La hora de volver a soñar

Por Oscar Martínez. "Ganar queremos todos, pero solo los mediocres no aspiran a la belleza. Es como pretender elegir entre un imbécil bueno o un inteligente malo". Jorge Valdano.
De pronto, a las once y media de la noche en pleno barrio de Alberdi, a Sergio se le fueron las ganas de juntarse, tal como les había prometido salga como salga el partido y cumpliendo todos los protocolos, con sus amigos en la esquina de Urquiza y Dentesano. De pronto, en un segundo, Gastón pensó en su viejo que partió hace poco, hincha fanático de la Crema, en los ascensos que festejaron juntos, y su tristeza fue más profunda. De pronto, en medio de la calurosa noche rosarina, el grupo de allegados rafaelinos que pudieron ingresar al Coloso del Parque, el estadio Marcelo Bielsa, comenzaron a lamentar un viaje que, como todo regreso en derrota, suele ser silencioso y eterno. De pronto, todos los cantos tuvieron por eje a un sustantivo, el calamar. A todos los que no sienten el color marrón como bandera de fútbol, les costará un rato y algunas lágrimas entender que igual valió la pena. Y recordarán lo que sintieron en sus pechos, con los colores celeste y blanco pintados en la piel. Lo que vivieron desde el alma, porque este sueño de ascenso a Primera División, que en el inicio pareció estar muy lejos, por distintos motivos, quizás injustamente, pero lejos, los revivió. Porque un día el equipo intentó escribir su historia de cenicienta, crecieron, explotaron sus virtudes y jugaron buena parte del torneo como candidatos al ascenso, tal vez alimentados por el veneno de la desconfianza que sentíamos los que mirábamos el armado del plantel desde afuera. Pero el final fue de tango triste. Las victorias se hicieron esquivas justo cuando más se necesitaban y el gol de campo faltó a la cita en dos encuentros claves, ante sarmiento en el Monumental y ante Platense en el Parque de la Independencia
Los hinchas son todos iguales para eso de recordar a los fantasmas insepultos, a las glorias, a los viejos, a los genios, a los ídolos, a los símbolos y a los mitos. Desde el pibe que achata la nariz frente a la vidriera en una estación de servicio, para poder ver la imagen que trae el televisor, sufriendo porque no pudo arrimarse un mango para pagarse al menos un café. Hasta los que los vieron en televisores enormes y en ambiente climatizado, ahora que ir a una cancha es una quimera. Todos iguales a la hora de sufrir y gozar. En una ciudad que vivió a pura esperanza y expectativa después de la cena.  
Para los sesudos analistas es lógico que un equipo como este muestre en la etapa de definición la ausencia de jerarquía necesaria para manejar trámites de partidos y ganarlos. Para los exitistas que solo viven de resultados, empatar dos partidos y perder otro tanto de los últimos cuatro suena a desencanto, a fracaso. Y para los que amamos el fútbol tanto como a Atlético, más allá de la desilusión y la tristeza por no estar en la final, queda el orgullo de haber recuperado esa sensación que fue bandera y que luego, durante una etapa oscura, se perdió y nos dolía, la sensación de ser protagonistas, de que en los pocos medios que analizan el ascenso hablen del club como un grande. Que lo somos. Todas las opiniones son válidas, todos los sentimientos respetables, aunque algunos suenen injustos. Es que se trata de fútbol.
La realidad es que no pudimos estar en ninguna de las dos finales, en ambas nos quedamos en la puerta. Pero queda la tranquilidad de que se llegó lejos por mérito propio y con juego, porque en definitiva el fútbol no solo es resultado, también es belleza, emoción. Un juego que nos lleva de regreso a la niñez. Y este equipo me generó eso. Me dolió perder, me siento triste, pero después de tantos torneos y tantos equipos que solo me despertaban fastidio, recuperar esos sentimientos que solo el fútbol puede exaltar, valió la pena. Lo bueno de la muerte en fútbol es que solo dura un rato. Seguramente hasta el inicio del próximo torneo. Y, como dice un antiguo mensaje que leí hace tiempo, el gran desafío del soñador es renovar el sueño cumplido o perdido. Yo ya estoy en eso.