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La rosarina que confeccionó la bandera que creó Belgrano

Olvidada por la historia oficial, la importancia simbólica de la mujer que cosió la enseña que el prócer izó por primera vez en febrero de 1812 está en el centro de una miniserie que estrenó el Canal Encuentro.

Cultura 21/08/2021 Redacción Redacción
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El día en que la bandera argentina fue enarbolada por primera vez, el 27 de febrero de 1812, a orillas del Paraná, en Rosario, frente a las baterías de artillería llamadas Independencia y Libertad, había una mujer entre los muchos hombres que poblaban la escena comandada para siempre por el general Manuel Belgrano.
Esa mujer, que se llamaba María Catalina Echevarría de Vidal y tenía 29 años, había confeccionado ese primer estandarte patrio cosiendo durante cinco días retazos de tela azul y blanca, conseguidos en el almacén de ramos generales de su familia, a los que agregó hilos dorados en la terminación, pero hasta ayer nomás era una ilustre ignorada por la historia oficial argentina.
Durante su estadía en Rosario, donde había sido enviado a fines de enero de ese año para intentar detener las incursiones realistas fortificando las defensas sobre el río Uruguay, Belgrano se alojaba en la amplia casa familiar de los Echevarría, por una invitación del mayor de los tres hermanos varones de María Catalina, un abogado que tenía una activa vida política en aquella sociedad, Vicente Anastasio de Echevarría.
Los cuatro hermanos Echevarría, hijos de ricos comerciantes, habían quedado huérfanos cuando María Catalina tenía dos años, por lo que la casona familiar era en rigor la de su padre adoptivo, Pedro Tuella, un español que ejercía como maestro y funcionario, en aquel pueblo llamado Capilla del Rosario, una aldea que crecería hasta convertirse en una gran ciudad.
María Catalina, que pertenecía a la élite económica y cultural del pueblo, necesitó la colaboración de dos vecinas para completar el encargo de la confección de la primera bandera nacional, que para Belgrano resultaría un verdadero tesoro, si se tiene en cuenta que la llevó a su campaña con el Ejercito del Norte, y cuando sobrevino en el Alto Perú la derrota de Vilcapugio, en 1813, ordenó ocultarla, de tal manera que no cayese en manos enemigas.
Es por estas raras circunstancias, que cuando la enseña patria original fue encontrada intacta más de cuarenta años después, en 1855, escondida en una iglesia en el pueblo de Macha, actual territorio de Bolivia, fue destinada a un museo en Sucre, llamado Casa de la Libertad, del que salió la réplica que desde hace unos años puede observarse en Rosario en el Monumento a la Bandera.
Lo más llamativo de estos hechos es que hasta hace poco la historia oficial argentina parecía no estar al tanto de la labor que lideró María Catalina, a partir de su relación de amistad con Belgrano, con el que mantuvo animados diálogos durante las tertulias en su casa, aunque en Rosario el boca a boca había conservado durante dos siglos algunos de los detalles principales de su colaboración con él.
Hace nueve años, de hecho, al cumplirse dos siglos de aquella gesta, que incluía una desobediencia del prócer al poder central, una placa colocada en el Pasaje Juramento, a metros del Monumento Nacional a la Bandera, se convirtió en el primer recuerdo formal tributado a Echevarría de Vidal por las autoridades de su ciudad natal.
El respeto rosarino a su figura es innegable: en la Sala de Honor del Monumento a la Bandera hay un relieve que ilustra el momento en que María Catalina le entrega a Belgrano el estandarte original, que ella misma llevó hasta las orillas del Paraná, en la Catedral su figura aparece en un vitral que ilustra La Jura y ahora existe una calle que lleva su nombre.
Los investigadores tienen claro que una semana antes del hecho histórico, Belgrano le pidió a aquella descendiente de vascos ayuda para la confección de la bandera con que imitó los colores de la escarapela nacional, recibiendo un entusiasmado sí como respuesta, y no sólo porque María Catalina era una buena costurera, sino porque adhería de modo ferviente a sus ideas, a diferencia de una parte de la sociedad patricia que integraba.
Su presencia en la ceremonia del 27 de febrero de 1812 es una muestra clara del protagonismo que tuvo aquella joven luego ignorada por los documentos en el detrás de la escena del izamiento inicial del estandarte, ya que era «absolutamente infrecuente», apuntan los historiadores, que hubiera mujeres en los actos militares de entonces, salvo que estuvieran al servicio de las fuerzas armadas o fuesen esposas de oficiales.
La participación de mujeres que no figuran en la historia oficial en hechos importantes de la historia real, que hoy pueden ser revisados desde otra perspectiva, es el marco en que elige para narrar estos hechos una serie de cuatro capítulos realizada en Rosario, que estrenó hace unas semanas el canal Encuentro, bajo el título de «Catalina, la mujer de la bandera».
El aporte de los feminismos al análisis de la historia argentina ha derivado en que hoy existan numerosas líneas de investigación que extienden el abanico a las causas de la emancipación política del siglo XIX a terrenos que van más allá de las valientes que tomaron las armas, como Juana Azurduy o María Remedios del Valle.
El asunto de cómo se tiende a escribir una parte de la historia, resaltando los personajes principales en desmedro del resto, motivó hace décadas un notable poema del dramaturgo alemán Bertolt Brecht: «El joven Alejandro conquistó la India/ ¿Él slo?/ César derrotó a los galos./¿No llevaba siquiera cocinero?//Felipe de España lloró cuando su flota/fue hundida./ ¿No lloró nadie más?».
La serie de Encuentro agrega un enfoque, sintetizado en la voz de la protagonista, la actriz rosarina Romina Tamburello, que sostiene que coser la bandera no fue la verdadera hazaña de Catalina, que en todo caso deber ser apreciada porque además de «resistir al olvido y desafiar los documentos históricos» dejó un legado que perduró en la memoria popular, «conformando un relato paralelo al de los libros y documentos».
«Darle a su labor invisible un lugar en la historia de nuestra Nación es la tarea de quienes la rescatamos», apunta la voz, con un tono que preside el desarrollo de esta serie en que el rompecabezas de la figura va siendo armado por distintas historiadoras que construyen un relato con una subrayada perspectiva de género.
«Las cocineras que se encargaban de alimentar a los ejércitos, las damas de elite que organizaban tertulias, las que conspiraban mientras realizaban labores de punto en el estrado, las viudas que tomaban el lugar político de sus maridos, las mujeres que confeccionaban los uniformes de batallas», son parte de una marea que en general fue omitida, planteó Tamburello en una entrevista.
El caso de María Catalina, que vivió hasta 1866, resulta clave, entonces, para entender cómo los historiadores tradicionales, salvo excepciones varones, consideraron muy poco las tareas de las mujeres en el proceso revolucionario de emancipación del Imperio Español, plantea a su vez la experta Griselda Tarragó, que es docente en las Universidades nacionales de Córdoba y Rosario.
Los datos sobre su vida son escasos, pero atractivos: María Catalina fue criada por la familia Tuella y en el momento en que conoció a Belgrano estaba casada desde dos años antes con un comerciante, Juan Manuel Vidal, que luego sería alcalde de Capilla del Rosario, y con el que tendría a su única hija, Natalia Vidal de Fernández.
Cuando Belgrano se alojó en la casona familiar, ante la insistencia del hermano mayor, que antes lo había acompañado en la llamada Campaña del Paraguay, la causa de la Revolución de Mayo estaba verdaderamente en peligro, no sólo por la reacción española que sobrevendría sino también porque existían muchos enemigos internos.
Por eso, en el discurso que pronunció el 27 de febrero aquel prócer que había estudiado en España abogacía y moriría ocho años más tarde en Buenos Aires en la absoluta pobreza, pidió a sus subordinados que jurasen lealtad para vencer a «los enemigos interiores y exteriores», augurando victorias que harían que América del Sur fuese «el templo de la independencia y la libertad».
En la investigación para el documental, los responsables se encontraron con una descendiente de Catalina, Gabriela Fernández Díaz, que había sido parte de un colectivo llamado «Alta en el cielo», un proyecto rosarino del que salió la llamada «La bandera más larga del mundo», en que también estuvo involucrado un descendiente de Belgrano.
«La bandera más larga del mundo», cosida durante 14 años y presentada en público el 27 de febrero de 2012, en el transcurso de un acto de grandes proporciones en el Monumento Nacional a la Bandera, fue una iniciativa del periodista Julio Vacaflor y tiene la friolera de veinte kilómetros de extensión, por lo que debió ser portada aquella vez por miles de ciudadanos.
Para Tamburello «si el relato tradicional es un raconto de batallas y logros políticos de los hombres en el que algunas mujeres figuran gracias a haber ido a la guerra», sería bueno recordar que «hay un paisaje que nos estamos perdiendo» con las omisiones, deliberadas o no, y eso «no sólo es una deuda con el movimiento feminista sino también con la Historia y sus actores olvidados».
«La labor de Catalina –dice su voz en off en el documental, que incluye un notable aporte de animación- pasó inadvertida por los relatos tradicionales de la historia: confeccionar la primera bandera no era un hecho político sino un quehacer doméstico que se daba por sentado. La ausencia de mujeres en algunos relatos que conforman la historia es un agujero difícil de remendar, pero no imposible».
Es posible que eso esté pasando, con proyectos como el propio documental, producto de una época en que el Ministerio de Cultura a la hora de evocarla recuerda que «María Catalina no es un nombre más en nuestra historia» ya que por sus manos pasaron «el honor y la gloria de haber cosido un pedacito de nuestro ser nacional». Carlos Polimeni.

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