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La pelea que paralizó a un país

El 7 de diciembre de 1970, cincuenta años atrás, Argentina se conmocionó ante un suceso fabuloso para el consumo pasional. Su impacto histórico lo convirtió en un cuento favorito de proezas populares. Ese épico traspié, su imagen de fanfarrón simpático y su trágico final transformaron a Ringo en una figura que trasciende al boxeo.

14 de diciembre de 2020Redacción webRedacción web
Bonavena-Alí

Por Oscar Martínez. "José, yo me muero a los 33, soy como Jesucristo", dice Oscar Bonavena entre bromas. Su amigo y sparring, José Menno, escucha lo que ahora resulta un presagio. Es 1972. Bonavena tiene la mano izquierda lastimada después de haber peleado con Floyd Patterson. Está deprimido. Sabe que la lesión lo hace ingresar en el final de su carrera, que le será muy difícil ser campeón mundial. "Ringo quiere morir, pero no se atreve a suicidarse", escribe el periodista Alberto Oliva. Bonavena protagonizÓ otras peleas, la última fue en el Luna Park frente a Reinaldo Gorosito, hasta que en febrero de 1976 se instaló en Reno, Nevada, contratado por Joe Conforte, regente del prostíbulo Mustang Ranch. "Muerto, estaré enterrado dentro de ti", le escribió a Dora, su mujer. La madrugada del 22 de mayo Ringo fue asesinado en la puerta del burdel. Tenía 33 años.

El viento mueve las hojas de la edición 2.670 de la revista El Gráfico hasta que se detiene, como un presagio, en la página 8 y deja expuesta la nota magistral de Carlos Marcelo Thiery. "Así cae un hombre", conmueve el título que se repite en tapa. La lectura de lo ocurrido en el Madison Square Garden de Nueva York la noche del 7 de diciembre de 1970 se cierra con "Ganó el talento de Clay, ensombrecido por la valentía de un hombre, Bonavena". Hay allí una historia, siempre la hay.

Ringo era un autodidacta en materia de promociones y desparpajos, recuerda Horacio Pagani. Pero mucho había aprendido de Cassius Clay. O de Muhammad Alí, como empezó a hacerse llamar en aquellos años sesenta, después de haberse convertido al islamismo, el que para muchos es el mejor boxeador de la historia. Bonavena, entonces campeón argentino y sudamericano como aficionado, mordió en una tetilla al estadounidense Lee Carr en los Juegos Panamericanos de San Pablo, en 1963. Después de la descalificación la Federación Argentina lo suspendió. Por eso se hizo profesional en Estados Unidos y el 1° de marzo de 1964 debutó con una victoria por nocaut en el primer asalto ante el local Lou Hicks. Unos días antes, el 25 de febrero, Cassius Clay, medalla de oro en los Juegos de Roma de 1960, se convertía en campeón mundial de los Pesados tras su espectacular e impensada victoria ante Sonny Liston. Y a sus dotes de extraordinario boxeador, veloz, variado, preciso, le sumaba su estilo provocador y altanero que despertaba adhesiones y odios al por mayor. Uno era "El bocón de Louisville", el mejor de todos los de su época. El otro, "El bocón de Parque Patricios", rindió su prueba de reconocimiento ante el público argentino en aquel choque con Gregorio Peralta, en 1965. El Luna Park tuvo un récord inigualable de concurrencia, casi 24 mil espectadores. Habían ido para denostarlo. Pero terminó comprándolos con su guapeza.

1970 fue un año trágico para la música. Se separaron Los Beatles poco antes de las muertes de Janis Joplin y Jimi Hendrix. Pero en el deporte los sonidos resultaron magistrales en México donde brilló la selección brasileña que, con cinco números diez jugando juntos, en un hecho inédito, y con Pelé como abanderado, se consagró campeón mundial. En ese tiempo, el boxeo era el deporte más popular detrás del fútbol, las ceremonias en el Luna Park de los sábados por la noche generaban conmoción. Todo, además, respaldado por triunfos internacionales extraordinarios como el logrado por Carlos Monzón en el Palazzo dello Sport de Roma ante Nino Benvenutti. Esa noche Bonavena los vio desde el ring side. "No hay en América ningún Pesado que pueda inquietarme, no existe nadie en mi horizonte, salvo Clay", le gritaba al mundo. Se desesperaba pidiendo una chance. Y finalmente la consiguió.

Alí había sido despojado de su título de campeón por su negativa a ir a la guerra de Vietnam, en 1967, recuerda nuevamente Pagani. Volvió en octubre de 1970 y le ganó a Jerry Quarry. Tenía 28 años. Ringo, también. El moreno bailarín quería recuperar el sitio que le habían birlado. Bonavena, ilustre derrotado de Joe Frazier y de Jimmy Ellis, y vencedor del alemán Midenberger, era bien conocido en Estados Unidos. Y fue, entonces, el rival elegido como trampolín para que Alí buscara ante Joe Frazier el título mundial de los pesados en el Madison.
Ringo inventó una amenaza de bomba en el avión que lo trasladaría a Nueva York (para llamar la atención de la prensa estadounidense) y a su llegada, llevó muy lejos la clásica costumbre de poner pimienta en la víspera de un combate. Llamó "chicken2 ("gallina") a Alí, se tapó la nariz apenas lo vio y hasta amagó con pegarle cuando se cruzaron por primera vez. Después se paseó con un toro por la Quinta Avenida de Nueva York en los días previos. Volvió a tratarlo de gallina con coreografía incluida en la conferencia de prensa. Como Alí solía anunciar el asalto de las definiciones esta vez eligió el noveno. Y Ringo se rió a carcajadas. Esa noche del 7 de diciembre de 1970, el país entero estuvo en vilo. Desde Firpo-Dempesey, en 1923, ninguna pelea había despertado tanta expectativa. La evidencia la dieron las calles vacías y los 79,3 puntos de rating de la televisación que fueron récord absoluto durante veinte años, sólo superado con los casi 82 del choque Italia-Argentina en una de las semifinales del mundial de fútbol de Italia, en 1990. Asistieron 19.417 espectadores al Madison y dejaron en taquilla 615.401 dólares.

Alí ya no era sólo un boxeador. Su rebeldía antibélica lo había convertido en un símbolo de las protestas antiestablishment de los agitados años 60. Lo admiraban intelectuales, pacifistas y hippies. Bertrand Russell, Jesse Jackson y Dustin Hoffman eran sólo algunos. Pero en Argentina no era fácil advertirlo. Acá, como era normal en aquellos tiempos, vivíamos en dictadura. Mandaba, por así decirlo, el general Roberto Marcelo Levingston, porque a Juan Carlos Onganía lo habían desterrado a las sierras de Córdoba. En la residencia de un neonazi, Onganía hinchaba esa noche por Ringo. A su lado estaba un joven Osvaldo Soriano, periodista de Primera Plana, queriendo entrevistarlo.

La pelea, por el título norteamericano, fue sostenida y vibrante. Alí marcó el ritmo con sus piernas y su jab fue imparable para Ringo que, sin embargo, tenía puntería con su cross de izquierda. Muhammad sumaba ventajas por la precisión del "uno-dos" hasta llegar al noveno round; el que todos esperaban por la promesa de Alí. Pero ante el estupor de los asistentes, Bonavena, a puro cross de izquierda, conmovió a Alí y lo colgó del encordado en una situación dramática que puso al ex campeón mundial cerca del KO.

Alí había caído por un empellón en los primeros segundos de ese asalto sin recibir cuenta del árbitro Mark Conn, que fue testigo de un intercambio de impactos electrizante en donde el argentino desbordó y se llevó la mejor parte. Pero no pudo rematar ni escribir la gran historia. Alí supo enfriar la contienda y recomponer su línea sobre la base de una mejor condición atlética que resultó vital para prolongar la pelea hasta el 15° round. Y allí, gracias a su cross de izquierda, aprovechó la desesperación de Ringo por buscar el KO, derribándolo en tres oportunidades, con la complicidad de Conn, que jamás se atrevió a enviar a Muhammad a un rincón neutral luego de cada una de las caídas.

El épico traspié de Bonavena causó un sentimiento de orgullo absoluto, jamás expresado hacia Ringo hasta esos momentos. Aquella pelea dejó una sensación de "dolor de alma" cuando Oscar besó la lona por última vez. Como si los golpes de Alí, secos y mortíferos, traspasaran su cuerpo y pegaran en el corazón de los argentinos, conmovidos por la misión de Ringo ante el deportista más importante del siglo que pasó.

Bonavena se ganó el derecho a no ser ignorado nunca más. Pete McCormack, el director del logrado documental "Facing Alí" se lamentó públicamente por no haber podido contar con el testimonio de "ese bocón sin igual".

Desde esa pela la gente lo quiso y lo identificó como un ídolo. Cinco días después de su muerte, más de 100 mil personas lo despidieron en el Luna Park. Fue una de las pocas veces que el pueblo se rebeló contra la dictadura. Aquella vez, casi nadie le prestó atención al estado de sitio que se había impuesto. Las calles de Retiro, en las cercanías de la casa del boxeo, explotaron. Y su historia dio paso a la leyenda.

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