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Cabrales: “Los controles de precios, a la larga, siempre fracasan”

El empresario reconoce que los acuerdos sirven ante la emergencia pero resultan perjudiciales como política permanente. Explica cómo sobrevivió a perder el 50% de su facturación de un día para el otro, por qué la pandemia desnudó a la Argentina y por qué cree que el impuesto a la riqueza es malo.

Nacionales 30/04/2021 Redacción Redacción
Cabrales

Martín Cabrales deambula frente a su local de calle Arenales, pegado a la plaza Vicente López. Habla por teléfono. Del otro lado de su celular, está Daniel Funes de Rioja, presidente de Copal, la cámara de las alimenticias, de la cual el empresario cuyo apellido cuyo apellido significa buen café -como resaltaba su jingle de antaño- es prosecretario.

Horas, días, de negociaciones intensas del sector con el Gobierno, cada vez más abrumado en el laberinto inflacionario. “Los controles de precios pueden ser momentáneos. Pero, a la larga, fracasan. Ya lo vivimos”, dice Cabrales luego, ya en su diálogo con este cronista.

No es sólo una postura filosófica: existe una situación concreta, tangible, detrás de esa definición. “La industria siempre estuvo a favor de Precios Cuidados. Necesitamos sacarnos Precios Máximos de encima. Ya no son ‘máximos’ sino congelados. Venimos con atrasos en muchos sectores. En alimentos, lo que suben son la verdura, la carne, los frescos. Pero los industrializados -con marcas, con valor agregado- no lo hicieron. O fue muy poco”, explica.

“Del otro lado, los costos siguieron subiendo, la pandemia agregó otros y, cuando te das vuelta, no hay demanda: el consumo está muy deprimido”, agrega el frontman de la empresa que fundó su abuelo y cuya gestión está desde hace más de dos décadas en la tríada que conforma él con sus hermanos, Germán y Marcos.

-¿Cómo fue el año de pandemia para Cabrales?

-Muy difícil. El 50% de nuestra venta va a restaurantes, confiterías y hoteles. Eso, de un día para el otro, desapareció. También se rompió la cadena de pagos porque los clientes estaban cerrados. El otro 50% de tu venta subió algo porque hubo más consumo en el hogar. Pero nunca llegó a compensar, ni por casualidad, al canal gastronómico. Además, ese 50% de la venta que quedó en los supermercados y mayoristas está con precios congelados. En muchas ocasiones, vendiendo por debajo del costo. Con pérdida.

-Por que los costos siguieron subiendo.

-Sí. En mi caso particular, con un insumo, el café, crudo que se importa. No hay en la Argentina. ¿A qué tipo de cambio lo traigo? Empecé la pandemia con una lista de precios de un dólar a $ 59,25. Hoy, está en $ 98, $ 99. Más suba de costos logísticos, de salarios, de otros insumos, de commodities… Y, además, trabajando al 60%, 70% de la dotación (por la gente que no puede ir por ser población de riesgo) y con restricciones a la importación. No sólo por temas aduaneros, sino por el tema logístico: las fronteras están complicadas por la pandemia.

-¿Cómo se adaptó la empresa?

-Fue un año en el que la familia, que es la accionista, tuvo que acompañar. Hubo que inyectar capital. Lo que más se perdió fue capital de trabajo. El acceso al crédito, en la Argentina, sigue siendo caro. Se perdió mucho capital de trabajo en una empresa que este año cumple 80 años y fue muy sana. Entendés que hay que poner el hombro en la crisis. Pero no es fácil.

-¿Qué es lo que más lo complica?

-El consumo está muy deprimido por la gran pérdida de poder adquisitivo que tuvo el salario. La Argentina sigue sin poder controlar la inflación. El volumen, ahora, se está estabilizando. Pero lo que más cuesta (y costará) recuperar es en el segmento de confiterías: cerraron 20.000 establecimientos. Ahí, el volumen va a ser difícil. La venta online creció. Pero nunca compensa.

-¿Tuvieron que cerrar locales?

-Salvo lo de los shoppings, no. De hecho, abrimos uno nuevo en Mar del Plata, sobre la avenida Constitución, y estamos por inaugurar otro en Capital, en las ex cocheras presidenciales de Alem y Tres Sargentos. Algunos proyectos que teníamos en carpeta para 2020 y 2021 se atrasaron. Y otros, que estaban más avanzados, siguieron. Comparado con el año pasado, se crecerá. Habrá que aprovechar ese rebote para que sea crecimiento sostenido y no volver a caer el año que viene. Eso es lo positivo: hay oportunidades posibles de mantener el crecimiento, si se hacen las cosas bien.

-El Gobierno está reforzando los acuerdos de precios, con un control mucho más estricto. ¿Tienen margen financiero las empresas para continuarlos?

-Todo este tipo de políticas de controles son equívocas. En su mayoría, tienen que ser por la urgencia de la situación de pandemia. Pero, a la larga, los controles fracasan. Ya lo vimos. Fracasan siempre. Pueden ser momentáneos; está bien la administración inteligente del comercio frente a situaciones de emergencia. Pero, cuando se transforman en permanentes, no son una buena política. La política tiene que ser la del incentivo. La Argentina, cualquier país del mundo, sale con iniciativa privada. No hay duda de eso.

-La percepción es que habrá controles, al menos, hasta después de las elecciones.

-El diálogo con Kulfas es bueno y es para ver cómo salir paulatinamente, en forma razonable, de los controles. La industria alimenticia no está en contra de los Precios Cuidados, que es una canasta muy variada, ofrecida por las mismas empresas y que gestiona el Gobierno. Tenemos que ir en ese camino: el de tener una canasta, nivelar los demás productos y que los precios se vayan acomodando.

-¿Cuál sería la barrera para eso?

-Hoy en día, tenés controles, por un lado. Y, después, un gran problema, que es el 50% de la gente que está en el circuito negro. La peor competencia es la marginalidad. Y tomar gente de ahí para trabajar tampoco es fácil porque pierde los planes. El año pasado, nos dimos cuenta de que la economía informal es la peor desprotección que puede tener el empleado. La discusión debería ser cómo incorporamos a toda esa gente al circuito formal.

-¿Cómo?

-Por ejemplo, con una modernización laboral inclusiva, en la que haya un seguro de desempleo y se fomente la salida de la informalidad. Porque hay dos países. Los que estamos en la formalidad, que pagamos impuestos, somos los más perjudicados. El privado debe ser el dador de trabajo. Esa es su función: dar empleo, pagar bien. Es lo que hacen la industria y el comercio. Hoy, estamos con prohibición de despidos, doble indemnización… En algún momento, eso se tiene que terminar. No puede haber un país de planes. Debe ser de trabajo, productivo, de inversión. Esa es la economía que tiene que funcionar.

-Este año, se acusó a las empresas de desabastecimiento, al punto tal que se les intimó por resolución de la Secretaría de Comercio a producir al 100% de sus capacidades. Eso, en paralelo a negociaciones para renovar acuerdos de precios. ¿Fue inoportuno?

-No sé si inoportuno. Me pareció extraño, no atinado para el momento. Fuera de tiempo, de lugar. Como empresa, hoy, tenés límites en la dotación del personal, en las importaciones que, muchas veces, pueden ser insumos. Hay límites, también, en el consumo: producir cuándo, hasta cuánto, a qué precio y para qué mercado. ¿Hasta dónde? ¿Con qué personal? ¿Con qué insumos? ¿Con qué capital de trabajo? ¿Quién me va a financiar la producción en un mercado con precios, muchas veces, totalmente controlados? Es una situación compleja. Además, las industrias hicieron grandes esfuerzos para seguir funcionando durante la pandemia.

-¿Qué siente cuando se entera de algún empresario argentino que emigró?

-Me preocupa. No me gusta. Me da tristeza. No soy partidario de que el último apague la luz. Uno se quiere quedar acá y seguir trabajando acá. Y crecer en un país que nos dio muchísimas oportunidades. Soy tercera generación. Mi abuelo fundó la empresa, mi padre la engrandeció. Mis hermanos y yo la continuamos con el mismo entusiasmo que ellos. Me genera preocupación y pena.

-¿Cómo se cambia eso?

-Haciendo atractiva a la Argentina en cuanto a la inversión. Teniendo un país que esté en la formalidad, no en la informalidad, para poder bajar la carga tributaria. La gente se va porque otros países son más atractivos o tienen menos carga tributaria. En muchos aspectos, la pandemia nos desnudó. Nos muestra que tenemos falencias y déficits estructurales. Las medidas de urgencia o emergencia no son las políticas de Estado que necesitamos para mediano y largo plazo.

-Mencionó la carga tributaria. Uno de los temas más controvertidos para los empresarios, hoy, es el impuesto a la riqueza. ¿Qué opina del aporte solidario? ¿Lo pagará?

-Lo maneja uno de mis hermanos, que es el financiero de la familia. Pero opino que está mal. Estoy en contra de una mayor carga tributaria. No cuestiono las razones. Es obvio que hay una pandemia, una situación de emergencia y alta pobreza. Y sectores económicos que tienen que recibir ayuda. Lo que no veo bien es no incentivar la riqueza productiva. Necesitamos hacer lo contrario para dejar de tener ese 50% del país que está en la marginalidad.

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