Por: Alcides Castagno. Nadie diría que ese señor aplomado y sonriente que nos recibe en el amplio despacho de su concesionaria fue durante años el competidor a vencer en varias categorías. Cuadros con fotografías, trofeos, ornamentación deportiva: estamos con Jorge Cupeiro, el Gallego que desde chico compitió a lo que fuere. Él nos lo cuenta.
Siempre competir
«Yo en realidad empecé corriendo muy mal en bicicleta; desde muy chico competía en lo que fuera: organizaba carreras a pie alrededor de la cuadra, en carrito con rulemanes, todo lo que sea competir. Cuando cumplí 18 años empecé con las motos. Corrí en todas las categorías, en circuito, en velocidad. Tuve la suerte de ganar en todas las categorías. Mi papá no manejaba y mi mamá tampoco; nunca les decía que iba a correr en moto, les contaba a la vuelta. Éramos una familia de gallegos que vivíamos en una especie de conventillo, de condición humilde pero de una humildad digna. Cuando volvía el domingo decía: -mamá, corrí –en qué corriste? –en moto –¡Ay nene un día de estos me vas a matar de un disgusto! Algunas madres no tenían mucha información de lo que eran las carreras; el Nene García Veiga siempre cuenta que la abuela a veces pescaba una transmisión, en la que González Longhi decía una publicidad «Y siguen pasando y pasando las motos Zanella» y la abuela se agarraba la cabeza: -¡Pero mirá esos pasando en moto durante la carrera van a causar una desgracia!»
«Como yo estaba en el equipo NSU, en ese tiempo en turismo mejorado competía un NSU de 600 cm3 que le decían «la galerita»; el dueño de la marca en Argentina me decía que yo como automovilista era un buen motociclista así que los del equipo nunca me tuvieron en cuenta, hasta que un día me anoté con un NSU mío en una competencia aquí en Palermo, y la gané. Desde ese día cambió la opinión de don Antonio Von Dehri. De NSU pasé a correr con moto Guzzi y al mismo tiempo pasé al equipo Alfa Romeo, también al principio con un auto mío. El dueño del equipo era el padre de Andrea Viannini, Peppino Viannini, un hombre que hizo mucho por el automovilismo. En la primera que corrí salí segundo detrás de Cabalén. Fueron tres años en que alternaba un domingo en moto y otro domingo en auto»:
El respeto
«De dos autos que yo me acuerdo, por ejemplo en mecánica nacional fórmula uno, con el Trueno con que gané dos veces en Rafaela y con el Chevitú en todas las carreras que corrí nunca hice un trompo. Eso es una enseñanza de la moto, que es más difícil, que te obliga a cuidarte. Es que además había otro concepto. Recuerdo haber leído una declaración de Mike Hawrton después de una carrera: cuando lo vi venir a Fangio lo dejé pasar porque si no me pasaba por arriba. Si alguien te viene alcanzando es porque es más rápido que vos, tiene que pasar, pero ahora el que va adelante lo primero que hace es no dejar pasar».
«Los pilotos nos llevábamos bien. En Rafaela parábamos en el Hotel Toscano y nos juntábamos a cenar. Era una camaradería distinta, sin tanta envidia ni tanto celo. Como en el autódromo había una cancha de fútbol, organizábamos partidos pilotos contra periodistas, mecánicos contra acompañantes, aunque después en la pista nos matábamos para ganarnos».
El óvalo
«Cuando un periodista me preguntó hace poco cuál es la carrera que más satisfacción me dio haber ganado enseguida se me vino a la mente Las 500 Millas; tenían una envergadura impresionante. Para mí Rafaela es la capital más importante de automovilismo que hay en el país. La gente que iba, el entusiasmo, era increíble. Siempre estuve y estoy en contra de los que rechazan el óvalo, para colmo le ponen una chicana que es más peligrosa. Hay pocos óvalos más veloces que el de Rafaela; los autos de Indianápolis cuando vinieron a la Argentina hicieron mejor promedio aquí que allá».
«Yo gané aquí la primera sobre pavimento; hubiera ganado también la última de tierra si no hubiera tenido que parar tantas veces. Yo tenía una Maserati motor delantero y llevaba un extinguidor chico, y como ya sabía lo que pasaba sacaba la mano con el extinguidor y golpeaba a los carburadores para que se destaparan. Los autos se prendían fuego con una facilidad bárbara, estábamos rodeados por los tanques de nafta, no teníamos equipo antiflama, a gatas teníamos casco».
«Mis preparadores del 63 al 66 eran Aldo y Reinaldo Bellavigna, que eran los mismos preparadores del Chevitú. Lo que pasa es que Froilán estaba convencido de que a la categoría TC la abastecían autos último modelo porque eran muy standard entonces el último modelo tenía alguna cosita que andaba más que el anterior, pero el Chevitú no tenía los refuerzos suficientes y en los caminos de tierra cuando agarraba un lomo de burro al caer se despatarraba todo y se volvía inmanejable».
«Yo creo que en Rafaela tendrían que volver a hacerse las 500 Millas, ahora hay autos de calle de mucha calidad, tipo gran turismo; Larry, cuando tenía 20 años, ganó con una Ferrari. El Trueno mío fue hecho por Horacio Stiven y motor Chevrolet preparado por José Miguel Herceg. Me había ayudado a comprarlo una tabacalera con la marca 43-70, así que corrí con los colores de esa firma y el número 43. Ese auto lo tiene creo un señor Spadafora que alguna vez se lo prestó al museo Fangio para un homenaje que me hicieron».
Froilán
«Yo todo lo que alcancé deportivamente en mi vida se lo debo a Froilán. Pepe era un tipo de tanta bondad que no sabía hacerle daño a nadie, un señor en todo el sentido de la palabra. Me enseñó mucho. Los de nuestra generación tuvimos el ejemplo de Fangio, González, Oscar y Juan Gálvez, ellos nos enseñaban lo que había que hacer y cómo hacerlo. Estoy agradecido a Dios de haber tenido ese privilegio. Cuando tenía 11 años se corrió en Mar del Plata, en el circuito El Torreón, la primera carrera de F1 que ganó Fangio en monoposto. Los autos estaban en el ACA e iban a la pista andando, eran 5 o 6 cuadras, y yo que había viajado con una excusa a la casa de mi tía, corría por la vereda a la par de los coches que los mecánicos manejaban hasta el circuito. Esa era mi pasión».
«Una anécdota con Froilán y Rafaela. Habíamos ido para unas 500 Millas y no había lugar en el hotel. El Toscano era el único y se completó enseguida, entonces apareció un doctor que estaba siempre en las carreras, con pelo blanco y anteojos, creo que su apellido era Marqués, y nos ofreció una habitación en su sanatorio, en un segundo piso. Se imaginan que era la primera vez en mi vida que iba a dormir en la misma habitación con José Froilán González, yo ni lo tuteaba, estaba allí pendiente de lo que hacía Froilán. En un momento se sienta en la cama y se acuesta y, en el aire, iba roncando; yo pensé «este me está cargando», pero fue así, él mismo contaba que se quedaba dormido en el aire antes de llegar a la almohada».
«Rafaela es como la cancha de Boca en el fútbol», dijo como para sí cuando la charla terminó.
Jorge Cupeiro nació en Buenos Aires el 15 de octubre de 1937 y murió el 10 de enero de 2021 a los 83 años. Era un placer verlo conducir. Integró el equipo Automundo que en 1966 corrió en la F3 europea y en 1969 fue uno de los pilotos que integró la Misión Argentina en Nürburgring en un Torino 380W que compartió con Gastón Perkins y Eduardo Rodríguez Canedo. Ganó las 500 Millas Argentinas de Rafaela en 1966, 1970 y 1971 y se retiró en 1977. Dejó entre nosotros, en el País y en el Mundo la imagen de un distinguido competidor, en la frontera del reino de los Héroes y Locos.
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