Torino mágica

Piazza Castello
Piazza Castello es el símbolo de la magia blanca de Turín, centro de energías positivas y benéficas.
Uno de los símbolos importantes de la gran energía que flotaría sobre Piazza Castello sería la catedral, que conserva la Sábana Santa.
Según los esotéricos, justo debajo de esta plaza, en el subsuelo de Turín, donde serpentean muchas galerías subterráneas, hay tres cuevas alquímicas, lugares de máxima concentración de energía donde se materializan los pensamientos del inconsciente, accesibles desde seis puntos diferentes: tres de estas no conducen a nada, se utilizan para evitar la entrada de turistas curiosos o accidentales, mientras que las otras tres entradas conducen a las tres respectivas cuevas.
En Piazza Castello también se encuentra el Palacio Real, centro de la energía positiva, más precisamente, identifican el punto donde se encuentra la fuente de los Tritones en los jardines reales, el epicentro de la energía positiva de la ciudad.
La obra de arte representa una Nereida mientras se divierte en medio de chorros de agua en compañía de numerosos Tritones, los hijos de Poseidón. Un himno a la naturaleza despreocupada de la primavera, inmerso en el elemento purificador por excelencia: el agua.
Más allá de la verja del Palacio Real, Turín pertenece a la oscuridad. Señalizando el comienzo del reinado del mal están los Dioscuros, las dos estatuas de Castor y Pollux, en la mitología griega los hijos gemelos de Zeus y Leda, que custodian la línea invisible que divide el Turín sagrado del profano. A partir de aquí comienzan las 12 líneas imaginarias que dividen la ciudad en 12 sectores, cada uno de los cuales corresponde a un signo del zodíaco. La puerta está orientada exactamente hacia el punto donde sale el sol.
El mismo vallado de entrada, de color verde, símbolo del paso a una conciencia superior, sería un umbral de separación entre dos dimensiones, la profana, de carácter exotérico (es decir, inteligible para todos), y la iniciática, de carácter esotérico (es decir, comprensible sólo para unos pocos). Este aspecto está subrayado por la presencia, en el centro de cada sección, de una tachuela dorada que representa la cabeza de la gorgona Medusa, que en este caso realiza la función de Guardiana del Umbral.

Iglesia la gran madre de dios
Tomando Via Po, enfrente de la plaza Vittorio Venetto, se llega a la Gran Madre de Dios, una iglesia encargada por Vittorio Emanuele I di Savoia, originaria de 1814.
De planta circular, resulta ser inusual para un edificio de culto cristiano, ya que parece más un templo grecorromano. Tiene una analogía con el Panteón de Roma, que parece haber inspirado realmente al diseñador.
La única cruz que le confiere una connotación cristiana, es la que sostiene la estatua de la Religión en la mano.
Según una tradición, la iglesia se erigiría en el lugar donde en la antigüedad se encontraba un templo dedicado a la diosa egipcia Isis, también conocida como «Gran Madre».
Muchos expertos en esoterismo lo consideran uno de los lugares más importantes de la magia blanca, ya que las dos estatuas de la entrada, que representan la Fe y la Religión, mostrarían el lugar donde está enterrado el Santo Grial, el cáliz del que bebió el hijo de Dios durante la última cena.
La Fe está representada por una figura femenina con una cinta trenzada en el pecho y un manto que la cubre enteramente dejando descubiertos, además del rostro y de las manos, el pie izquierdo que calza el mismo tipo de sandalia de la segunda estatua, la Religión. Con la mano derecha sostiene un libro abierto y en la izquierda, levantada hacia el cielo, tiene una copa, que representa el cáliz sagrado. Con la mirada lejana indicaría el camino a seguir para encontrar el Santo Grial. A su derecha hay un pequeño ángel semidesnudo, de pie, con un bastón en la mano derecha.
La estatua colocada a la derecha de quienes miran la fachada, llamada la Religión, está representada por una mujer con un largo vestido cerrado bajo el pecho por una cinta y cubierta por un manto que desciende de su cabeza hasta el suelo. Su pie derecho emerge de su vestido, luciendo una sandalia baja y abierta. Impasible, tiene la mirada hacia el horizonte y parece no darse cuenta del joven que está arrodillado a su lado y que le tiende dos tablas de piedra en las que no hay nada escrito. Pero con el dedo índice de su mano izquierda apunta a un punto preciso en ellas, en el centro. Con la mano derecha sostiene una gran cruz latina, que la supera con creces, pero no muestra fatiga.
El escultor dejó su frente descubierta por el manto, destacando una especie de tocado bajo (¿una corona?), tallando en él un curioso simbolismo: un triángulo con el ojo divino del que emanan rayos (también conocido como símbolo masónico).