Las 500 Millas de Nochebuena y un tal Juan Manuel Fangio 

El inolvidable Alfredo Parga, en su Historia Deportiva del Auto­movilismo Argentino, que editara por fascículos el diario La Nación, dejó sentado el acontecimiento con una sentencia inapelable: "pasa una vez y no es un sueño". En una publicación dominada por el recuerdo de los grises de las primeras décadas del siglo pasado, el espacio dedicado a rememorar las 500 Millas de 1950 tiene el brillo del color. Los editores eligieron una ilustración de Jorge García, donde resalta un auto con las formas de los monoplazas de la época, de un brillante azul sobre un fondo amarronado y con un piloto equipado con casco. Los colores tienen un sentido: "Rafaela se viste de cierto azul Francia", tituló don Alfredo, en una exquisita metáfora de aquella frase de Charles De Gaulle que identificó sus memorias e inspiró el mandato de la V República: "una cierta idea de Francia".

El "azul Francia" refería a los Talbot Lago T26C, también conocidas como Talbot 4500, con las que la escudería francesa había decido competir en las 500 Millas Argentinas. Sí, las 500 de Rafaela. Acá nomás, en el viejo circuito ubicado en la prolongación de Bv. Roca. Y para esas tres máquinas –otra vez se apela a la prosa inigualable de don Alfredo- de "rancio linaje, concebidas, construidas y preparadas para rodar sobre el más aterciopelado piso de las mejores pistas del mundo, que se animaban a caminar la tierra de Rafaela", se eligió a tres pilotos de jerarquía superior: nada menos que los argentinos Juan Manuel Fangio y José Froilán González y el francés Luis Rousier.

En la memoria histórica del deporte rafaelino aquella competencia todavía no tiene el homenaje que se merece. Si las comparaciones resultan odiosas, igualmente pueden ser útiles: sería como si un equipo de punta de la Fórmula 1 actual decidiera sentar a las mejores figuras –un Lewis Hamilton o un Sebastian Vettel, faltando el respeto a la figura incomparable de nuestro Chueco de Balcarce- llegara a Rafaela para correr una competencia de 500 Millas. Tal el reconocimiento que tenían las 500 de Atlético, tal el prestigio que confería competir en ellas y ganarla. Sin embargo, pocos se acuerdan de aquella jornada histórica.

Ese mes de diciembre marcaba el cierre de un año que ya había visto a Fangio consagrado como subcampeón en el primer campeonato mundial de automovilismo. Se había presentado en Europa por primera vez en 1947, mientras el Viejo Continente empezaba a recuperarse de la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Los compañeros de Fangio no tenían menos pergaminos que él: Froilán le daría al poco tiempo la primera victoria a Ferrari en F.1 y Rousier venía de ganar las 24 Horas de Le Mans en ese mismo año. Los tres llegaban al Bv. Roca, al Oeste de Rafaela, esa localidad a la que todavía le quedaba con cierta holgura el traje de ciudad, perdida en el medio de la Pampa Gringa argentina, a correr una competencia de autos en un día de Nochebuena, en un tiempo de comunicaciones difíciles y rutas imposibles. 

La lluvia y el maestro

Originalmente, la carrera estaba prevista para principios de mes. Pero el viernes 30 de noviembre, día de las pruebas de clasificación, amaneció lloviendo. Siguió lloviendo el sábado 1. La prueba se postergó. Y la fecha fijada, mirada con los ojos de este siglo, parecía imposible: 24 de diciembre. Sí, se correrían las 500 Millas el día de Nochebuena. Y los Talbot franceses habían atraído a una multitud enfer­vorizada a los campos del Oeste de Rafaela. Aunque a la mañana del sábado 23 llovieron 10 mm., Fangio clavó la pole a 207,980 km por hora. En la tierra mojada los Talbot volaban, pero sólo el Chueco y Froilán habían superado los 200 km por hora de promedio en la vuelta más rápida. 

Dicen que el 24 de diciembre la tierra del circuito estaba com­pactada y consistente, gracias a la humedad aportada por la lluvia del día anterior y el sol del verano. Los tres Talbot en la primera fila son una postal eterna de las 500 Millas. Y todos los ojos estaban puestos en Fangio, incluso los de sus colegas pilotos. Por eso el comisario deportivo adjunto, Ángel Neira, se lo llevó aparte a Fangio antes de comenzar la actividad, para hacerle un pedido muy especial. ¿Qué le solicitó? Que usara el casco reglamentario. "Si no lo usa usted, no se lo pone nadie", le rogó. El Chueco le hizo caso, porque era un maestro en todo sentido. Y fueron las primeras 500 Millas en donde los pilotos utilizaron un casco reglamentario, medida de seguridad precaria, pero que para la época significaba todo un paso adelante.

La carrera en sí tuvo poca historia, dado el dominio apabullante de las Talbot. A las 5 vueltas, Fangio lideraba con un promedio de 183,54 km por hora por vuelta. La lucha se había reducido a un duelo entre Fangio y Rosier, porque González lidiaba con un problema de bujías que primero lo mandó a boxes y luego lo hizo abandonar. Con veinte vueltas, los Talbot ya le habían sacado una vuelta a los Mercedes de José Fanto y Luis Brossutti.

Al llegar a la meta, con 92 giros al circuito rafaelino, Fangio le había sacado un minuto y 22 segundos a su compañero de equipo Rosier, y ocho vueltas al tercero, Brosutti, con Mercedes. Fangio acababa de correr una de sus últimas competencias en suelo argentino, y estaba ya en el camino a convertirse en una leyenda mundial, obteniendo 5 campeonatos mundiales a partir de 1951, el año que comenzaría a la semana siguiente de aquellas 500 Millas legendarias. En los relojes, el Chueco de Balcarce había roto todos los antecedentes previos: en 4 horas, 32 segundos y 37 centésimas, promedió –circuito de tierra, a no olvidarlo- 177,09 kms. por hora. Un ritmo infernal, que también dejó otro dato: el récord de vuelta al circuito de 8.746,1 metros que se había dibujado en la prolongación de Bv. Roca fue a 201.06 km/h. 

Fue un día de Nochebuena, hace 70 años. Un capítulo glorioso de la gesta eterna de las 500 Millas Argentinas.