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Los indios en Corrientes: las Culturas del Desierto

Opinión - Enfoques 23/01/2022 Redacción Redacción
indios

Por Jorge Deniri. «Hecho yo cargo por primera vez del de la provincia de Corrientes, – (del gobierno)- y persuadido muy de antemano que, para contener a los indios misioneros, no había otro remedio que hacer con ellos, y con el mismo derecho, lo que Santa Fe con los guaicurús, Buenos Aires, Córdoba y Mendoza con los pampas, Santiago con los avipones (sic), y las demás provincias con los que tienen fronterizos, me dispuse a sujetarlos a todo trance».

El párrafo anterior, claramente reconocible como de la pluma de Pedro Ferré, lo dejé aparte de modo expreso en la nota anterior, para servir de pórtico a estas reflexiones, atinentes específicamente a nuestra provincia.

Con el estilo envidiable y la pulcritud de vocabulario que caracteriza su prosa, Ferré no obstante, no se aparta del objetivo general que tienen en vista todas las autoridades fronterizas de la época con los indios, que en definitiva, es conseguir, como sea, eliminarlos como amenaza permanente.

 
Ferré plantea muy claro cuál es el problema que los indios representan, arguyendo que «no se diga que los indios misioneros son acreedores a mil consideraciones, porque estaban sujetos a pueblos arregladísimos, y que tenían distintas costumbres, y distinta educación de las demás tribus indígenas…porque si esto se puede decir con exactitud respecto de los misioneros ahora, del mismo modo se puede decir de los guaicurús, mocovís o charrúas…en Santa Fe, y no recuerdo qué otros en las demás provincias, reducidos por los jesuitas y los frailes; y el transcurso, después que estos les faltaron, el agiotaje con que concluyeron las inmensas estancias que aquellos criaron para sostenerlos, su inercia natural. Y últimamente los accidentes de la revolución, los relajaron de tal modo que han sido y son el azote de las provincias a que pertenecieron».

Coincidiendo con él, distintos autores, entre los que destaca Sarmiento, también atribuyen el retorno a los hábitos predatorios anteriores a la evangelización, a la destrucción del sistema de comunidades de los Jesuitas.

A esto habría que agregarle el avance portugués sobre los ganados y los terrenos de pastoreo de las Misiones Orientales, las que invadieran hacia 1804. Estrechados fuera de sus posesiones tradicionales, los guaraníes misioneros se tornaron eficaces cuatreros de las estancias correntinas. En su momento he sostenido animadas discusiones con Alejandro Larguía, un erudito historiador misionero, que retrasaba cronológicamente ese abigeato caratulándolo de «vaquerías». Creo que lo relevante, en definitiva, es tener en claro que la situación de esos indios, huérfanos si se quiere después de la expulsión jesuítica, es muy diferente a la de los «salvajes» de otras regiones.

 
La misma Corrientes tiene toda una historia de invasiones a manos de los indios, comenzando por el momento fundacional, cuando en 1588 los aborígenes comarcanos atacan el célebre «Pucará». En el siglo XVII, en 1623 los Abipones, atacando a otros indios, destruyen las reducciones de Ohoma y Santiago Sánchez, en 1628 la sublevación de los Guaraníes del Tapé perpetrada bajo el influjo del célebre hechicero Ñezú, culmina con el martirio de San Roque González, en 1639, una coalición de Ohomas, Frentones y Calchaquíes ataca y destruye Concepción del Bermejo, los supervivientes huyen a Corrientes y los indios Guácaras recalan en Santa Ana. En 1638, los Caracarás (caingangs) arrasan otro poblado indígena, Santa Lucía, que será atacada nuevamente en 1653 por los Abipones y en 1686 por los Charrúas. Ya en el siglo XVIII, los Charrúas y Bohanes asolan Yapeyú, y, por no abundar, ya entrado el siglo XIX, en 1822 es atacado el puerto de Goya por una incursión de indios chaqueños, siendo repelidos por el mismo gobernador, que de paso por el río se pone al frente de la milicia local. Contra los indios chaqueños hubo de organizarse una extensa línea defensiva.

Pero, como puede cotejarse de una lectura comparativa, así como los «indios» guaraníes, relictos de las reducciones, no son comparables al «salvajismo» de los abipones y guaycurúes, todas esas etnias no resisten punto de semejanza con la barbarie de lo que identificaré como «culturas del desierto». Aquellas que Enrique de Gandía englobó diciendo: «Ahora está de moda proteger los pobres restos de algunas tribus indígenas. La humanidad así lo impone y debemos unirnos en este esfuerzo sublime. Pero es preciso también, no olvidar una verdad: el indio enemigo de los argentinos, contra el cual combatimos cerca de cuatro siglos, jamás contribuyó en nada al engrandecimiento de la Argentina…», y yo agrego que hoy vemos a sus descendientes renegar de nuestros símbolos y nuestros próceres y de cuanto represente al país, a vista y paciencia de autoridades que más que los tres clásicos monos japoneses, aparecen cómplices.

Los guaraníes misioneros, más allá de las legítimas diatribas de grandes hombres como Pedro Ferré, afiatadas en fenómenos y percepciones de su propio tiempo, a nosotros sí nos han aportado en definitiva todo un conjunto de elementos lingüísticos, gastronómicos, musicales, artísticos, y sociológicos de gran valor para nuestro plexo cultural, para en definitiva, plasmar esos rasgos identitarios que interpretamos como correntinidad. Algo que creo mucho más rápido y fácil de explicar con nuestros sentimientos que con el conocimiento histórico.

 
Volviendo a lo general, los europeos, con su llegada a América, incorporan dos bienes culturales inigualables: las vacas y los caballos. Y no estoy hablando solamente de Ibero América, sino también de América anglosajona.

Para los indios, hay un antes y un después del caballo a nivel continental. No sucede lo mismo con las vacas, porque en América del Norte están disponibles los búfalos y la égida del indio de las llanuras se agosta con el exterminio del bóvido, pero en todo el continente, con sorprendente velocidad, el «salvaje» se convierte en un jinete poco menos que inigualable, y uno de los mejores que haya conocido el mundo. Cerca nuestro, son los abipones los que ganan con el caballo celeridad para sus ataques. Sin embargo, al sur de Mendoza y la línea del Salado en la Provincia de Buenos Aires, las parcialidades indias son de una complejidad tal que requiere explicar mínimamente las diferencias entre las más potentes, los calfucuraches araucanos invasores desde Chile (hoy rebautizados «mapuches»), los pampas de origen tehuelche y los ranqueles, provenientes también de la Araucania. Esa frontera viva que constituye un frente de pelea desde 1535 y en el que el vencedor sistemático es el indio durante 350 años en los cuales los criollos se juegan la vida de miles de seres humanos, soportan pérdidas económicas demoledoras y viven con una intensidad estremecedora sensaciones de inseguridad e indefensión, en el contexto de un proceso histórico no solo mucho más prolongado, sino más violento y de una intensidad mayor que la misma Guerra de la Independencia, que con sus 30.000 bajas en unos 180 combates terrestres y navales (Ras dixit), se condensa en apenas 14 años. Si se lo piensa un poco, comparativamente a la épica acuñada en torno a sus propias marchas, para el caso sobre el Oeste de naciones como Australia, Canadá o Estados Unidos, nuestra conquista, que según Alsina era una lucha contra el desierto y no contra el salvaje, carece de toda «grandeur», algo difícil de explicar aunque hay autores que lo relacionan con la desmesurada «grieta» originada por los secuestros, violaciones y preñeces de las mujeres apropiadas violentamente, el robo de los niños y los asesinatos de los varones y los ancianos.

Es que el si se quiere romántico vocablo «cautivas», maquilla pero no elimina el atentado sistemático contra las mujeres, «humilladas de día y sometidas de noche», «condenadas a un destino peor que la muerte» según se decía entonces, forzadas a concebir mestizos como Pincén, Baigorrita y su hermano Lucho, frutos del vientre de cordobesas, o el mismo Ceferino Namuncurá, hijo de la chilena Rosario Burgos con el sucesor de Calfucurá.

Quedan por analizar, las conductas, tácticas y armamento de los indios y su evolución respecto de las fuerzas militares, las relaciones de los chilenos y las «grietas» argentinas con la prolongación de las luchas contra los indios. La incidencia transcordillerana de los delitos y complicidades de civiles y militares argentinos y chilenos con los indios, la cosmovisión subcontinental desconocida y solitaria de Roca al respecto, y la también prácticamente ignorada relación de Corrientes con la etapa final de la «conquista del desierto» y el Chaco. La relación con Bolivia y Paraguay. La visión de autores como Hernán Gómez y Valerio Bonastre. Incluso algo más sobre la campaña de Rosas entrevista por Roca.

También el análisis de las vinculaciones entre indigenismo, gramscismo y setentismo en la cosmovisión actual del autodenominado progresismo sobre los indios y la campaña del Desierto. Y una reflexión final sobre los restos de Ceferino Namuncurá (2009) y la ofensiva mapuche.

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