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La historia de los deshollinadores

Estos niños llamados rusca (del piamontés rusché = trabajar duro) tocaban las puertas al grito de «SPAZZACAMINOOOO, SPACIAFORNEEEL» (deshollinador), para ofrecer sus servicios, igual que hacían los afiladores, los paragüeros, etc.

Cultura 30/10/2021 Redacción Redacción
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Fue, la de los pequeños rusca, una vida de trabajo, privaciones y sufrimientos.
De hecho, la limpieza se realizaba a mano, trepando por el interior de las chimeneas y raspando el hollín con un hierro curvo, mientras que para la limpieza que se realizaba desde el exterior, se utilizaba un manojo de ramas con hojas, bajado con una cuerda.
Durante el ascenso, los niños limpiaban tres lados de la chimenea y luego raspaban el cuarto durante el descenso. Subían descalzos, sosteniéndose con las rodillas y los codos en paredes opuestas, ahogándose en la oscuridad durante una hora y media con el hollín. Al llegar arriba el niño tenía que gritar «deshollinador» o mover el brazo fuera de la chimenea para demostrar que la limpieza había sido realizada a lo largo de toda la longitud del tubo. Generalmente se le pagaba al patrón con poco dinero y a los niños con un plato de sopa.
Era un trabajo agotador, que a menudo comprometía la salud física. Pero poco importaba si esta explotación causaba raquitismo, enfermedades pulmonares o, peor aún, una alta mortalidad infantil, sin olvidar que estos niños no recibían una nutrición adecuada para el crecimiento óseo, lo que implicaba una complexión delgada y una estatura baja, funcional al oficio y, normalmente, mantenida como tal por los patrones, que no les daban de comer, dormían en malas condiciones y la ropa apenas alcanzaba para protegerse de las frías temperaturas invernales.
Sucios, hambrientos y asustados, los pequeños deshollinadores se veían obligados a mendigar por las calles de las ciudades, ya que sólo en ocasiones recibían un trozo de pan o ropa vieja por parte de clientes compasivos a los que realizaban la limpieza de las chimeneas.
Existen evidencias de un accidente que le sucedió a un niño de 13 años, «el pequeño rusca» Faustino Cappini, de Re, del Valle de Vigezzo, que murió en los años treinta electrocutado al tocar los cables de alta tensión que estaban fijados a la chimenea, en el momento en que extendió la mano para gritar «deshollinador» y mostrarle al cliente que había llegado a la cima. Parece que la empresa eléctrica pagó una modesta compensación a la familia.
Eran otras épocas, que poco a poco fueron cambiando, gracias también a la ayuda de los primeros Patronatos, nacidos con la intención de remediar las condiciones inhumanas a las que estos niños eran llevados.
Aproximadamente desde 1870 les proporcionaban un mínimo de asistencia con ropa y comidas calientes e intentaban enseñarles a leer y escribir los domingos. Pero, por otro lado, estas ayudas atraían a numerosos deshollinadores de los suburbios a la ciudad, el trabajo comenzó a escasear y la competencia se hizo aún más feroz, por lo que los diferentes grupos se enfrentaban violentamente para dominar uno u otro barrio.
Posteriormente nacieron sociedades de ayuda mutua entre los deshollinadores, pero aunque animadas por las mejores intenciones, poco después de la fundación la mayoría de estas cooperativas se disolvieron, ya sea por falta de espíritu de colaboración o porque, como en algunos casos, las personas que gestionaban los fondos los utilizaban para intereses personales o porque en realidad no podían mejorar la condición de estos desafortunados niños.
Algunos resultados más concretos se obtuvieron con las diversas obras religiosas inspiradas precisamente a favor de los pequeños deshollinadores, que se proponían que los niños estudiaran en cursos nocturnos, y por supuesto, educarlos en el catecismo.
El 27 de diciembre de 1873 se inauguró en Turín la Sociedad de Patrocinio de los Pequeños Deshollinadores, de inspiración laica, aunque bajo la protección y tutela de Don Giuseppe Cafasso.
En Turín, para Pascua, se organizaba una comida colectiva en la que participaban numerosos niños (unos 150) donde personas de los más variados estratos sociales -incluidos los nobles- participaban en la preparación y distribución de la comida como voluntarios. A los pequeños deshollinadores ciertamente no les importaba demasiado estar limpios y vigorizados adecuadamente, sino que se preguntaban por qué damiselas y condesas llenaban sus platos y se lamentaban que sólo pasase una vez al año y quedasen otros 364 días de hambre y trabajo pesado.
Tras las numerosas iniciativas laicas y religiosas, a los intentos de cooperación entre los distintos deshollinadores, al mejoramiento general de las condiciones sociales de los trabajadores, la situación fue mejorando, pero el problema de la explotación infantil sólo desapareció efectivamente después de la Segunda Guerra Mundial con la expansión de los nuevos sistemas de calefacción a nafta, gasoil y gas.
Ciertamente no fue un cambio brusco, pero a partir de la posguerra la solicitud de limpieza de las chimeneas disminuyó progresivamente, por lo que los deshollinadores tuvieron que recurrir a nuevas tareas, o desplazarse largas distancias, lo que no era apto para los niños. Muchos se convirtieron en vagabundos solitarios, muchos simplemente se las arreglaron con otra cosa. Pocos, más tarde, tuvieron suerte, lograron cambiar de trabajo, entraron en el comercio y volvieron con dinero.
Hasta los años ‘70 algunas empresas deshollinadoras resistieron, porque las calderas a carbón o combustible líquido tenían que limpiarse regularmente. Pero tras la afirmación definitiva del gas metano, casi todos los deshollinadores desaparecieron y el oficio, al menos en Italia pareció desaparecer. 
En el extranjero, sobre todo en países con climas más fríos, el trabajo del deshollinador nunca desapareció y supo adaptarse y evolucionar de la mano de la tecnología de los generadores de calor. De hecho, en países como Alemania o Francia hoy el maestro deshollinador tiene una autoridad de validación y control de los sistemas de calefacción que es comparable a la de un oficial de seguridad pública.
Desde mediados de los 80 el oficio volvió a renacer en Italia, impulsado por el mercado que recurrió, con constante crecimiento, a la leña como alternativa concreta a los combustibles fósiles.
Las cosas mejoraron en los años 90 gracias también al trabajo de la A.N.FU.S Associazione Nazionale Fumisti e Spazzacamini (Asociación Nacional de limpiachimeneas y deshollinadores) y la solicitud de limpieza de chimeneas aumentó en proporción a la difusión de campañas publicitarias para concientizar sobre los problemas de mantenimiento y control de las calderas de los pequeños sistemas térmicos, ayudando a prevenir la intoxicación por monóxido de carbono e incluso posibles incendios.

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