
La institución del sur de nuestra ciudad celebra un nuevo aniversario. El jueves se homenajeará a los campeones del torneo Regional, mientras que este martes de cumpleaños se estrena en la Copa Santa Fe.
Este 7 de noviembre se cumplieron cincuenta años de la victoria de Carlos sobre Nino Benvenutti en Roma, en lo que significó el inicio de la extraordinaria carrera deportiva de quien muchos eligen como el mejor boxeador argentino de la historia.
09 de noviembre de 2020Por Oscar Martínez. Estadio Malvinas Argentinas, Buenos Aires, noviembre de 2018. 300 extras se preparan para sentarse en la tribuna, los hombres están vestidos con trajes grises y las mujeres lucen vestidos de gala. Se respira aire de los '70. El interior del estadio tiene montado al medio un ring, iluminado desde arriba por una parrilla. Los técnicos están dentro del cuadrilátero descalzos para no marcar el terreno. El piso es verde, las cuerdas rojas. Es como ver la pelea inolvidable, pero a color. Con una bata celeste, Mauricio Paniagua, o, mejor dicho, Carlos Monzón, espera que lo peinen y le venden las manos. Además de los 20 actores, más de 100 personas del equipo rodean el ring, prueban luces y esperan a que Jesús Braceras, el director de la serie inspirada en la vida del campeón, dé la señal para empezar. El público se sienta en las sillas que rodean el cuadrilátero, las luces se apagan. Paniagua, que tiene un increíble parecido con Monzón, camina hacia el ring, y el director les pide a los extras que lo "abucheen". Se sube al cuadrilátero y mueve los puños, como entrando en calor. Lo hace una, dos, tres veces hasta que la escena queda lista. Y los recuerdos, para los que vimos la pelea "de verdad", erizan la piel.
Carlos Monzón nació un 7 de agosto de 1942, "En un piso de tierra", como aclara en su libro, "Mi verdadera vida", (Editorial Atlántida 1976). Allá en San Javier, Santa Fe, había hambre, inundaciones y pobreza. La suya no fue ninguna excepción, solo que para él, el modo de abrirse camino en la vida fue vender diarios o repartir leche. Hasta que un día entró en un gimnasio de boxeo. Después de todo, ser boxeador era también tener la chance de lograr prestigio. Para 1960, buscó a un técnico que ya era famoso en Santa Fe, don Amílcar Brusa. "Hubo cosas que no me gustaron y yo quiero que me entrene usted, don Amílcar". Nunca se tutearon y formaron un binomio extraordinario. Brusa entrenaba boxeadores en el club Unión. Y Monzón era fanático de Colón. El viejo maestro detectó que estaba ante un hombre casi raquítico y le puso todo lo que tenía. Preparador físico, médico... y su experiencia. Tras la clásica carrera amateur, que no fue descollante en títulos, llegó el profesionalismo.
Como describe Carlos Irusta, Carlos era largo, lento, de brazos y piernas finitas, parecía como robotizado: izquierda-derecha, en uno-dos y luego cross de izquierda a la cabeza. Después, armar la guardia, volver a empezar, sin apuros. Resultado: iba lastimando, minando energías, deteriorando al rival. Hasta el final. Establecía la larga distancia, la que más le convenía (media 1,81m) y tirando el torso hacia atrás, esquivaba los golpes que sus rivales, generalmente más bajos, se veían obligados a lanzar de lejos.
De la mano de Tito Lectoure, Monzón se ganó una posibilidad de pelear por el título mundial con una campaña armada en el Luna Park y con triunfos trascendentes en su récord: dos veces sobre Jorge José Fernández, (a quien despojó de los cetros argentino y sudamericano de los medianos) y otros sobre los norteamericanos Douglas Huntley, Charlie Austin, Johnny Broks, Harold Richardson, Tommy Bethea y Candy Rosa. De sus 80 combates, apenas si había perdido tres, ante Antonio Aguilar, Felipe Cambeiro y Alberto Massi. Sin embargo, los especialistas en la materia, con excepción de los santafesinos, no creían en él. La mayoría pensaba que iba a ser barrido por el rey italiano Nino Benvenuti, uno de los mejores campeones de entonces. Una prueba más de esa desconfianza es que ninguna de las radios líderes de entonces quería comprar los derechos para transmitir desde el Palazzo dello Sport de Roma.
Estábamos a las puertas de 1971. Eran tiempos de violencia de distinto signo, de incertidumbres de todo tipo. Y de miedo. El régimen militar, autodenominado Revolución Argentina, había puesto como presidente de la Nación al general Onganía, quién fue reemplazado el 8 de junio de 1970, por el también general Roberto Marcelo Levingston. Todo lo seguíamos, por la noche, a través del noticiero de Canal 13 Santa Fe, única señal que tomaban los gigantescos televisores en blanco y negro. En la radio sonaba Led Zeppeling, con Jimmy Page respaldando con su guitarra la voz de Robert Plant que no paraba de cantar la interminable y atrapante "Escalera al cielo". Era la misma Spika portátil roja con frente plateado que, enfundada en cuero marrón, se llenaba de goles los domingos. Días en los que Independiente, campeón Metropolitano, y Boca, ganador del Nacional, eran los dueños de los gritos sagrados.
Estábamos en la era anterior al merchandising y al bombardeo constante de programas deportivos. Se esperaba el fin de semana por el fútbol y el automovilismo, que solo se podía seguir a través de la radio. El otro deporte convocante, el boxeo -aún Vilas no había "inventado" al teni, ni León Najnudel la Liga Nacional de Básquetbol- se adecuaba a la comodidad de los habitantes de una Buenos Aires que hacía de las veladas en el Luna Park todo un acontecimiento.
Nadie fue a despedir a Monzón a Ezeiza. Se fue en silencio abrazado a su sueño de gloria deportiva y a su esperanza de revancha con la vida. "A poco de llegar a Italia, fuimos al teatro "Cambra Iovanelli", lugar del pesaje. Cuando todo terminó, Nino quiso saludarme. Le clavé los ojos y bajó la mano. En ese acto, Benvenuti tomó conciencia de que el hombre con el que iba a pelear no era un adversario, sino un enemigo salvaje y despiadado. Exactamente eso pensaba yo: despedazarlo hasta que no pudiera seguir peleando más. En él veía el símbolo de mi futuro, de mi vida, de la vida de los míos…Tenía que ganarle para vivir, para iniciar el camino que regresara a una felicidad de pibe que había perdido sin darme cuenta. En los días previos me metí en la cabeza que Benvenuti no merecía vivir, al que había que matarlo en el ring. Si él ganaba, yo moría y era mi última chance. Nunca quise contactos con mis rivales, aunque no llegué a odiarlos. A Benvenuti, sí. Nunca pude explicarlo, porque no tengo nada contra él como persona, incluso le agradezco la chance que me dio, pero aquella pelea de Roma definía mi vida y eso era más importante que la caballerosidad que él tanto me reclamó desde entonces hasta ahora. Cuando estuvimos en el ring, separados por el referí alemán Rudolph Drust, en medio de las instrucciones, Nino buscó sacarme una sonrisa. Yo dije para mis adentros apretando el protector bucal: "Te mato, gringo, te mato…", relató Carlos.
Palazzo dello Sport de Roma, Italia, noviembre de 1970. Carlos Monzón camina hacia el ring donde se va a encontrar con Nino Benvenuti, el campeón mundial que va a defender el título en la categoría peso mediano. Nino lo toca para saludarlo, Monzón lo ignora y le lanza su mirada asesina: solo quiere ganar. Round a round, el argentino toma confianza y el italiano termina acorralado hasta que, en el asalto número 12, es noqueado, después de recibir primero un zurdazo y después ese memorable derechazo que va justo a su mandíbula, y cuya foto es una postal de grandeza. La desesperación y angustia se apodera de los italianos que no quieren ver caer a su campeón. La esperanza nace en la Argentina al ver la consagración de quien sería considerado el primer deportista estrella.
Monzón cobró por esa pelea 15.000 dólares norteamericanos de bolsa, más 1.000 de publicidad en el pantalón y en la bata. Se le descontaron en dólares: 20 por el trámite de revalidación de la Licencia de Boxeador Profesional en Italia; 1.000 -por extras; 260.- por una cena: 40 de propinas; 100 -para pagarle a Menno por su ayuda como "sparring"-; y el 25% para Brusa. En total, 8.145 dólares. A Monzón le quedaron 7.855 dólares. Pero fundamentalmente, esa pelea lo paró de frente a la gloria deportiva que luego terminaría por conseguir. "Cuando el avión se detuvo, miré por la ventanilla y vi la gente eufórica en Ezeiza. Allí empecé a llorar cuando pensé: existo, soy alguien, existo…"
La institución del sur de nuestra ciudad celebra un nuevo aniversario. El jueves se homenajeará a los campeones del torneo Regional, mientras que este martes de cumpleaños se estrena en la Copa Santa Fe.
En una jornada marcada por una masiva participación del colectivo docente, según los datos de fiscales los, el Frente Trabajadores de la Educación habría logrado casi el 65% de los votos. Este proyecto encabezado por Rodrigo Alonso junto con Susana Ludmer y Patricia Hernández, obtuvo de esta forma, un contundente triunfo en las elecciones de AMSAFE en toda la provincia de Santa Fe.
El sorteo será el próximo 28 de febrero, en el Autódromo Ciudad de Rafaela y donde habrá una gran fiesta.