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Se estrenó el corto de Agustín Sinibaldi sobre el invento que permitió el desarrollo del fútbol moderno: el balón con válvula y costura invisible. La película toma el nombre de la creación, y es un relato que tiene eje en Bell Ville, donde nació el futuro del juego más pasional.
24 de agosto de 2020Por Oscar Martínez - "Era de cuero, rellena de estopa, la pelota de los chinos. Los egipcios del tiempo de los faraones la hicieron de paja o cáscaras de granos, y la envolvieron en telas de colores. Los griegos y los romanos usaban una vejiga de buey, inflada y cosida. Los europeos de la Edad Media y del Renacimiento disputaban una pelota ovalada, rellena de crines. En América, hecha de caucho, la pelota pudo ser saltarina como en ningún otro lugar. Cuentan los cronistas de la corte española que Hernán Cortés echó a brincar una pelota mexicana, y la hizo volar a gran altura, ante los desorbitados ojos del emperador Carlos. La cámara de goma, hinchada por inflador y recubierta de cuero, nació a mediados del siglo pasado, gracias al ingenio de Charles Goodyear, un norteamericano de Connecticut. Y gracias al ingenio de Tossolini, Valbonesi y Polo, tres argentinos de Córdoba, nació mucho después la pelota sin tiento. Ellos inventaron la cámara con válvula, que se inflaba por inyección, y desde el Mundial del 38 fue posible cabecear sin lastimarse con el tiento que antes ataba la pelota… Pero la pelota también tiene sus veleidades, y a veces no entra al arco porque en el aire cambia de opinión y se desvía.
Es que ella es muy ofendidiza. No soporta que la traten a patadas, ni que le peguen por venganza. Exige que la acaricien, que la besen, que la duerman en el pecho o en el pie. Es orgullosa, quizás vanidosa, y no le faltan motivos: bien sabe ella que a muchas almas da alegría cuando se eleva con gracia, y que son muchas las almas que se estrujan cuando ella cae de mala manera", texto publicado en el libro "El Fútbol a sol y sombra", de Eduardo Galeano.
La mujer de ojos tristes está cosiendo a mano una pelota de fútbol sentada en una vieja silla con patas de metal, detrás de ella hay un Gauchito Gil desgastado por el clima pegado sobre la pared de ladrillos que asoman entre el revoque precario. En otra de las fotos, un niño descalzo juega una carrera imaginaria con autitos sin ruedas, sentado en el piso de tierra, delante de otra costurera que tal vez sea su madre. El cuero que se hará juguete aparece en todas las imágenes que Gabriel Orge presentó en la muestra "Fútbol. El juego solo acaba cuando termina". Vi la muestra en el Museo Emilio Caraffa de Córdoba pocos días antes del comienzo del Mundial de Brasil. En lo primero que pensé fue en la distancia que separa a la gran industria del fútbol del trabajo manual, artesanal, transmitido de generación en generación. Las ocho imágenes muestran a mujeres pobres que heredaron un oficio de vieja tradición en Bell Ville, trabajando en los patios de sus casas, o en la calle, y son a un mismo tiempo el punto de partida y el extremo opuesto del negocio millonario del fútbol. Lo segundo que vino a mi mente fue que este juego que nos apasiona es un deporte de tradición masculina, pero que en general las primeras pelotas se las suelen regalar las madres a sus hijos. A mí me ocurrió. Y antes de tanta industrialización, a esas mismas pelotas, también las cosían las mujeres.
Cuando fui a Bell Ville, capital del Departamento Unión de la Provincia de Córdoba, a unos 260 kilómetros de Rafaela, al borde de la ruta 9, lo hice por motivos particulares. Pero sin embargo lo primero que pregunté fue cual era la casa natal de Mario Alberto Kempes, ese gigante devastador y genial que deslumbró al mundo con sus goles y fue clave para que los argentinos ganáramos el Mundial de 1978. Y si conocían a Hugo Curioni, futbolista de Boca del cual aún conservo figuritas de 1972. Me hablaron de ellos con el pecho hinchado de orgullo, siempre después de recordarme que allí se inventó la pelota, cuyas fábricas y fabriquitas aparecían en todas las manzanas. Claro que fue hace un par de décadas, tiempos en donde uno no se ganaba pelotas "Made in China" en las estaciones de YPF.
En realidad, en Bell Ville no crearon la pelota, es cierto, pero se les ocurrió una modificación que cambió la historia y todavía sigue vigente. Fue en 1931, cuando desterraron el molesto "tiento" y la empezaron a fabricar con válvula y costura invisible. La "Superball", que así se llama, fue creada por tres vecinos de la localidad: Luis Polo, Antonio Tosolini y Juan Valbonesi. El 09 de Septiembre de 1936, se la utilizó por primera vez en un partido oficial de la Asociación del Fútbol Argentino y fue incorporada por la FIFA en la Copa Mundial realizada en 1938 en Francia. A pesar de todo, aún existen empresas dedicadas a la confección de pelotas de fútbol que generan importantes fuentes laborales en Bell Ville y la zona, por la forma de producción artesanal implementada. La Cámara del Senado de la Nación la declaró como Capital Nacional de la Pelota de Fútbol, y cada año se celebra allí la "Fiesta Nacional de la Pelota de Fútbol sin tiento".
Hace pocos días se presentó el documental "La Superball", que se puede ver de manera gratuita en la plataforma Ciner.ar Play. Dirigida por Agustín Sinibaldi, la película reconstruye la anécdota desde el lugar que le dio origen y da cuenta, entre el orgullo, la nostalgia y la desazón, de un símbolo que merecía un mayor espacio en la memoria local. "Conocía la historia de la Superball muy por encima, el libro de Eduardo Galeano "El fútbol a sol y sombra" tiene una crónica de una página que habla del tema. Es una historia interesantísima y poco conocida. Una de las referencias concretas que había era que por la vieja ruta 9, pasando Bell Ville, se veía una cantidad de puestos de pelota. Eso llamaba la atención", contó en la presentación el propio Sinibaldi.
Todo empezó en el Mundial del 30. En la final se cruzaron Uruguay y Argentina y usaron dos pelotas distintas, las que habían llevado cada selección. Eso generó, por supuesto, reclamos de todo tipo. Lejos de Montevideo, Luis Polo, Antonio Tosolini y Juan Valbones tomaron nota y decidieron hacer algo. Ese algo fue inventar un sistema de inflado que eliminaba el tiento, una molesta protuberancia que le daba a la pelota una forma ovalada y, además, dejaba secuelas en los que se animaban a cabecearla. Después de un par de prototipos nació la Superball, con válvula para inflarla y costuras invisibles. Un lujo.
El honor de hacer debutar a la nueva pelota lo tuvieron, por supuesto, los jugadores locales. La ciudad se revolucionó. Aquellos 24 y 25 de mayo de 1931 las canchas de Bell y Argentino explotaron. Había gente hasta en los costados de la línea de cal. Claro que eso también representaba un problema: cuando la pelota se iba afuera tardaba en volver porque todos querían patear o aunque sea tocar el chiche nuevo.
El documental muestra también la confección artesanal de cada pelota. Es maravilloso asomarse a cada uno de los pasos: el corte de los gajos pentagonales y hexagonales, el tratamiento de la cámara, el grabado con tinta de las inscripciones. Un proceso manual que tiene a la pelota como modelo terminado. Y en el medio de ese ciclo, la costura. Ahí es cuando se desvanece todo lo romántico que tiene la confección de un balón: en Bell Ville hay un ejército de mujeres que cose a mano cada gajo de cada pelota. Trabajan para sobrevivir, "Vivimos del fulbo", dicen. Pero el fútbol no las reconoce.
Nada de lo que ocurre en Bell Ville, en la realidad y en el corto, parece escaparse del diámetro de una pelota. Hay un monumento en la plaza 25 de Mayo, pleno centro de la ciudad. Se venden al costado de la ruta, son un souvenir, como las naranjas en San Pedro y los salames en Tandil. Murales, perros, plazas, niños que trapean y rituales de estadio pueblan las imágenes del filme, que es asimismo retrato sentido de la vida en el interior. El relato reconstruye la leyenda con testimonios como el de Mario Kempes y da cuenta de una manufactura en vías de extinción al registrar a un grupo de mujeres que cosen pelotas como forma de supervivencia.
"Probablemente, si esta historia hubiera surgido en un barrio de Buenos Aires, hubiese sido todo distinto, tenemos esta relación entre la capital y el interior en que lo que no pasa en Buenos Aires no trasciende. Es una creación que podría estar tranquilamente a la altura de los grandes inventos argentinos que salen en libros y en manuales, como la birome, el dulce de leche y el colectivo. Es increíble que carezca del reconocimiento debido", dijo también el director.
En la Liga Bellvillense hay 12 equipos de Primera y uno en segunda que es toda una curiosidad, como que se llama River pero usa desde siempre los colores de Boca en su camiseta. La pelota que usan en sus partidos suelen ser relucientes. Orgullosamente locales, tal vez cosidas por las manos de las madres de los futbolistas.
Esas manos que dan vida a la magia en un lugar donde se lo valora. Pero en un país donde nada que no venga de China parece importar. Aunque se trate de fútbol.
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