo por mantenernos con posibilidades que hizo el árbitro Rodrigo Rivero, dándonos dos penales que al menos yo no vi, tampoco tuvo efecto porque los erramos. Y el que los desperdicio, más allá del mérito del arquero, es el que nunca fallaba: Claudio Bieler.
Recuerdo que Jorge Valdano, que fue entrenador del Tenerife de España, abona la teoría psicológica. En uno de los capítulos del libro Sueños de fútbol, explicó una derrota increíble del Tenerife, con estos términos: “Cuando nosotros los tuvimos golpeados, volvimos a casa para defendernos, pero cuando ellos nos tuvieron golpeados, volvieron para rematarnos. 'Aprendan de eso, nosotros éramos mejores y ellos estaban tambaleantes. ¿Saben por qué no rematamos la faena? Por la mentalidad de visitantes, por el cagazo del visitante...”. Y después esta lo de su cuento. La verdad es que jugar fuera de casa, para Atlético, ya es un gasto que podría evitarse. Dan ganas de decir, “miren, mejor no vayan, entrenémonos para ganar el próximo partido que es de local, y nos ahorramos unos mangos”    
Bueno, lo de la piedra movediza y su caída daba para hacer una broma, pero como decía mi abuela “el horno no está para bollos”, y mejor tratar de hablarle en serio a los hinchas de Atlético. La presencia de la piedra nació con la fundación de Tandil (1823), cuyo significado se debate entre “piedra que late”, “peñasco que palpita” o “piedra al caer”. El emblema de la ciudad se esgrimía en lo alto y hacía equilibrio sobre un vértice de una forma tal que solo las leyes de la Física podrían entenderlo. Pero una tarde de aquel febrero, entre las cinco y las seis, cuando nadie andaba para ser testigo de lo sucedido, la piedra se desplomó con su excepcional peso, partiéndose así en tres pedazos y derribándose de esta forma un mito del lugar. Sus 5,75 metros de alto y 7 de base ya eran imperceptibles. Después vino esa de mentira. Pero la gente sigue yendo a verla. Para hacerlo, los turistas deben subir hoy 264 los escalones de piedra que los llevarán a un mirador. Un esfuerzo increíble. Como el que hacemos nosotros para seguir creyendo en este equipo. Y bueno. Así somos.

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