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El estafador del fútbol

Káiser es el más increíble impostor de la historia del deporte. Un personaje que contó con la connivencia de todos los que le rodeaban para convertirse en The Greatest Footballer Never to Play Football, como lo titula el documental de Louis Myles. Es decir, el futbolista más grande que nunca jugó al fútbol.

21 de febrero de 2022RedacciónRedacción
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«Kaiser ha sido una de las figuras más icónicas del fútbol mundial. Solo tenía un problema: el balón». Así lo recuerda Ricardo Rocha, el central internacional brasileño que jugó en Real Madrid. Lo dice en la película ¡Kaiser! The greatest footballer never to play football, un documental que repasa la inverosímil trayectoria de Carlos Henrique Raposo, el delantero centro que según FIFA pasó por 11 equipos durante 16 años sin jugar un solo partido. El verdadero «falso nueve», asegura en la misma filmación que «por supuesto que no me arrepiento de nada. Los clubes engañan mucho a los futbolistas. Alguno tenía que vengarse de ellos».
Raposo soñaba con ser futbolista, fundamentalmente para escapar de la extrema pobreza en que vivía su infancia. Pero ese deseo era una utopía por un motivo simple: ni siquiera podía patear una pelota sin caerse. Sin embargo Kaiser, a quiEn apodaban así por parecerse a una famosa botella de cerveza brasileña, logró vivir dentro del profesionalismo, y que hinchadas de Brasil, Estados Unidos, México y Francia corearan su sobrenombre. Lo cierto es que el hombre que nació en Río de Janeiro el 2 de abril de 1963 (habrá que creerle) nunca dijo una sola verdad en su vida. Hasta hace poco más de cuatro años, cuando decidió contar su historia en el libro de Rob Smyth y el documental de Myles. Por su trayectoria jamás recibiría un Balón de Oro, aunque muy probablemente merecería un Oscar.
Es extremadamente simpático y muy amigo de sus amigos. Como de Mauricio, por ejemplo, que era un futbolista estrella del Botafogo. Raposo le pidió que le consiga un contrato en el primer equipo. Nada de masajista o aguatero. Como jugador. Lo increíble es que el Botafogo, cediendo al deseo de su estrella, lo contrató. Kaiser tenía que jugar, ¡pero no sabía hacerlo! Lo arregló fácil: «Iba a los entrenamientos y a los pocos minutos de ejercicios me tocaba el muslo o la pantorrilla y pedía ir a la enfermería. Durante 20 días estaba lesionado y en esa época no existía la resonancia magnética. Luego, un dentista amigo me dio un certificado de que tenía un problema físico. Había convencido a todos en Botafogo que tenían en mí un crack. Y era objeto de misterio», contó el propio Raposo.
Pese a no jugar ni un minuto, al año siguiente lo compró el Flamengo donde tenía otro gran amigo que lo recomendó: Renato Gaúcho. El ex jugador de la Roma y la Selección brasileña recordó que «El Kaiser era un enemigo del balón. Entonces le pedía a algún compañero que le pegara una patada y así se iba a la enfermería». También contó que llegaba al entrenamiento con un enorme teléfono celular de juguete. Con él, simulaba que hablaba con dirigentes de clubes europeos que querían ficharlo. Lo cierto es que completó el año en el Flamengo sin jugar un solo minuto. En aquella época la información no era tan accesible como hoy. No había webs donde leer sobre el futbolista, no había videos para ver sus supuestas cualidades.
Para mantener vivo el interés de los clubes, utilizaba todo tipo de trampas, como pagar a periodistas para que le hicieran reportajes, regalar camisetas oficiales del equipo a grupos de jóvenes para que coreasen su nombre o inventar ofertas de clubes extranjeros de relevancia. El periodista Rob Smyth contó una conversación telefónica inventada con Josep Lluís Núñez, que supuestamente estaba interesado en llevarlo al FC Barcelona: «Señor Núñez, ¿puedo llamarle yo dentro de una hora? Justo ahora hemos acabado de entrenar», dijo en voz alta frente a los periodistas que esperaban a los jugadores de Flamengo. «Tengo facilidad en hacer amistades. A muchos periodistas de mi época les caía bien, porque nunca traté mal a nadie». Gracias a esa «buena prensa» se fue a jugar a México. Arribó al Puebla. Seis meses de contrato, cero minuto de juego. De allí cruzó la frontera y arribó al incipiente fútbol de EE.UU. firmando para El Paso. Tampoco pisó el césped con los cortos en partido oficial. Luego firmó por el América, y sacó otro as de la manga. Para no tener que entrenarse presentó un informe médico que un doctor amigo le realizó en el que se detallaba un problema mental que lo bloqueaba para jugar al fútbol. La prensa ya lo mencionaba como el crack con más mala suerte. Entonces decidió irse lejos para que esa fama no lo perjudicara. Y otra vez lo consiguió.

Fue fichado por un club de Córcega que disputaba la segunda división gracias a que Fabio Barros, «Fabinho», estaba allí y lo recomendó a un directivo italiano. Le hicieron una presentación digna de Messi. «El estadio era pequeño, pero estaba lleno de hinchas. Creía que entraba y saludaba a los simpatizantes pero había infinidad de balones. Teníamos que entrenar. Se iban a dar cuenta de que era horrible. Empecé a agarrar pelota por pelota y se las pateaba a los hinchas mientras al mismo tiempo saludaba y besaba el escudo de la camiseta. Los aficionados enloquecieron. Los dirigentes se agarraban la cabeza porque los hinchas se llevaron de recuerdo todos los balones. Habré pateado unos cincuenta. No quedó ni uno».
Solo jugó una vez, fueron veinte minutos. En el primer pique hizo como si se hubiera desgarrado y pidió seguir por amor a la camiseta. Los hinchas deliraban por ese brasileño que no tocaba la pelota pero corría rengueando por amor al club. Y el presidente se había encariñado con él ya que Raposo no dejaba de enviar, cada viernes, un ramo de rosas a su esposa.
En 1989 retornó a Brasil y firmó para el Bangú. Le dio dinero a un chico del club para que trajera a sus amigos y familiares que vivían en una favela. En el primer entrenamiento aparecieron 30 personas en las tribunas que al ver ingresar al Káiser al campo de juego enloquecieron y comenzaron a corear su nombre. El dueño del club, Castor de Andrade se emocionó en su palco al creer que había traído una estrella de nivel mundial, porque un periodista amigo de Raposo inventó en una nota que el jugador se consagró goleador de la segunda división francesa con el Ajaccio, convirtiendo 40 goles en 30 partidos. Todo mentira.
Andrade, era un temido cabecilla de la mafia local. Llevaba una pistola siempre consigo y los jugadores le besaban la mano antes de salir al campo. «Kaiser, el jefe te quiere mañana en el equipo», le dijo el entrenador. El jugador recurrió a su frase de cabecera: «Míster, estoy lesionado». Y Moisés le replicó: «No te preocupés, vas a estar en el banco». Bangú jugaba de local con el Curitiba. El entrenador lo mandó a calentar en el entretiempo. De repente se empezó a pelear con un hincha rival y comenzaron a tirarse golpes. Se armó una gresca general y el árbitro lo expulsó. El técnico estaba furioso con él. «Dios me dio un padre y después me lo quitó. Ahora que Dios me ha dado un segundo padre, que es usted míster, no dejaré que ningún hincha lo insulte como lo hizo al que yo le pegué, que decía que usted era un traficante y un delincuente. Mire, me quedan quince días para terminar el contrato. Cuando lo termine, ya no me verá más», le dijo Kaiser. El entrenador lo abrazó, ¡y le consiguió seis meses más de contrato! Luego pasó por América, Vasco de Gama, Fluminense, Guaraní y Palmeiras. Actualmente es «personal trainer».
Louis Myles hizo la película de su vida. El problema es que no podía creer nada de los que les decía Raposo: «En nuestro primer encuentro se pasó las dos primeras horas hablando con detalles sobre todos sus logros, tanto dentro como fuera del terreno de juego. Eran tan escandalosas las mentiras que el tipo se convertía en adorable», dijo el cineasta sobre el falso nueve anterior al de Guardiola. Muy probablemente, la historia de Keyzer Soze, el personaje fantasma de «Los sospechosos de siempre», esté inspirado en las aventuras del simpático y mítico Kaiser brasileño, el jugador «mais chanta do mundo».

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