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El match del siglo

Cincuenta años atrás se enfrentaron en Reikiavik, Islandia, el soviético gran campeón mundial con el americano genial y psicótico. El duelo puso al mundo sobre un tablero de ajedrez. La Guerra Fría, Vietnam y el Watergate. El socialismo y el capitalismo dirimiendo una de sus tantas batallas simbólicas.

Deportes - La Otra Mirada 18/07/2022 Redacción web Redacción web
la otra mirada el match del siglo

Por Oscar Martínez. "El FBI espía a Bobby Fischer al menos desde los 12 años. Desde que frecuenta la librería Four Continents, en el Greenwich Village, que tiene publicaciones en ruso. Al FBI, que busca posibles simpatizantes comunistas o agentes soviéticos, no le importa que el niño se fascine con el mensuario Shakhmatny Bulletin, que ofrece los mejores artículos sobre el ajedrez ruso. Su madre, Regina Wender, cubre las tapas de los libros de ajedrez ruso para que su hijo lea tranquilo en el subte. Regina, de simpatía comunista, es espiada desde mucho antes. El teléfono de la casa está intervenido. Son años de macartismo. Así escuchan que Bobby, ya de 15 años y campeón nacional de ajedrez, viajará a Rusia. El FBI avisa a su contacto en Moscú. La investigación dura casi medio siglo. La familia, concluye el FBI, no afecta la seguridad de Estados Unidos", relata Ezequiel Fernández Moores en Héroes de la Guerra Fría.
En julio de 1972 la Unión Soviética y los Estados Unidos encontraron un motivo ideal para descargar tanta tensión contenida. La Guerra Fría enfrentaba a las dos superpotencias, en pugna por instaurar un modelo planetario, bajo la constante amenaza de misiles intercontinentales. En ese contexto de inminente estallido se disputó la final mundial de ajedrez que enfrentó a dos figuras del deporte identificadas con signos contrarios. Boris Spassky vs Robert James "Bobby" Fischer. El primero, soviético y campeón mundial; el segundo, americano y retador del título. Dirimieron en un tablero mucho más que una corona o sus egos de mentes prodigiosas. El denominado "Match del siglo" fue una de las batallas más simbólicas de la disputa obsesiva y persecutoria que marcó la segunda mitad del Siglo XX. 
Los ajedrecistas soviéticos reinaban sin interrupciones desde 1948. Veinticinco años habían pasado de la última vez que se coronara un campeón nacido fuera de las tierras de Lenin. Boris Spassky logró el título en 1969 tras vencer a su compatriota Tigran Petrosian. La Unión Soviética apoyaba abiertamente la práctica del ajedrez, concediendo becas y subvenciones, financiando la carrera de los principales proyectos del régimen. Fischer, un americano oriundo de Illinois que dio con el juego por casualidad, se había perfeccionado mediante un plan autodidacta y excluyente. Dedicó toda su adolescencia a aprender el secreto y la eficiencia de las jugadas. Cuando tenía 15 años abandonó el colegio por considerarlo inútil para cumplir su único propósito: ser campeón mundial. En el 57 dio el primer paso: se convirtió en campeón de los Estados Unidos y obtuvo el título de Gran Maestro. Desde 1962 y hasta la final con Spassky, solamente en dos torneos no fue el ganador. Su juego veloz lo definió como el máximo exponente del ajedrez relámpago. 
La película "La jugada maestra", comienza con Bobby Fischer (Tobby Maguire, el actor que interpreta a Peter Parker en la trilogía de Spider-Man de Sam Raimi) desquiciado, abriendo teléfonos, cajones y paredes de su habitación en Reikiavik porque cree que la KGB lo escucha. Paul Marshall, su abogado, lo pone en comunicación con Henry Kissinger antes del viaje. "El presidente (Richard Nixon) y yo -le dice Kissinger en el filme- estamos encantados contigo". "La Tercera Guerra Mundial -asegura Marshall- es un tablero de ajedrez. Perdimos China, perdemos Vietnam, tenemos que ganar esta vez". Días después, Fischer amaga con abandonar la serie. "Nixon llamó tres veces y Leonid Brezhnev (presidente de la URSS) abrió una botella de Louis Rederer 1868. Mucha gente está dando su vida en Vietnam, tú -le exige el abogado a Fischer- sólo debes jugar ajedrez".
La final se disputó al mejor del 24 partidas. Los jugadores podían sumar mediante el triunfo (1 punto) y el empate (0.5 puntos). El primero en llegar a los 12 y medio sería coronado ganador. El campeón defensor tenía ventaja deportiva, el empate en 12 le permitía retener el título. Cuando todo estaba acordado, Fischer exigió una mejora en la bolsa ofrecida. Al aspirante no lo conformaban los 125.000 dólares que habían puesto los organizadores. El conflicto se solucionó mediante la intervención de un financiero británico que redobló la apuesta.
Bobby inició la partida mucho antes de mover la primera pieza. Mediante una colección de reclamos caprichosos arrinconó psicológicamente a su oponente, quien cayó en la trampa. ¿Cómo iba a saber Spassky que a cada consentimiento del pedido de su rival alimentaba su confianza? Bobby exigió un cambio en la iluminación, protestó por la calidad de las piezas, les recriminó a los organizadores la disposición del público y de las cámaras de televisión, se disgustó por lo poco espaciosa que era la sala. El 11 de julio a las cinco de la tarde, día y horario estipulado para el inicio del primer juego, el campeón estaba sentado a la mesa pero el retador no había comparecido en la sala. Spassky movió la primera ficha ante la silla vacía de Fischer, que irrumpió en la sala siete minutos más tarde que lo pautado. Y luego perdió la partida. Al siguiente día, en reclamo por la ubicación de las cámaras de televisión que según él estorbaban sus pensamientos, Fischer no se presentó. Otra derrota. El periodismo y el público especularon con el final del match. Sin embargo, aquel episodio marcaría el inicio de la leyenda.
El campeón del mundo, con ventaja de 2 a 0, aceptó cambiar de sala para que su oponente no abandonara la contienda. El cambio ofició en Fischer como un estímulo arrollador que le dio impulso para revertir la situación. Ganó el tercer partido y a partir de ese momento se convirtió en el dueño absoluto de la batalla psicológica. Cuando debía reanudarse el último juego, Spassky, resignado e impotente por haber dejado crecer a la bestia, abandonó la serie por teléfono. La final terminó 12/5 a 8/5 en favor del americano.
Muchos analizan el match como la épica del hombre que le ganó solo a “la maquinaria del ajedrez soviético”. La ex URSS, claro, puso todo su aparato para mantener su hegemonía en el ajedrez mundial, demostración supuesta de que el pueblo comunista era más culto e inteligente que el de Estados Unidos capitalista. Fischer, más allá de su anticomunismo visceral, denunció (con razón, según demostraron documentos posteriores) que los jugadores soviéticos arreglaban partidas. Había que impedir el avance del niño pobre y sin padre, que aprendió ajedrez en un tablero de un dólar y con instrucciones básicas. Que a los 6 años ya le ganaba a su hermana de 36. Y que a los 7 enfrentaba a ex campeones, jugaba en la cama y en la bañera, debatía sobre el infinito, leía a Alexander Alekhine y estudiaba las partidas de Paul Morphy, un niño genio y rico del siglo 19.
El "Match del Siglo" consolidó una nueva forma de concebir la estrategia ajedrecística. Fischer le dio una lección al mundo de este deporte mediante su juego dinámico-posicional, de movimientos rápidos sin apelar a los cálculos dilatados propios de los grandes maestros soviéticos. Profundizó en el sistema de aperturas, elaboró un cuadro de juego en base a los primeros movimientos pero tratando de estirar al máximo la utilidad de esas fichas iniciales en busca de un poder expansivo considerable. Fischer era obsesivamente combativo, identificaba al empate como un error de cálculo y no como una salida inevitable cuando el juego se equilibraba. Trabajaba los partidos en pos de prohibir ese equilibrio.
Fischer no volvió a jugar durante su reinado. En 1975 le exigió a su retador Karpov un sistema de puntos que la Federación Internacional de Ajedrez, dirigida por los soviéticos, consideró un abuso. Le quitaron la corona y proclamaron campeón al aspirante. Veinte años después volvió a enfrentar a Spassky. La partida se disputó en Yugoslavia, entonces país prohibido por los Estados Unidos, que libró una orden de captura contra Fischer por haber violado la sanción de la ONU. El norteamericano, al igual que en el 72, volvió a vencer y ganó el pozo de 4 millones de dólares. Regresó más tarde a Islandia, con asilo político. No concedió reportajes, no tuvo vida social. Murió solo en enero de 2008.  "Como Mozart -lo despidió el sacerdote católico Jacob Rolland, en un entierro íntimo que duró apenas 12 minutos- veía lo que los demás no empezaban ni a entender". "Hvil i friol", dice la placa de su tumba en islandés nórdico antiguo. "Descanse en paz".

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