La meritocracia y la casa maldita

«No tengas miedo, las maldiciones no existen, son solo sugestión, es la mente que te juega una mala pasada. Mírame, ¡mírame bien! Y repite conmigo. Las maldiciones no existen, ni las casas embrujadas, ni los monstruos» le dice Matías Elías Díaz a Irene Renée Levene en La Casa Maldita, el libro de Ricardo Mariño. Luego se da vuelta y murmura por lo bajo, «Y si existieran los monstruos, no vendrían, le tendrían miedo a esta casa».
Cuando miré la cara del plateísta que estaba cerca de mi lugar de trabajo, apenas terminado el partido entre Atlético y Villa Dálmine, certifiqué que el fútbol es un mapa de la condición humana. Es que ningún deporte como este entrena en alegrías, en engaños, en decepciones, en júbilos, en lealtades, en encuentros y en adioses. Todo eso es posible en todos los partidos, fundamentalmente en aquellos como este, en que se juega no solo tres puntos sino también la ilusión del hincha. Y cuando el equipo local termina el encuentro sin conseguir la victoria en su estadio, el hincha es pura desilusión. Y eso, en el comienzo del torneo, es peligroso porque se habían dado todos los condimentos para volver a sentir que el Celeste era nuevamente un grande del ascenso. Un entrenador metido en la historia, jugadores en puestos claves con experiencia, talento y decenas de partidos vistiendo esta camiseta, y un torneo que se presenta más claro que los anteriores. Solo la sombra de un debut fallido amenazaba en el horizonte. Pero el deseo común de cuerpo técnico, jugadores y dirigentes, de recuperar una localía fuerte, parecía que podía alejar los fantasmas. No fue así.
Hay momentos en los que viene bien recordar de dónde venimos para enderezar los días que se presentan torcidos. En este caso, una tarde noche ideal de domingo. Perdimos la memoria. Dejamos de valernos de ese estadio cuya cancha presenta medidas que antes los rivales maldecían y ahora bendicen. Solo falta que seamos nosotros quienes nos quejemos de ese hecho, como antes lo hicieron Matías Almeyda o Carlos Bianchi, entre tantos grandes. Es un virus que empezamos a sufrir en Primera y, está visto, no logramos aislar en el ascenso.
Me pregunto cuántas veces ha hecho fútbol en el Monumental este equipo. Porque la mirada desde afuera es simple, para sacar ventajas de esta cancha hay que estar muy familiarizado con ella. «Cuando jugaba en Racing y entrenaba casi todos los días en el estadio, me guiaba por los carteles de publicidad. Sin mirar tiraba la pelota y decía: en el cartel de Fernet Branca está Cárdenas, en Renomé, Maschio; en Cinzano, el Toro Raffo. Les ganaba un tiempo a todos porque no apuntaba para pasar la pelota, tenía el registro interno de toda la cancha de Racing; es como el registro interno de la casa de uno dónde podemos entrar y movernos con los ojos cerrados, porque tenemos calculado dónde está todo», relata en inolvidable Roberto Perfumo en su libro Jugar al fútbol.
No es dramático, pero el andar del equipo me dejó preocupado. Las buenas noticias tuvieron que ver con que esta vez, y a diferencia de la derrota ante Belgrano, se pensó en el arco rival y se generaron situaciones de gol. Las que en su mayoría se dilapidaron, pero que se hayan creado deja abierta la puerta del gol. Y también que ante la derrota parcial el equipo no entró en la locura de buscar como sea, y llegó al empate en una jugada que tuvo dos pases con tres toques en el área. Las malas pasan por la falta de generación de juego. Alguien deberá decirles alguna vez a los jugadores modernos que primero hay que jugar y luego correr, Parece que en la necesidad de mostrar siempre actitud todos se olvidan la aptitud. Todos corren, todos chocan, pocos piensan y casi ninguno juega.
Hace unos años, fueron dos chispas disímiles las que encendieron la mecha de la discusión social en el país. Cuando el gobierno bonaerense decidió volver al sistema de calificaciones numérico del 1 al 10 en las escuelas de la provincia, en lo que se entendió como «el regreso de los aplazos». «La meritocracia es un valor que debe ser aprendido», dijo la entonces gobernadora María Eugenia Vidal, al justificar la reforma. Unos días antes, la empresa General Motors difundió un spot publicitario para su nuevo modelo de Chevrolet, en el que retrata un mundo de «meritócratas», donde «toda persona tiene lo que se merece», «el que llegó, lo hizo por su cuenta, sin que nadie le regale nada» y «sabe que cuanto más trabaja, más suerte tiene». No voy a traer nuevamente esa discusión, en este caso nuestra, pero yo adhiero al pensamiento. Quiero que mis hijos se esfuercen para conseguir sus logros, que no les regalen nada, pero que les ofrezcan las posibilidades de hacer valer esos esfuerzos. Creo que los dirigentes hicieron bien su trabajo y la gente respaldo como hacía rato no podía hacerlo, por esto de la pandemia. Es decir que a este equipo se le han ofrecido buenas posibilidades. Ahora depende de él. Si hace méritos para ganarse nuestro respaldo de tribuna, seguramente tendrá chances de pelear. No es poco.