El nuevo Atlético del viejo Bieler

Todos los hombres que amamos el fútbol recordamos aquellas tardes de campito. Llevamos horas jugando un picado y se está haciendo de noche. Una madre llama y entonces alguien grita: “El que mete el gol, gana”. Y el partido se pone serio porque no es cuestión de irse a dormir fracasado. Dejamos de “jugar a la pelota” y pasamos a “jugar al fútbol”. Buscamos no perderla y se la damos al mejor que tenemos o al que hace los goles, porque ellos nos pueden salvar.
El Atlético del primer tiempo jugó al gol-gana. Convirtió el tanto con una enorme definición de Esquivel, un futbolista tan desequilibrante como intermitente, y puso el desarrollo en el freezer. Es cierto que cerró los caminos hacia el arco de Sara, pero también lo es que se olvidó de mirar el de enfrente. Se puso serio cuando faltaba demasiado tiempo para ese llamado que cerraba la jornada. Lo bueno fue que, en un torneo donde en general omitió jugar el primer tiempo, se fue al descanso siendo ganador y sin pasar angustia. Como esta vez no hizo falta que Otta les lave la cabeza en el vestuario, volvieron igual. Y el fútbol siempre depara sorpresas. Un error de Guillermo Sara, algo curioso en él, le dio vida a Morón y conmocionó a Atlético. Entonces el equipo hizo lo del campito, dársela al mejor o al goleador.
Apenas terminó el partido puse la transmisión de Valencia-Barcelona. El Culé perdía y casi se despedía del campeonato. Pero Messi tomó el comando. Se la dieron más que nunca. Generó un penal, lo erró pero convirtió en el décimo rebote. Fue clave para desnivelar el desarrollo y terminó haciendo el tercer gol con un tiro libre memorable. Sí, Barcelona ganó. En el Monumental, el que tomó la posta fue el goleador. Bieler no es Messi, pero tiene su mismo optimismo para sentirse desequilibrante, y no le importa fallar en el intento. Antes de su gol, tras veinte rebotes en el área, había defeccionado llamativamente en varias oportunidades. Pero su tanto, bien de goleador, fue clave. Como lo fue su segundo gol, golazo en realidad, para cerrar la historia. Con un goleador, la existencia de un equipo se simplifica. Puede ganar sin jugar bien, puede sacar provecho de acciones intrascendentes o de rebotes que sólo son captados por su sexto sentido. Cuando impone su ley, muchas otras cuestiones del juego pasan a ser relativas.
Algunos equipos compiten por la dignidad y otros por el título, pero la mayoría necesita meter un gol para jugar a su mejor altura. Se trabaja mucho en inmovilizar al rival, pero poco en provocar sus errores. El que recibe el gol está obligado a cometer imprudencias, y el que lo marca tiene el privilegio de aprovecharlo. Atlético debió valerse de ese tanto en la primera etapa, pero no lo hizo y puso en riesgo la victoria. Lo bueno fue que cambió a tiempo por su goleador. Y también cambió su presencia en el torneo. Ese equipo del comienzo que solo competía con dignidad, ahora lo hacer para ser campeón.
El viejo Bieler, ese goleador implacable, sigue vigente y ha transformado, con la ayuda de un entrenador con corazón caliente y un equipo serio y enfocado, al viejo Atlético en uno nuevo y esperanzador. En un tiempo de bocas tapadas, la tarde del domingo nos mostró a grito pelado. Y felices.