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¿Usted dónde vive?

Nueva entrega de Crónicas a Contraluz, una propuesta de Juan Carlos Ceja que nos ofrece ficciones literarias con líneas de sentida autorreferencia. "Pinta tu aldea y pintarás el mundo", parece ser la frase que guía al autor en estos escritos breves.

Cultura 14/12/2020 Redacción web Redacción web
Obra

Marilyn vivía en Lavalle. No sé si Lavalle fue la primera calle asfaltada, pero la modernidad empezó por esa zona del barrio.

En la esquina con Brasil, rodeado de ligustros, estaba el parque infantil. En invierno o cuando no salía el sol se ponía tristón, poco amable.

 Al parquecito lo perdimos cuando la Intendencia se lo dio a los municipales, para la construcción del sindicato. En ese momento lucía muy descuidado, de todas maneras no puedo asegurar que fuese a propósito.

El sindicato municipal funcionaba en Alem y Ciudad de Esperanza desde el 29 de abril de 1946. La inauguración de la sede nueva fue en 1970.

Cruzando la calle, por la vereda de enfrente, se llegaba directo al almacén de los Alemandi, pero antes, en la casa alta de puertas y ventanas verde inglés te hacían adicto a las cordobesas.

Eran así. ¡Ah, qué complicado de explicar!

Había que morder suave desde una de las puntas, sobre todo si se era novato, primero la boca bien abierta, con algunas dolían las co­misuras, lo lindo era que el dulce tibiecito chorreaba desde los costados y al final había que chuparse los dedos sin metáfora, uno por uno. 

A las dos cuadras no se podía dejar de correr perseguido por el aroma hasta que uno se acostaba a dormir, única manera de liberarse hasta el otro día del vicio de las cordobesas.

La corrida empezaba a la altura de la casilla donde el Malito ablandaba a su mujer que había puesto a hacer la vida. 

Él la campaneaba desde el campito jugando a las bochas con la muchachada amiga. 

Un día la pareja se fue al norte en el auto azul y no se los volvió a ver nunca más por el barrio.

Contaban que al Malito y la mujer les fue bien. 

Ella tenía disciplina, trabajaba desde las diez de la noche hasta las seis del otro día. Malita era muy mentada en el corredor de los aserraderos que se perdían entre los pinares. 

El Malito consiguió cobijo político y así con el tiempo fue dueño de varios locales donde la mujer, ya fuera de servicio activo, comandaba diez pupilas.

Los galponcitos se hicieron famosos porque a ningún hombre se le aplicó el derecho de admisión durante la hegemonía del Malito y la Malita

Marilyn de la calle Lavalle no se permitió nunca ver­balizar esas realidades de la vecindad de las que por supuesto sabía, aunque también es cierto que por su forma de ser muchos detalles no los conoció.

Algunos chicos del barrio se encontraban en la escuela. Esto era así en la secundaria como en la primaria.

A Marilynn, en mi caso, la encontré en la secundaria donde era común que algunos profesores preguntaran por el lugar o barrio donde se vivía. Tal vez no fuese en todas, pero en mi escuela lo hacían.

En Villa Dominga respondía yo. "Ah, allá atrás", decía la boba de turno.

Prestigiando el mojón se sabía escuchar, "¿Cuál, el que está atrás de la Rural, no?".

Usted que me está leyendo seguro conoce algo de la historia de Rafaela y de las barriales y tal vez los ve­ricuetos psicológicos de cómo se va armando uno en la adolescencia, tenga en cuenta además que nos estamos refiriendo al inicio de la década del sesenta donde todavía, por lo menos en Villa Dominga, se acaballaba la del cincuenta. 

Era moneda corriente que se hablara aquí y en otros lugares de La Feria. 

Hoy todavía me pregunto por qué se decidió por Villa Dominga cuando ya estaba asumido que éramos La Feria. Esto es igual con La Granja y el Lehmann.

Perdón no quisiera distraerme. Entonces, ¿le parece necesario que haga literatura reflexiva sobre cómo me sentía cuando debía decir en voz alta de dónde veníamos? 

Ah, piensa que no es necesario.

Bueno entonces demos sentido al título de la crónica.

Ocurre que a Marilyn también le preguntaban dónde vivía y ella gata amarilla impertérrita musitaba: "En la prolongación de Lavalle, en la parte asfaltada". 

¡Suficiente! Declarabas que vivías sobre asfalto, por lo menos en aquellos años y máxime en Villa Dominga y entonces se obturaba cualquier otro interrogante. 

Señores, la rubita se introducía con doscientos treinta y cinco metros de cemento, en el centro de la modernidad pituco decente.

¡La pucha, si era como para rajarle con la alpargata!

Y así, presumida olímpica, ella continuaba en su zona de confort, inimputable por paz­guata.

¿Cómo dice? Por supuesto. Marilyn, para todos nosotros, siempre fue una vecina más.

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