Noviembre se aproxima gris para Rafaela. A las enormes dificultades económicas que enfrentan los ciudadanos, se les sumará el cuarto aumento de impuestos de la gestión Viotti para totalizar una suba del 306% en 2024. Mientras tanto, en las arcas municipales se acumulan más de 3.600 millones de pesos de superávit sin ejecutar.
Escribo con el corazón
“Escribe con el corazón, escribe mucho y siempre con el corazón. Nunca escuches a los que no confían en tí, a ellos, márcales por teléfono y diles: están despedidos, y luego cuélgales”, Ray Bradbury, genial escritor estadounidense del género fantástico, terror y ciencia ficción.
19/12/2022Redacción WebPor Oscar Martínez - Los ojos se cierran por un instante. Y empiezan a aparecer las imágenes. Las vividas de pibe y de grande. Las de aquella fría mañana del 66, en la cual la radio traía voces desde Londres, donde un odiado árbitro alemán expulsaba a Rattín y dejaba a la Argentina con diez, condenándola a la eliminación frente a Inglaterra. Es mi primer recuerdo Mundialista. El último tiene que ver con Rusia y el dolor lacerante por ver un seleccionado que no merecía tanto destrato dirigencial, el que finalmente lo empujó al abismo futbolístico. En el medio, elijo cualquiera de aquel junio helado, en medio de un país loco, mezclados entre el horror de la dictadura y el festejo por los goles de Kempes. Un carnaval nocturno por las calles de todo el país saltando, gritando, abrazándose por igual con amigos y con desconocidos. O las de las tardes calientes de México. Gozando como nunca la magia de Diego, llorando de alegría por aquel gol a los ingleses, armando un abrazo eterno con el otro golazo a los belgas, sufriendo y, al fin, delirando con la victoria ante Alemania. Y otra vez a las calles extendiendo el feriado hasta el martes, porque el lunes hubo fiesta popular con centro en la Plaza de Mayo. Pero también vienen a mí las que regalaron la selección conducida por Alejandro Sabella, injustamente denostada tras ser subcampeón mundial en Brasil. Son recuerdos de Mundiales que cruzaron mi vida y siguen intactas, entonces las puedo disfrutar como si la vida no hubiese pasado. Porque no hay nada parecido a un Mundial. Desde aquí o desde allá. De pibe o de grande.
Seguramente en los próximos días voy a escribir sobre Enzo Fernández y Julián Álvarez, los nuevos jóvenes próceres del fútbol argentino. Del partido descomunal que hizo el "Dibu" Martínez, ese arquero messiánico que inventó Scaloni, y que esta tarde de domingo se convirtió en héroe. De su llanto del final, que te dan ganas de abrazarlo y llorar con él. Y sobre Alexis Mac Allister que a los 23 años tiene la sapiencia de un líder de 35. Y también de Rodrigo De Paul, nuevamente el motor de la Scalonetta, al que habría que ponerle una bandera pidiéndole perdón por la manera en que se metieron en su vida privada. Y si menciono las palabras banderas y perdón, sin dudas que la más grande debería ser para Lionel Scaloni, el padre intelectual de la criatura junto a Pablo Aimar, Walter Samuel, Roberto Ayala y el resto. Y en esa nota hablaré maravillas de Nicolás Ottamendi, cada vez más parecido a Máximo, el general romano, de Molina, de Tagliafico, de Acuña, y del resto, cerrando la fila con el fantástico Angelito Di María. Pero eso será otro día. Hoy no tiene sentido.
Y lo será aunque se repitan una y otra vez en cientos de sitios estos análisis, todos más o menos parecidos. Tan distintos a aquellos que se leían y escuchaban en el comienzo del ciclo. Seguramente lo haré aunque solo sea un experto de café que, sentado en un sillón de mi casa, siempre tiene claro lo que debe hacer un futbolista en el estadio y en medio de la final del Mundial. Nos pasa a todos. Porque todos daríamos cualquier cosa por ser uno de ellos, por disputar ese partido. Es que finalmente entendimos lo verdaderamente extraordinario que es llegar allí. Por eso valoramos tanto a este seleccionado aún antes de la final. Y seguramente servirá para hacer justicia con quienes injustamente fueron destrozados por perder en Brasil.
El trabajo paga. Siempre. Y también el mantener en alto los valores, los de la vida y los del fútbol. Los hechos están, como evidencia y como respaldo. Ya habrá tiempo para valorar el funcionamiento, la inteligencia y el coraje que mostraron los jugadores y el cuerpo técnico durante todo el torneo. Pero también para poner en un plano de prioridad al respaldo de la gente, porque es cierto que el equipo trasmitió lo que el hincha busca desde cada campo de juego que le toco pisar en los años previos, pero también lo es que el fanatismo y la pasión vista durante este mes han conmovido al mundo. Y seguramente ha sido combustible para los futbolistas.
No nombré a Messi. Estoy convencido que el Dios del fútbol sabía que la historia se cerraría de este modo. Como una final de cuento de hadas. Una película de esas en donde el muchachito genial, buen hijo, buen marido y buen padre, maltratado durante buena parte del camino, finalmente recibe su recompensa en el cierre, donde todos lloramos de emoción al verlo feliz un instante antes de que corran los títulos. De otro modo no se entiende su tranquilidad cuando entendía que su equipo ya era campeón, solo unos minutos antes de parecer que finalmente la perdía, o cuando miraba a Lloris en los penales, cuando festejaba sus goles, caminaba hacia el medio de la cancha tras sufrir un tanto de Francia, o al buscar sus premios. Sus gestos tenían toda la tranquilidad que nos faltaba a nosotros. Algún duende de la pelota debe haberle asegurado antes de la final que esta vez habría justicia, y que incluso sería tras el mejor partido de la historia de los mundiales. Y ante un rival descomunal.
Como dije, en estos días seguramente haré una columna más acorde a lo que ha pasado. Será analítica y mencionará con fuerza al futuro. Pero no será hoy. Es que hoy escribo con el corazón. Y así no se puede.
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