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Sansone Valobra, de Fossano

El inventor Sansone Valobra y la historia del fósforo y las cerillas.

Cultura y Sociedad12 de marzo de 2022Redacción webRedacción web
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Cerilla: pequeño palito de papel enrollado y encerado, con una cabeza inflamable, que produce luz al rozarlo con una superficie rugosa.
Fósforo: pequeña varilla de madera cuyo extremo presenta una cabeza recubierta por una sustancia inflamable. Cuando ésta se frota contra un material áspero, el calor que genera la fricción hace que se produzca fuego.
Muchas veces utilizados como sinónimos.
Hoy podemos utilizar todo tipo de encendedores, ¡pero una vez fueron los fósforos los que dominaron el fuego!
Ahora estamos tan acostumbrados al uso diario de algunos objetos que damos por sentado, que todo el mundo sabe qué son y cómo nacieron. De hecho, para muchos objetos que pertenecieron al pasado, olvidamos incluso su existencia.
Esas pintorescas cajitas de cartón se convirtieron hoy en un objeto muy buscado por muchos coleccionistas, pero ¿cómo surge el fósforo?
Esta es la fascinante historia de los fósforos, un objeto que tuvo consecuencias revolucionarias y liberadoras: cada individuo podía encender lámparas y fuegos sin tener que depender de los demás, llevándose la llama consigo. 
Incluso si ahora fueron reemplazados, en la mayoría de los casos por encendedores, los fósforos siempre seguirán siendo un objeto con un sabor particular, exquisitamente vintage.
Si pensamos que nuestros antepasados tuvieron que trabajar mucho para conseguir el fuego ... Hasta el siglo XV, para conseguir la llama, se frotaba con fuerza una vara de azufre sobre una piedra, junto a hojas secas. Luego se adoptó el pedernal (silex) durante mucho tiempo y hacia finales del siglo XVIII se produjeron las primeras aplicaciones de fósforo mezclado con azufre (una mezcla, sin embargo, que a menudo era peligrosa por estallidos repentinos).
La historia de los fósforos es larga y complicada, formada por pequeños y grandes inventos que muchas veces dieron lugar a pequeñas y grandes empresas industriales.
A lo largo de muchos siglos, a partir de la Edad Media, los químicos y alquimistas dieron vida con sus experimentos a diversos precursores de los fósforos, muy diferentes entre sí. Una adquisición fundamental para el desarrollo de los fósforos fue el descubrimiento del fósforo (elemento químico), obtenido por primera vez por el químico de Hamburgo Hennig Brandt en 1669, aunque durante más de 150 años nadie pensó en explotar sus posibles aplicaciones en este campo, tanto por razones de costo como por el peligro de los prototipos originales. 
No se puede hablar de un solo invento o de un solo inventor, ya que los primeros palos incendiarios eran extremadamente diferentes entre sí. Por tanto, la invención se disputa entre varios países.
Se atribuye el invento a G. Chancel, creador de palos puestos a la venta en París hacia 1806 que, quemados por reacción química, aún no tenían nada que ver con los de concepción moderna que aparecieron poco después, a finales de los años veinte del 1800 con los fósforos por frotación. De éstos, el primer intento apareció en Viena en 1812, desechado por ser muy peligroso. Los británicos atribuyen la invención a John Walker, que vendió el primero el 7 de abril de 1827, perfeccionado en 1930 por Charles Sauria. Los alemanes a Ludwig Kammerer, los franceses a J. F. Derosne.
El inventor del encendido por frotación sería el judío de Fossano, Sansone Valobra quien en 1828 produjo fósforos a base de fósforo, consistente en la sustitución del sulfuro de antimonio por una mezcla de azufre y fósforo blanco, quien más tarde también inventó los fósforos con un tallo de cera, las "cerillas". Los derechos de "primogenitura" parecen pertenecerle.
Autor de mejoras fundamentales fue el farmacéutico Domenico Ghigliano, cuyo fósforo fue patentado en 1832. Después de él, la difusión de los fósforos fue extraordinaria, y mientras en Europa y América se asistía al nacimiento de numerosos asentamientos productivos, Piemonte confirmó su primacía, convirtiéndose en el hogar de algunas de las fábricas más antiguas del mundo, algunas con enormes capacidades de producción. En Turín, la primera fábrica fue quizás la de los hermanos Albani, construida en 1833 a orillas del río Dora. Otras fábricas se construyeron en las afueras de Turín, en Moncalieri, Trofarello y Piobesi. En esta zona en 1875 había unas diez, entre las que destacaban las creadas por Luigi De Medici, que con unos 850 trabajadores, producían más de 7 millones de fósforos de madera y 4 millones de cerillas de cera cada día, destinadas a mercados de todo el mundo y la de Francesco Lavaggi y Ambrogio Dellachà, quienes en 1880 también crearon una gran fábrica en Buenos Aires.
En 1835, un estudiante universitario, el húngaro Giovanni Irinyi, al observar la reacción del azufre con el peróxido de plomo, reemplazó el fósforo por azufre y después de varios experimentos, obtuvo el resultado deseado. Pero Irinyi había terminado segundo detrás del italiano Sansone Valobra, quien ya en 1828, lo había precedido en la fabricación del fósforo de fricción.
Sansone VALOBRA nació en Fossano, provincia de Cuneo, el 24 de octubre de 1799, en una familia perteneciente a la comunidad judía local. Su padre, Israel David Valobra, era un pequeño comerciante de telas.
Al entonces pueblo, de vez en cuando llegaban compañías ambulantes o circos, que montaban espectáculos y juegos. A uno de ellos, el de Lorenzo Chey, especializado en fuegos artificiales, se habría sumado el adolescente Sansón.
Alberto Cavaglion dice en su libro: "Sin dudarlo un momento, al final de un espectáculo, se escapa de casa y sigue a la caravana Chey como aprendiz, comenzando así un largo vagabundeo y un período de aprendizaje igualmente complicado en las artes sulfurosas de una química todavía envuelta en misterio".
Le interesaban los mecanismos de activación por frotamiento a base de fósforo y azufre.
Al mismo tiempo, comenzó a interesarse por la política y a acercarse a los círculos conspirativos liberales activos en el Reino de Cerdeña. Participó en la revolución constitucional piamontesa de 1821, y se vio obligado a abandonar el Reino y refugiarse, como muchos otros exiliados políticos de la época, en el Gran Ducado de Toscana, en Livorno. 
Gracias a la ayuda de la comunidad judía de la ciudad, muy activa en el tráfico comercial y financiero de uno de los puertos mercantes más importantes del Mediterráneo, puso en marcha un laboratorio para la fabricación de jabón, pero no dejó de interesarse en experimentos químicos sobre las explosiones del azufre, ni de participar en actividades políticas.
Se unió a los grupos de los Carbonarios (sociedad secreta de carácter nacionalista liberal), cuyos objetivos eran derrocar el absolutismo monárquico, implantar los principios del liberalismo y la elaboración de una constitución.
A partir de 1825 el Gobierno Toscano inició una serie de altas investigaciones policiales para reprimir a los Carbonarios en el Gran Ducado y Valobra se vio obligado a exiliarse por segunda vez, dejando Livorno en 1827 e instalándose en Nápoles. 
En la capital del Reino de las Dos Sicilias, aprovechó los resultados de sus experimentos químicos. Instaló un laboratorio para la confección de fósforos -brichèt-, palitos en cuya extremidad aplicó una mezcla de fósforo, clorato de potasio y caucho que si se frotaba, desencadenaba la combustión. El invento concebido y comercializado por Valobra fue inmediatamente un gran éxito, tanto que ya a finales de 1828 se convirtió en el proveedor de los nuevos fósforos en la corte del rey Francisco I de Borbón. Los fósforos se consideraban casi un artículo de lujo al principio, y en la corte borbónica se vendía una caja por el precio de un ducado, y cada una contenía solo veinte piezas. Luego, con el avance de las industrias manufactureras, se transformó de uso común y se convirtió en parte de la cultura popular.

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