
El equipo de Adrián Gorostidi careció de eficacia e igualó sin goles frente a Independiente de Chivilcoy en barrio Parque Ilolay. Con este resultado, la “BH” complicó sus posibilidades para clasificar a la Zona Campeonato.
El monarca mundial de los supergallos entre 1980 y 1982 falleció este lunes 28 a los 65 años. Había nacido en La Tigra, Chaco. Artista, poeta y músico, se dedicó al periodismo tras el boxeo. Se contagió de Coronavirus mientras se recuperaba de un ACV y peleaba contra el Parkinson.
05 de julio de 2021Por Oscar Martínez. "Fue perfecto", dijo Palma, pensando en Spokane, "lo tiré varias veces, tomé aire dos rounds, y lo puse nocaut en el quinto. Si era una película, había que terminarla ahí. Chau. Mi vida era una flecha que había dado rápido en el blanco. El problema es que la flecha no quedaba ahí, seguía. Había más vida. Y te das cuenta de que lo único que queda es conservar lo que lograste. No hay más. Algo en mí se apagó, aunque tuve peleas muy buenas. La cima era un lugar demasiado chico para vivir", Sergio Víctor Palma.
Nació en La Tigra, una pequeña localidad del centro de Chaco, en un rancho de algodoneros, el día de Año Nuevo de 1956. La familia sobrevivía en el alero de una casilla. Sin poder escapar de la pobreza extrema buscaron en Buenos Aires la posibilidad de encontrar un mejor futuro. Ya lejos de su padre alcohólico y golpeador, vivía en un cuarto de servicio en donde su madre trabajaba para un juez. "Mi mamá era sirvienta y no doméstica, porque a ella no la domesticaron nunca", solía decir. Un día le preguntó a su vecino, Néstor Ibáñez, boxeador profesional, como entrar a ese mundo. "Tomate un colectivo hasta el Luna Park y preguntá por un tal Santos Zacarías", fue la respuesta que terminó alumbrando su camino.
Casi enseguida mostró un talento poco común. "Peleas en supergallo", le dijeron. Y creció rápidamente. Tanto que Tito Lectoure lo sumó a su equipo, cuando ya se había transformado en un peleador furioso. Fuera del gimnasio, Palma se preparaba para la vida. Leía cuanto podía. Escuchaba. Y hablaba de Dios con cara de tipo bueno. La primera gran prueba la realizó en Barranquilla, Colombia, en 1979. Peleó por el título mundial contra el local Cardona, un boxeador tosco. Perdió, pero estuvo muy cerca de ganar. Esa pelea resulto ser la más importante de su vida, según sus propias palabras. "Cuando me di cuenta que la perdía recordé aquellos años encerrado en ese cuartito en que vivíamos. Yo tenía 6 años cuando vi venir llorando a mi mamá. Pensé que era porque mis hermanos no estaban con nosotros, entonces le prometí que le iba a comprar una casa para todos. Tenía que cumplir con eso y no podía, entonces sentí un profundo asco de mí mismo". Lectoure gestionó la revancha. Pero en el camino el colombiano resignó su cetro mundial ante el estadounidense Leo Randolph. Entonces se le presentó la segunda oportunidad.
Leo Randolph era toda una estrella a los 22 años, cuando subió al ring en Spokane, una pequeña ciudad bien al norte de los Estados Unidos y cerca de la frontera de Canadá, para hacer la primera defensa de su título mundial de los supergallos. Invicto como amateur, ganó la medalla de oro en peso mosca en los Juegos Olímpicos de Montreal, pasó al profesionalismo y ya campeón, tenía un récord de 17 victorias y 1 derrota, con 9 nocauts. Palma era un campeón sólido en Argentina que había aprendido mucho en la derrota por puntos contra Cardona. La pelea fue una paliza. “Sergio es un profesional completo, y digo "es" porque un día me aclaró, "Eh, pará, yo no soy un ex boxeador, soy un boxeador que ya está viejo para pelear", cuenta su amigo Hugo Asch. "Sabe boxear, sabe atacar con un corazón que muy pocos han tenido en la historia del boxeo nativo, y es un maestro en la corta distancia. El terreno que manejaba, por ejemplo, el gran Joe Frazier. No es fácil ni cómodo el combate cuerpo a cuerpo. Hay que presionar permanentemente sobre el rival, hacer cintura todo el tiempo, pasar los golpes que vienen y colocar los propios, uppercuts y ganchos a las zonas blandas. Hay que saber cuándo zafar del bloqueo rival y cuándo conviene trabar para tomar aire, perspectiva y volver a la pelea piel contra piel. Es un arte difícil. Duele y hace doler. No cualquiera aguanta. A Palma le sobraba. Así, exactamente así, quebró a Ricardo Cardona en el Luna y se tomó revancha de la primera derrota por el título", vuelve a decir Asch.
Randolph cayó dos veces en el primer round y el segundo fue un monólogo, una demostración técnica de Palma, combinaciones arriba, abajo. El tercero y el cuarto sirvieron para que el argentino retomara su plenitud. El quinto fue otra pesadilla para el campeón. Cayó una vez más y el árbitro se apiadó de él. El reloj marcaba 1:12 del quinto round. Nocaut técnico. Nuevo campeón del mundo.
Vuelvo a Hugo Asch, enorme periodista. "Una vez fui su segundo, bueno en realidad solo llevaba el balde, para una nota de la revista Gente, en una de las defensas que hizo en el Luna Park, contra el tailandés Muangroi-et. Me impresiono mucho la llegada al ring desde el vestuario, con esa especie de túnel que forman los brazos que intentan tocar al campeón, lo saludan, o le tiran cosas. Cuando después de 15 interminables e inhumanos rounds le levantaron la mano y 20.000 personas gritaron su nombre, pensé que era imposible pasar por algo así sin creerse Dios. Se lo pregunté en el vestuario. Exhausto, después de los 15 rounds, me dijo, "Aplauden lo único que sé hacer, Hugo, y por ahora soy un negrito que no aprendió nada más que esto. ¿Cómo hago para sentirme Dios?", Sólo pude mirarlo".
Sergio escribía, hacía música y hasta sacó un disco. Muchos hablan de Palma como un poeta y dejan en un segundo plano que en realidad era un boxeador extraordinario, de enorme técnica y valentía. Solo lo pudo vencer cierta melancolía, que también habita en la cima del éxito. Hizo cinco defensas exitosas de su título de la AMB. Era su contracara. Parecía una fiera arriba del ring. Pegaba y recibía con tal violencia que levantaba al público de sus asientos. Pasaron el panameño Ulises Morales, el dominicano Leonardo Cruz, la revancha con el colombiano Cardona, el tailandés Muangroi et y el panameño Jorge Luján. Fueron verdaderas batallas. Triunfales, pero riesgosas para su salud. Perdió la corona en Miami ante el dominicano Cruz, en plena guerra de las Malvinas. Ya estaba en el arrasador torbellino mediático. Se divorció de su mujer, con cuatro hijos. Y lentamente sus inversiones, un restaurante, una gigantesca mansión en Adrogué, gimnasios y otros negocios, terminaron en fracasos. Hasta que en 2004 sufrió un choque en el Puente Pueyrredón que derivó en un accidente cerebro vascular (ACV). Al tiempo le fue extirpado un tumor maligno de un riñón y años más tarde fue diagnosticado con la enfermedad de Parkinson. Pero mantuvo su búsqueda desesperada de sobrevivir con dignidad. Siguió relacionado con el boxeo a través del periodismo. "Trato de mantener una relación humana conmigo mismo y le agradezco a Dios cada día de mi vida. El Parkinson no mata a nadie, pero dificulta el buen vivir. Mi salud se deteriora por un proceso neurodegenerativo que se da en las células negras que necesita el cuerpo humano. Por eso tomo dopamina sintética, para compensar esa carencia, pero tengo limitaciones en la estabilidad, en el habla y en la deglución. Esta enfermedad no la produjo el boxeo en sí, pero según los médicos, mi condición de boxeador la vuelve más complicada", contó hace un tiempo.
Palma deducía que el infortunio de estar afectado de Parkinson era otro aprendizaje que Dios le ofrecía. "Siempre estuve muy preocupado cuidando el personaje que construí y que me había sido muy útil. Nunca puse ningún esfuerzo en el cuidado de mi familia. En realidad soy un solitario. Lo que no sabía es que la soledad y la vejez son incompatibles", cerró.
En 2012 conoció a Orieta, una mujer mayor que le presentó una hija de ella casi de casualidad. Y Orieta fue su guía absoluta, su sostén en estos últimos años en Mar del Plata. Pusieron un gimnasio y les volvió a salir mal la apuesta. El ring se lo regaló a Fernando Sosa, un antiguo rival al que le había ganado en el fallo de los jurados, pero no en el ring, ciertamente. Y esa fue su compensación y la amistad que siguió hasta el último día. Luego de tantos rounds adversos en que solo se mantuvo en pie por su dignidad y valentía, el Covid fue el que le dijo basta. Pero no lo derrotó. Cualquier foto lo demuestra. Sergio Víctor Palma sigue siendo campeón.
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