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Una paella con familiares en Villa Devoto, el encuentro con Frondizi y un discurso polémico: el primer viaje de Fidel Castro a la Argentina

A sólo cuatro meses de tomar el poder en Cuba, el líder comunista inició una gira por toda América. Comenzó en los Estados Unidos y culminó en Brasil. El 1° de mayo arribó a Buenos Aires, se reunió en Olivos con el presidente, fue aplaudido en el hotel Alvear y habló en una reunión de la OEA. La historia secreta de la estadía

Curiosidades 19/06/2021 Redacción web Redacción web
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Por: Juan Bautista Tata Yofre. En la madrugada del jueves 1° de enero de 1959, mientras se realizaba una fiesta en los salones del Cuartel de Columbia, subrepticiamente, el dictador Fulgencio Batista y sus colaboradores más íntimos se dirigieron al aeropuerto y abandonaron Cuba. Durante los instantes previos a la partida de Batista, la atmósfera era tensa y se podía observar que tanto el secretario privado del dueño de casa y el Ministro de Estado, Gonzalo Güell, caminaban entre las mesas aferrados a grandes sobres de papel Manila. Pocos podían saber que adentro estaban los pasaportes de varios de los presentes. Batista se paseó entre los presentes y saludaba a cada uno de los invitados con amabilidad. Gran parte de la recepción se la pasó en el hall de entrada, con sus íntimos, y en un cuarto adyacente donde recibía informes de la situación que le entregaban los jefes militares. A eso de la una de la mañana la señora Marta Fernández Miranda de Batista abandonó el salón anunciando que se iba a cambiar de vestido porque sentía frío. Minutos más tarde los invitados comenzaron a abandonar la fiesta y se despedían del dueño de casa con “hasta mañana Presidente”, sin sospechar la mayoría que no lo verían más. Cerca de las dos de la madrugada Fulgencio Batista renunció y se designó un gobierno provisional presidido por Carlos Piedra, un veterano juez de la Corte de Justicia. Seguidamente, Batista, su esposa, su hijo Jorge; el presidente electo en las elecciones de noviembre de 1958, Andrés Rivero Agüero; el Primer Ministro Güell; jefes de las Fuerzas Armadas; ministro de gobiernos y jefes de la policía, sus esposas y sus hijos, se dirigieron al aeropuerto militar de Columbia, en cuya pista esperaban tres aviones DC-4 del Ejército de Cuba, conducidos por pilotos de Cubana de Aviación. Los pilotos no sabían a quiénes esperaban, ni su misión, hasta que vieron llegar la caravana de unos 30 automóviles con Batista a la cabeza. Algunos de los vehículos venían de atravesar raudamente La Habana. Fulgencio Batista no estaba en condiciones de decidir quiénes serían algunos de los “elegidos”. Esa tarea, según se cuenta, la cumplió el coronel Orlando Piedra Negueruela. Luego de gritar “Señores, ¡esto se acabó!” el temible jefe policial de Batista hizo subir, entre otros, a los jefes más duros de la represión batistiana. La Operación Fuga terminaba, mientras que en las inmediaciones de la pista decenas de hombres se enfrentaban al incierto destino.

Los pilotos no sabían cuál era el plan de vuelo, recién lo conocieron cuando estuvieron en el aire. Uno de los aviones transportó a Batista, su esposa y su hijo, el Ministro de Estado Güell y su esposa, el doctor Rivero Agüero y otros funcionarios. El derrocado Batista no pudo ir a Daytona Beach como quería, ni siquiera a España. Se tuvo que contentar con aterrizar en Ciudad Trujillo, República Dominicana. Los otros dos aviones salieron con el gobernador de La Habana, Francisco “Panchín” Batista Zaldívar, hermano del presidente, y demás colaboradores íntimos.

Mientras se desplomaba el antiguo régimen, Fidel Castro el 2 de enero envió a La Habana a sus comandantes Camilo Cienfuegos para que ocupe el Cuartel Columbia y al argentino Ernesto “Che” Guevara para que se haga cargo del fuerte La Cabaña. El mismo día, el jefe revolucionario entra en Santiago, la segunda ciudad más importante de la isla y desde allí nombra a Manuel Urrutia Lleó nuevo presidente provisional de Cuba. Posteriormente, José Miró Cardona se hace cargo del puesto de Primer Ministro. Lejos de las formalidades, porque Urrutia no mandaba, Castro comenzó a gobernar con un claro objetivo: destruir todo aquello que ligaba con “el viejo orden” y, como dijo en su primer discurso, “la revolución empieza ahora”. El jueves 8 de enero de 1959, Fidel Castro entró en La Habana en medio de clima de gran efervescencia y alegría, recorriendo a bordo de un jeep militar el Malecón y las principales avenidas de la ciudad. En medio de una avalancha de acontecimientos, quince días más tarde viajó a Caracas para participar de la fiesta del 23 de enero, primer aniversario del levantamiento militar encabezado por el almirante Wolfgang Larrazabal que terminó con el gobierno del dictador Marcos Pérez Jiménez. Además, en sus discursos, agradeció el apoyo armamentístico que Venezuela dio a sus tropas en la Sierra Maestra.

Mientras América Latina observaba con alegría y esperanza la caída de Fulgencio Batista y la pronta normalización democrática a través de elecciones libres, como prometió Fidel Castro en la Sierra Maestra, un plan se tramaba en la clandestinidad. Algo que conducía a un destino absolutamente contrario a lo acordado con otros grupos revolucionarios que pelearon a la dictadura. Diciéndolo claramente –revelando las sospechas de los más avezados, los que no eran cómplices—los que esperaban una democracia fueron llevados al terror comunista. A tres meses de la huida de Fulgencio Batista ya funcionaba lo que el escritor Tad Szulc denominó el gobierno oculto. En síntesis, la revolución socialista fue puesta en marcha secretamente pocas semanas más tarde del 8 de enero de 1959. Las reuniones secretas se realizaban en el pueblo de pescadores de Cojimar en las cercanías de La Habana, fuertemente custodiadas por el Ejército Rebelde. De allí salieron la nueva Ley de Reforma Agraria, mucho más radical que la ya firmada en la Sierra Maestra; la Reforma Urbana, a cargo del arquitecto argentino Rodolfo Livingston (h) y otras decisiones revolucionarias, con la mirada puesta en la ocupación total y definitiva del poder.

En abril, el hombre que habría de terminar con la prensa libre en Cuba, viajó a los Estados Unidos invitado por la American Society of Newspaper Editors. El 15 de abril de 1959 llegaba a Washington DC, en plan de relaciones públicas durante dos semanas, acompañado de asesores económicos. En medio de tantas actividades y declaraciones, llamó la atención cuando afirmó de manera terminante: “Digo de manera clara y definitiva que no somos comunistas. Están las puertas abiertas para inversiones privadas que contribuyan al desarrollo de Cuba. Es absolutamente imposible que progresemos si no nos entendemos con los Estados Unidos.” Un año más tarde reconocería, con tono de burlesco cinismo, haber mentido, engañado, “por razones tácticas”. En la capital de los Estados Unidos, el presidente Dwigth Eisenhower no lo recibió porque se encontraba muy molesto por los juicios públicos y los fusilamientos televisados que se desarrollaban en La Habana. Se encontró con el vicepresidente Richard Nixon, el domingo 19 de abril, en una oficina del Capitolio y ofició de traductor el entonces teniente coronel Vernon Walters. El militar y luego alto funcionario de la CIA relató más tarde que en un momento Castro se puso muy nervioso, diciendo que “no comprendo por qué en éste país me critican por fusilar a los criminales de guerra”. “Oiga –le respondió Nixon—si usted detiene a gente a las once de la mañana, la juzga al mediodía y la fusila a las dos de la tarde, tiene que esperar forzosamente que lo critiquen.” Casi al finalizar la conversación, el vicepresidente Nixon hizo pasar a los ayudantes de Castro y, en esa ocasión, le expreso su preocupación “por la cantidad sin precedentes de comunistas que estaban ocupando posiciones claves en el Ejército Rebelde”. Para apoyar sus dichos le extendió una carpeta que Fidel miró “por arriba” hasta que en la letra M descubrió el nombre de Luis Mas Martín, ahí presente.

Castro: “Mira esto Chicho—dijo con asombro—Luis Mas Martín es comunista”

“A ver”, dijo Luis Mas Martín, con vivo interés.

“Mira”, dijo Castro y le señaló el nombre. “Coño, sí, Fidel –dijo—Luis Mas es comunista. Castro: “¡Que cabrón ese Luis Mas, tú! ¡Tú sabías que él era comunista, Chicho? Luis Mas Martín: “No, Fidel, no. Primera noticia”.

Castro se dio cuenta que Richard Nixon estaba molesto aunque no entendía el lenguaje y cortó la conversación. Le estaban tomando el pelo al vicepresidente de los EE.UU.: Mas Martín había pertenecido a las juventudes comunistas y fue de los primeros dirigentes del Partido Socialista Popular (comunista) que subió a Sierra Maestra en 1958. Fue destinado a la Comandancia General. Nada positivo salió de las más de dos horas de diálogo. Nixon, más tarde, comentó que el dirigente cubano estaba manejado por los comunistas. Después de Washington, visitó Nueva York, Boston, Chicago y antes de emprender viaje a América del Sur desde Montreal, Canadá, aterrizó el 27 de abril en Houston, Texas, donde lo esperaba su hermano Raúl. Conferenciaron a solas y más tarde se supo que trataron una abortada invasión castrista a Panamá. Luego continuó su viaje. Puerto España, San Pablo, Brasilia, Buenos Aires, Montevideo y nuevamente Brasilia.

El 1° de mayo llegó a Buenos Aires y en el aeropuerto de Ezeiza lo esperaba el capitán navío Hermes Quijada, edecán naval del presidente Arturo Frondizi, el mismo que catorce años más tarde, 30 de abril de 1973, sería asesinado por el jefe del ERP-22 (Ejército Revolucionario del Pueblo “22 de Agosto”), Víctor José Fernández Palmeiro. Su organización como otras se reconocían castro-guevarista y esa operación, conocida como “Mercurio”, fue planificada en las calles de La Habana.

El comandante cubano se alojó en el Hotel Alvear y fue muy aplaudido por los vecinos del barrio que, equivocadamente, pensaban que era el libertador de Cuba tras haber expulsado del poder a Fulgencio Batista, a quien emparentaban con Juan Domingo Perón. “Un héroe de nuestro tiempo”, dijo La Nación. Lo visitaron dirigentes de la Unión Cívica Radical del Pueblo, cuyo gobierno en 1963-1964 padecería la primera ofensiva de un grupo integrado por argentinos y cubanos, miembros de la custodia personal del ministro Ernesto Guevara de la Serna. Se vio con el presidente Arturo Frondizi, en la residencia presidencial de Olivos, y su canciller Carlos Florit, más joven que él.

El embajador Albino Gómez, en aquel entonces funcionario del Palacio San Martín y hombre de confianza del presidente argentino, recordó: “Se hospedaba en el Hotel Alvear, y como no había hecho todavía su declaración de marxismo-leninismo, todo el Barrio Norte lo aplaudía. El 1° de mayo se daba una función de gala en el Colón a la cual fue el canciller Florit, por eso me encargó a mí organizar la comida con Fidel Castro en La Cabaña. Después de la función comenzaron a llegar hombres de smoking y mujeres de largo que venían del Colón, y se acercaban a la mesa a saludarlo. Durante toda la cena en La Cabaña me hacía preguntas mientras leía un ejemplar de La Razón abierto sobre la mesa. Todos estaban con ropa militar. Los edecanes no estaban pero sí había un grupo de custodia policial. Creo que los guerrilleros no necesitaban ninguna custodia.”

Florit no fue, pero sí a primera hora de la mañana pasó a buscarlo al hotel para llevarlo a la Costanera. La reunión de Castro con el canciller argentino se realizó en momentos que las agencias internacionales informaban que hombres armados provenientes de Cuba intentaron invadir Panamá para provocar la caída de su gobierno y Carlos Florit le planteó a Fidel Castro la desaprobación argentina. Y le pidió al dirigente cubano que tomara cartas en el asunto. Si Castro no intervenía su entrevista pautada con el presidente Frondizi en la residencia de Olivos no podría realizarse. Castro habló por el teléfono de su habitación del Hotel Alvear y se comunicó con su hermano Raúl ordenándole parar la “microinvasión”. “Esa gente es contrarrevolucionaria y los voy a mandar al paredón”, teatralizó. La actividad más importante que realizó Castro en sus horas en Buenos Aires fue su participación en la reunión de la Comisión de los 21, dentro de la Organización de Estados Americanos. Fue allí donde improvisó un largo discurso de hora y media en la que expresó que “la inestabilidad política que nos agobia no es causa, sino consecuencia, de la falta de desarrollo económico. ¿Cooperación? ¿Cómo? ¿Con nuestros déficit? Esa obra no se puede hacer sin cooperación de los Estados Unidos.” Y pidió a los Estados Unidos para América Latina un crédito de 30.000 millones de dólares, a diez años. El pedido fue calificado de demagógico. Sin embargo, dos años más tarde, el presidente John F. Kennedy ofrecería 25.000 millones de dólares en la iniciativa de Alianza para el Progreso.

El 2 de mayo por la noche Fidel Castro se dirigió a la calle Nueva York 3251, Villa Devoto, en la que habitaba su prima hermana Dolores Castro, la tía Lola, casada con Aurelio Sánchez, un miembro de la Policía Montada que llegó a subcomisario. Acompañaban a Dolores Castro sus familiares más directos, esposo, cuñado, hijas y un sobrino de trece años. El comandante no llegó solo: lo secundaban Celia Sánchez Manduley, su íntima amiga y compañera en la Sierra Maestra, Luis Más Martin y un miembro de la embajada cubana en la Argentina. Todos fueron vestidos con uniforme guerrillero y brazalete del “Movimiento 26 de Julio”. Solo Celia portaba una pistola con cartuchera en la cintura. La cena se realizó en un patio interior de la casa y Lola les sirvió una paella a la valenciana. En un momento le ofrecieron una cerveza y el comandante pidió probar vino tinto argentino. No hablaron casi nada de lo que ocurría en Cuba pero Fidel les dejo cuatro ejemplares de la revista “Bohemia” en los que se informaba sobre los juicios a los batistianos y los fusilamientos. En un momento los hombres se retiraron al interior de la casa pero Celia se quedo fumando con las mujeres en el patio. Según uno de los presentes “Lola lo veía a su primo como un héroe que había derrotado a la dictadura y años más tarde viajo a Cuba a operarse de cataratas. Ella había visitado a Castro el día anterior en el Hotel Alvear y éste la recibió recostado en su cama fumando un habano mientras las cenizas caían sobre la colcha. En mi caso, volví a ver a Castro en 2003 llevado por Juan Grabois porque yo había militado con su padre Roberto en el Frente Estudiantil Nacional.” Durante años Lola recibía de vez en cuando una carta de su primo que les entregaban abiertas desde la embajada cubana.

Castro volvió de su largo periplo el 7 de mayo y en el aeropuerto, entre muchos, lo esperaba el embajador americano Philip Bonsal. Mantuvieron una conversación amistosa y no volverían a verse hasta septiembre. El 17 de mayo, hizo comparecer a todo el gobierno en su viejo cuartel de Sierra Maestra, en La Plata, donde los hizo firmar la Ley de Reforma Agraria, realizada por el gobierno oculto, en la que no participó el Ministro de Agricultura, Sorí Marín, más tarde fusilado por conspirador. “Cuba está empezando una nueva era”, exclamó Castro. En realidad, lo que estaba iniciando era un cambio radical en la estructura de la propiedad privada de la tierra. El 29 de junio el comandante Pedro Luís Díaz Lanz, jefe de la Fuerza Aérea, sacó a la luz la primera fisura dentro del gobierno, cuando en una embarcación huyó de la isla hacia Miami. El 13 de julio de 1959, ante la televisión, el presidente Urrutia declaró: “Creo que los comunistas están causando un terrible perjuicio a Cuba. Quieren crear un segundo frente contra la Revolución cubana, un frente formado por los partidarios de Rusia y contrarios al mundo libre.” Tres días después, la radio y la televisión informaron que Castro había renunciado como primer ministro porque el presidente bloqueaba algunas leyes necesarias para la revolución. Castro desapareció por veinticuatro horas mientras el aparato castrista trasladaba campesinos al centro de la ciudad. El 17 se reunió el gabinete presidencial mientras afuera la muchedumbre exigía la renuncia de Urrutia. Por la noche Castro reapareció y cuando Castro hablaba por televisión, Urrutia presentó su renuncia, inmediatamente aceptada por su gabinete y, en su lugar nombraron a Osvaldo Dorticós, el Ministro encargado de redactar las leyes revolucionarias. El 23 de julio, en el marco de una gran concentración, Castro fue “presionado” por los sindicatos revolucionarios para que volviera a su cargo de Primer Ministro. El operativo culminó el 26 de julio, ante un mayor número de gente, Castro dijo que “atacar a Cuba es atacar a toda América Latina”. En tan solo seis meses el cerco se cerraba aún más. No faltan aquellos que sostienen que Cuba fue abandonada a su suerte por los EE.UU. Arrojada al comunismo por la incapacidad del gobierno de Washington. El propio Fidel Castro refuta esa visión: “Estábamos poniendo en práctica nuestro programa poco a poco. Todas estas agresiones (de los EE.UU.) aceleraron el proceso revolucionario. ¿Fueron ellas la causa? No; sería un error. Yo no pretendo que las agresiones sean la causa del socialismo en Cuba. Esto es falso. En Cuba íbamos a construir el socialismo de la manera más ordenada posible, en un período de tiempo, con la menor cantidad de traumas y problemas, pero las agresiones del imperialismo aceleraron el proceso revolucionario.” (Infobae)

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