Una pantalla llena de pasión

«La televisión es el Aleph del que escribió Jorge Luis Borges: el punto desde el cual se ve todo el universo a un mismo tiempo. Siempre digo que si solamente hubiera sido una entrada para el fútbol, ya está justificado. Gracias a la TV podemos ver a nuestro equipo jugar en Japón. Es una cosa mágica, no la puedo entender, no sé cómo puede haber una cosa así», Roberto Fontanarrosa (Rosario 1944-2007), genial humorista gráfico, dibujante, guionista, historietista y escritor.
La historia en Argentina marca una fecha, la del 17 de octubre de 1951. Ese día, desde la Plaza de Mayo y con una tecnología rudimentaria, se realizó la primera transmisión televisiva. Y como un signo claro del enamoramiento que el medio tiene con el deporte, apenas un mes más tarde, el domingo 18 de noviembre, se llevó adelante la televisación de un partido de fútbol en vivo y en directo. Fue el 1 a 1 entre San Lorenzo y River jugado en el viejo Gasómetro. Setenta y un años más tarde, la realidad marca que no hay género dentro de la televisión que haya sufrido una transformación semejante a la vivida por las transmisiones deportivas.
Es difícil explicar hoy que la gran mayoría de los que nacimos a comienzos de los sesenta no teníamos un televisor, simplemente porque la televisión era un fenómeno incipiente. Cuando por fin pudimos acceder a uno de esos artefactos mágicos, la casa se revolucionó. Aquella enorme caja de madera pasó a dividir la supremacía de la radio. Hasta su llegada, tras la cena, la familia solía reunirse en el living a escuchar algún radioteatro, música o simplemente noticias. Para mucha gente se trataba de un ritual que se modificó solo porque se agregó la imagen. Nada menos.
Claro que el televisor no estaba en todas partes como ahora. Y durante mucho tiempo ofreció una sola alternativa, que para nosotros era Canal 13 Santa Fe de la Vera Cruz. Hoy, las pantallas se multiplican por millones. La aparición del streming, ese tipo de tecnología multimedia que envía contenidos de vídeo y audio a su dispositivo conectado a Internet y permite ver la tele, películas, música, deportes, etc., en cualquier momento que lo desee, en una PC o un teléfono móvil, sin someterse a los horarios del proveedor, es otro cambio revolucionario. Con las plataformas en auge y con Twitch creando nuevas maneras de comunicar, la vieja televisión deberá adaptarse y renovar sus audiencias, o corre riesgo de vida.
Lo real es que el crecimiento de la oferta audiovisual de deportes es extraordinaria. Y si bien ir a los estadios es siempre mucho más seductor y socializante que ver una pantalla, disponer de variedad de eventos en un solo fin de semana, sobremanera cuando son todos ellos de altísima jerarquía como en este, y mostrados de una manera tan fantástica, puede ser peligrosamente adictivo. Y supera las expectativas que teníamos de niños sobre cómo sería el año 2000.
Como cierre de una semana determinante en Copa Sudamericana y Libertadores, la final de la Champions League atrajo toda la atención el sábado por la tarde. En el Stade de France en París, que reemplazó al estadio Krestovsky de San Petersburgo por reacción de la UEFA ante la guerra rusa, y con una transmisión de alto vuelo de todo ESPN, disfrutamos de la consagración del Real Madrid. Con un Thibaut Courtois determinante, el equipo merengue reafirmo que lleva a esta competencia en su sangre. Sus recuperaciones ante PSG, Chelsea y Manchester City en las etapas previas fueron llamativas. Y su victoria ante Liverpool, el sello. Parafraseando a Gary Lineker, autor de la frase: «el fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania», se podría decir lo mismo interponiendo los nombres del Real y la Champions.
El domingo fue una de esas jornadas inolvidables. Está claro que extrañé ir al autódromo, entonces me di una vuelta por la mañana para ver esa ciudad ambulante desbordada de pasión que se instaló abrazando al óvalo legendario. Regresé rápido, apenas antes de la largada del Gran Premio de Fórmula 1 en el Principado de Mónaco, ese sitio cargado de historia, glamour y belleza que atrapa en cada carrera a pesar de que, curiosamente, debe ser el peor circuito para una competencia. Salvo si uno puede estar allí, claro, y pasear por el Boulevard Albert I, frente al puerto antiguo, o Port Hercule, en el que los días de la carrera están amarrados los yates más lujosos del mundo porque desde ellos se puede apreciar una gran parte del circuito. Pero la lluvia atrasa todo y entonces repaso como está el final del Gran Premio de Italia de MotoGP en el espectacular autódromo de Mugello donde finalmente ganó Francesco Bagnaia con una Ducatti, y el set final que significó la derrota de Diego Schwartzman ante Novak Djokovic en la cuarta roda de Roland Garros que, en vivo, transmite otra señal de ESPN.
Vuelvo a la Fórmula 1 para ver la largada mientras hago zapping con la Televisión Pública que ya retransmite las series del TC en nuestro autódromo. Dos canales «más abajo», se puede ver que Rafael Nadal entra a la cancha en Francia para enfrentar a Félix Auger-Aliassime, un canadiense que curiosamente es entrenado por Tony Nadal, tío y mentor de Rafa, que lo llevó al borde del abismo antes de perder por 6/3 en el quinto set, y se prepara el enorme show previo de la 106 edición de las míticas 500 Millas de Indianápolis, con 300 mil personas en el predio del Indianápolis Motor Speedway. En un genial movimiento de mis dedos sobre el teclado del control remoto, consigo ver ambas largadas antes de quedarme hasta el final de la carrera de TC. El marco en nuestro autódromo superó esta vez la emotividad de la carrera, algo que siempre asegura este circuito, el templo de la velocidad. Por eso no extraña ver la multitud que disfrutamos, fundamentalmente, en estos dos días.
Algún resumen me da la posibilidad de ver el gol de la selección argentina sub 20 dirigida por Javier Mascherano ante Arabia Saudita para ganar, también en Francia, y el empate con derrota en definición por penales de las Leonas ante Países Bajos en el Hockey Femenino. Ambos jugaron temprano en la mañana. Todo antes de prepararme para ver la presentación de Atlético ante Mitre en Santiago del Estero. Pero esto es historia que le contaré en la otra columna.
Se cierra un domingo apasionante. Uno donde el deporte del mundo, extraordinario en su totalidad, se pudo ver en una sola ventana. Hoy la influencia de la televisión en el deporte es peligrosamente intimidante. La alta competencia la necesita no solo para mostrar el evento en sí, sino, fundamentalmente, para darle sustento económico. Cifras millonarias en todos los casos. Y como contrapartida, la televisión exige que todo se haga según sus necesidades. Claro que no siempre estas son compatibles con el espíritu del juego. Por ello es clave que los que manejan los medios también entiendan el juego. El deportivo y también el económico. Para que el equilibrio sirva para que todos ganen. Y se mantenga viva la antigua frase utilizada en el fútbol americano. «Demasiado deporte para ser solo negocio. Demasiado negocio para ser solo deporte».