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El rayo de horror que marcó a Sabina Frederic: sobrevivió a la dictadura y trabajó con las fuerzas armadas

De niña, la actual Ministra de Seguridad nacional fue testigo en su propia casa del refugio que su madre, militante de la Juventud Peronista, daba a los buscados por la dictadura militar. Antropóloga social, hizo de su vida profesional un camino para responder las preguntas sobre lo que vivió en su infancia: la militancia política y la formación de las fuerzas de seguridad. De cómo la marcó el crimen de Ezequiel Demonty a manos de la Policía Federal a su llegada al Gobierno, de la mano de Santiago Cafiero

Nacionales 18/07/2021 Redacción Redacción
friederich

Sabina Frederic sabía que si un compañero de la escuela le preguntaba qué hacía su mamá, ella debía responder una mentira. A los 12 años tenía una claridad interior parida, a la fuerza, por la oscuridad circundante: un rayo de luz en medio de la tormenta enceguecedora de horror. La mierda que tapaba todo en 1976 la obligó a pegar un salto que los pediatras no recomendarían a nadie: de niña a adulta de un golpe. Un golpe de Estado. El estruendo que marcó el destino de lo que iba a ser esta mujer: estudiante, investigadora, ensayista y ministra con el foco puesto en la política y las fuerzas armadas. Menos por venganza que por reconciliación.

Y entonces la (ya no tan) niña Sabina, con sus ojos achinados, su nariz heredada de la mezcla de sangres vasco francesa e italiana, su pelo lacio castaño claro alrededor de los pómulos marcados, como una chica de 17 o de 20, había aprendido antes de terminar la escuela primaria lo que era conveniente decir, lo que era imperioso callar, a quién podía mirar a los ojos con confianza y ante quién debía agachar la cabeza: en el colectivo, en el almacén, en la cuadra con los vecinos, las vecinas y sus amigas. También sabía, y eso lo había aprendido mejor que cualquier cosa, de qué manera proteger a su hermanito menor. Porque hay horrores que a determinada altura no tienen explicación.

Casi ninguno de los que ve a la Ministra de Seguridad en fotos protocolares, en declaraciones públicas, incluso en sus esporádicos cruces picantes con su par bonaerense Sergio Berni sabe que Frederic (Lomas de Zamora, 13 de octubre de 1965) aprendió a sobrevivir bajo esa sombra. Nombres cambiados y palabras en código mientras el silencio gobernaba con fuerza centrípeta: no sólo tomaba la época, el barrio, sino también el interior de su casa. Un silencio de sigilo, de extremo cuidado, el silencio del que camina por la casa de madrugada. La condición necesaria para llevar a cabo cada una de las operaciones de refugio y solidaridad en las que se había montado Irma, su mamá, militante de base de la Juventud Peronista y estudiante universitaria. Y que había arrastrado a todos.

La casa donde vivía a los 10, a los 12, a los 13, durante la Triple A y en el cenit temporal iracundo de la dictadura asesina, ese hogar bajó las persianas y se convirtió por un largo tiempo en el escenario por el que fueron y vinieron hombres, mujeres y niños perseguidos por los militares: un refugio de paso para gente en situación de paranoia y dolor.

Una de esas tantas “visitas” no la abandona. El chalet de tejas coloniales diseñado y construido por Máximo Frederic (actualmente de 82 años, que en 1976 se separó de Irma y se fue de aquel hogar) tiene tres habitaciones pequeñas, dos baños, un estudio y biblioteca: dos plantas con apenas un desnivel de tres escalones, una moda rara de la época. El living da a una galería y la galería da al jardín. Al fondo, una habitación de servicio.

La casa es cómoda pero pequeña y desde un poco antes de aquel 76 comienzan a aparecer compañeros de la facultad de Periodismo de Irma y algunos también ex de Arquitectura de Máximo. Entran una noche y salen la otra mañana, o apenas unos días después. Vienen, muchas veces, de pasar días arriba de colectivos, en movimiento perpetuo, una técnica para bajar el riesgo de ser atrapados por los perseguidores. Los Frederic son, en ese tiempo, mamá y tres hermanos (luego serían seis) que, de repente, quedan agrupados en una habitación para liberar la otra a los que se esconden o escapan, vienen y se van.

Sabina recuerda, especialmente, a una mujer -cuyo nombre no dirá jamás- que llegó con sus dos chicos de 9 y 7 años. Habían matado al marido horas antes. La sangre y el dolor habían salpicado simbólicamente las paredes de su casa. El estado de las cosas hizo que de eso se hablara en la mesa familiar, entre susurros, con ella presente. La mamá y sus hijos estuvieron unos días hasta que Irma los ayudó a alquilar un lugar y luego consiguieron un pasaporte y, vía Brasil, se fueron a Francia. Volvieron recién con la democracia. “Una familia de Corrientes, todavía estamos en contacto”, recuerda Frederic, la mirada en sus manos, cierta sonrisa nostálgica intuida en sus comisuras.

Yo tenía tenía clarísimo todo, desde que había gente que estaba detenida en lugares en la zona del conurbano hasta gente que sabíamos que era torturada, gente que había desaparecido. Tenía toda la conciencia de esas cosas. Y bueno, sobrevivimos.

El cuerpo de aquella niña sobreviviente, el alma de esta adulta, quedó atravesada para siempre por el estado de pregunta. No metió el dolor en una bolsa y esa bolsa en el sótano de la experiencia. Al contrario. Se pregunto por qué. ¿Y si chupaban a mamá? ¿Y si nos liquidaban a todos? Otra vez: ¿Por qué arriesgar a la familia? ¿Yo qué hice?

Sabina Frederic asomó la cabeza en el tibio sol de la democracia con una demanda inmensa de explicación, con enojo e incluso con piedad. Irma había zafado, tras jugar todas las fichas del proyecto familiar en un plan mucho más trascendental pero en un punto incomprensible para su hija: resistir el genocidio, acompañar a las víctimas y reivindicar las ideas del peronismo de izquierda. Aunque costara la muerte.

Qué es la militancia. Cómo se construye la política en un barrio. Por qué las fuerzas de seguridad actúan como actúan. Cómo se vive cuando estás atravesada por la flecha del terror. La pregunta es un segundo corazón que late en la vocación de Sabina Frederic, que se dedicó al intento de responder algunas de las preguntas que le fueron tatuando la piel.

Y no fue solo la época de la dictadura. Fueron los 90, el neoliberalismo y el post estallido: 39 muertos en Plaza de Mayo, Kosteki y Santillán y todo lo demás también. Especialmente, Frederic quedó impactada y se sumergió en el estudio profundo de las fuerzas después de conocer la historia de Ezequiel Demonty, un joven que en septiembre de 2002 fue detenido y obligado por agentes de la Policía Federal Argentina a cruzar junto a sus amigos el Riachuelo, de Capital a Provincia, de Pompeya a Lanús, a nado. Y que murió en el intento.

Sabina, que ya tenía su título de grado y su lupa puesta en las poblaciones de los bordes, en la observación de cómo la utopía de su madre, y un poco la suya, se caía a pedazos, recibió otro flechazo.

Entre preguntas y respuestas se construyó a sí misma Frederic, doctora en Antropología Social por la Universidad de Utrech (Países Bajos), investigadora del Conicet, profesora de la Universidad Nacional de Quilmes, premio Nacional de Cultura por un ensayo escrito en 2014 sobre las fuerzas armadas y su integración a la democracia, donde aspira mucho menos a la venganza que a la comprensión, y actualmente Ministra de Seguridad de la Nación.

“Una ministra para los países nórdicos”, bromean con la malicia del fuego amigo quienes no la entienden o los que desconocen su trayectoria, bastante más cercana al lugar de los hechos que a la biblioteca.

“Esas formas de la militancia sacrificiales de los años ’70 que se fueron diluyendo, afortunadamente. Preguntas medulares, una interrogación de largo aliento”, dice sobre el leit motiv de su vida Frederic, en su despacho del Ministerio con vista al Río de la Plata, la oficina elegante del barrio más “europeo” de Buenos Aires, en el mismo piso donde vivió y murió Juan Duarte, el hermano de Evita. Las respuestas, de alguna manera, la llevaron a donde está ahora.

La de los 70 fue una forma de la militancia, los años 80 trajeron otra, y en los 90, ensaya, hubo un estallido de la formas de hacer política, tanto en los barrios populares como en las grandes ligas. Esa diversificación le hizo pensar a Frederic en qué mueve a esa gente, qué es lo que hacen, cómo lo hacen, por qué disputan, qué disputan, cómo lo disputan. Entonces, simultáneamente a un trabajo en la Municipalidad de Lomas, en la Subsecretaría de Tierras y Viviendas bajo la intendencia de Bruno Tavano, donde se dedicó a regularizar el estado de terrenos para los habitantes de las villas, empezó a estudiar el movimiento político de la post dictadura en los barrios.

El destino de Irma, y consecuentemente el de Sabina, están cruzados por el origen obrero de su abuelo paterno, un trabajador frigorífico de Villa Domínico que experimentó el ascenso social del primer peronismo y junto a dos socios, a fines de los ’50, abrió otro frigorífico, en Berazategui. Eso cambió el destino de la familia.

Irma creció en una casa con gallinas en Llavallol, hasta el salto grande, pronunciado, de su padre: de obrero a patrón. Sabina no recuerda nada de su abuelo, que murió en 1972, pero sí de su abuela materna: “Muy peronista, nacionalista”. Irma estudió Filosofía en la UBA y Periodismo en Lomas de Zamora. Para sobrevivir abrió una librería universitaria que funcionaba como centro de reunión de militantes, un espacio de contención para los perseguidos, que pronto se extendería al chalet familiar.

En ese contexto universitario creció Sabina, que descubrió su interés por el lado humano de las cosas entre las reuniones de su madre con sus compañeros. Primero quiso ser arqueóloga, porque la pareja de Irma que siguió a Máximo era un médico aficionado al tema, que la llevó a un curso en el Círculo Médico de Lomas, donde oyó los primeros conceptos de la antropología.

Los 80 la tuvieron en la universidad. Las flores de la primavera democrática se marchitaron pronto, con las extrañas Pascuas alfonsinistas del 87, un acontecimiento que decepcionó a una Sabina no demasiado entusiasmada con Alfonsín. Mientras Irma, ya fuera de la clandestinidad, comenzaba a trabajar en la Provincia de Buenos Aires con Antonio Cafiero, en el área de Cultura. Nadie imaginaría, mucho menos Frederic, quien en esa época se sentía más atraída por el marxismo que por el peronismo, que otro Cafiero, el nieto de aquel, la llevaría a la Casa Rosada décadas más tarde.

Sin embargo, en su primera elección Sabina no votó a la izquierda sino a Carlos Menem. Aunque no le gustaba el peronismo de la época, con Luder, Herminio Iglesias, Eduardo Duhalde en su Lomas de Zamora, su decisión fue un acto reflejo de resistencia a la militancia cafierista de su madre, que hoy recuerda con candidez.

“La primera tribu que estudié como antropóloga fueron los políticos”, sonríe. Hizo su trabajo de campo en las villas de Lomas de Zamora. Y ese contacto directo con aquella militancia de base desde la perspectiva del análisis la reconcilió con la vocación de su madre. A Menem no lo volvió a votar y en ese lapso hasta entrados los 2000 se puso a investigar sobre aquel mundo. En 2004 publicó “Buenos vecinos, malos políticos”, un ensayo sobre la política y la moral.

Después mataron a Demonty y la curiosidad antropológica de Frederic se mantuvo parada en los barrios populares pero dejó de mirar a los políticos y empezó a observar a las fuerzas de seguridad. Y surgió una nueva pregunta: cómo esa forma de violencia de las fuerzas era parte del proceso de construcción política, sobre todo en espacios socialmente segregados.

Frederic no puso el foco en lo que la época pedía, que era la denuncia de la violencia institucional, sino que fue más allá, e intentó dedicarse a entender por qué a una Policía que se había formado en democracia se le atribuían los resabios de la dictadura y el autoritarismo.

Con el prestigio de las publicaciones en la marquesina de su nombre, Frederic ganó terreno en el ámbito académico. Pasó diez años de investigación en pleno, subida a patrulleros de la Federal, o camiones de Gendarmería en zonas de frontera. Compartió desayunos y operativos, entabló una relación en la que el prejuicio con el que se había criado, esa repulsión por los uniformes, se volatilizó.

“El trabajo de campo es poder entender las tareas en el contexto en el que se hacen esas cosas. La observación participante es una herramienta clave. No tengo ese perfil de ensayista o de estar en la biblioteca refugiada. Por supuesto que he pasado temporadas en la biblioteca pero siempre leyendo el trabajo de campo”, explica.

Frederic se jacta con una sonrisa de haber sido parte de ese 17% que creyó en Néstor Kirchner y lo votó en las elecciones que pusieron fin al menemato: “Lo voté decididamente a Néstor, quedé deslumbrada por su discurso del 1º de marzo de 2003 ante la Asamblea Legislativa, para mí fue impresionante”.

Ese año Frederic obtuvo el doctorado en Holanda y en 2004 la Universidad de Quilmes la absorbió en la gestión política de la institución; donde entró como Vicedirectora del Departamento de Sociales por un año, y después pasó cuatro como Directora.

En el 2008, a través del ex jefe de la Policía de Seguridad Aeroportuaria, Germán Montenegro, empezó a trabajar para el Ministerio de Defensa comandado por Nilda Garré. En esa cartera aplicó toda su experiencia de trabajo de campo. Siguió de cerca el desempeño de los militares en sus ámbitos profesionales, coordinó el Consejo de Políticas de Genero, trabajó por la integración de mujeres militares en las fuerzas y luego asumió como Subsecretaria de Formación, donde llevó adelante una reforma de los planes de estudios de las fuerzas federales.

En 2012 empezó a estudiar con lupa la Gendarmería, una fuerza creada por Perón y, según su análisis, recuperada por el kirchnerismo: “de centinelas de la patria al trabajo en los barrios”, como dice su libro “La Gendarmería desde adentro” (2020). En ese camino, Frederic entendió y transmitió a las esferas de poder político una revisión de la relación con las fuerzas de seguridad. Una manera de lamerse las heridas para una generación -como la de su madre, como la de Garré o Cristina Fernández de Kirchner- lastimada en los 70. “¿Qué significa conducir a las fuerzas de seguridad? Está mucho más en dar seguridad con ellos, con la voz de ellos, con cierto acuerdo de ellos y no contra ellos o con un palo en la cabeza, porque no se llega a nada”, explica.

Pero ningún estudio profundo, ningún libro escrito, ningún doctorado le hizo pensar jamás que en poco tiempo pegaría otro salto. Fue el activismo contra el desfinanciamiento de la ciencia y la tecnología durante el gobierno de Mauricio Macri la que la acercó a esta inimaginable chance de suceder en el nuevo gobierno a Patricia Bullrich. Algo de Irma en esa resistencia la llevó a integrar en 2018 el grupo Agenda Argentina, que también tenía incorporado al Grupo Callao, de Alberto Fernández y Santiago Cafiero.

Por esa simbiosis de resistencia, durante la campaña electoral de 2019 Frederic colaboró con Fernández y con Axel Kicillof en la temática de los ejes de seguridad y defensa en los discursos, especialmente en la forma de dirigirse a las fuerzas de seguridad. Con las elecciones en el bolsillo, Cafiero la llamó una tarde de octubre y le ofreció, así como así, conducir el Ministerio de Seguridad.

Durante lo que dura un relámpago mental, Frederic pensó en cada vez que entró a una comisaría o a una unidad militar o que participó de patrullajes o de su estudio del desarrollo del Cinturón Sur en las villas con Gendarmería. Recordó, se evocó a sí misma: “Nunca sentí miedo, nunca. Siempre conseguí establecer una relación de confianza con quien fuera”. Y también le vino a la mente la emoción de aquel gendarme que le contó que por trabajar en la villa 21 había redescubierto su origen paraguayo y se había reconciliado con el guaraní. Un pequeño gran triunfo de su idea.

Y reflexionó sobre lo de siempre: la relación entre las fuerzas de seguridad y el entorno social donde actúan. “Para sentirse al servicio necesitan establecer esta conexión, sentirse parte. Aquel gendarme me decía ‘Yo le tengo que decir a mi mamá que este lugar no es inseguro, ella vive en Formosa y ve el noticiero y cree que estoy en un lugar tremendo pero este es un lugar donde la gente trabaja, hay un montón de chicos, una comunidad que cría pajaritos, con gente que viene del interior’. Es muy interesante ver cómo en esos contextos aparecen identidades y empatías”.

También, para convencerse, recordó las situaciones violentas de su vocación: ella arriba de un patrullero, en un operativo de apoyo a un gendarme que tenía detenido a un muchacho que había robado; ella al ver que otros gendarmes pateaban gente pero con disimulo para que ella no los viera. “Nunca tuve miedo por mi vida”, repite, y sigue; “Puede ser ingenuidad también”, reconoce, sentada en su despacho, mientras repasa las preguntas y las respuestas que se hizo antes de aceptar la oferta de exponerse en la silla caliente del Ministerio de Seguridad.

Y entonces pensó en Irma, que murió en 2001, a los 61 años. En sus batallas clandestinas, en su resistencia, en la parábola que nace con aquel enojo de Sabina por arriesgar la vida propia y de sus hermanos y termina con el latido de una vocación, en las caminatas por los barrios pobres de Lomas de Zamora, en las noches frías de frontera con soldados del Ejército. En la flecha del espanto que lleva clavada y en la pregunta como latido existencial.

¿Qué cree que hubiera pensado ella al verla trabajar a usted en las entrañas de las fuerzas de seguridad, más con ellos que contra ellos?

Creo que a ella le hubiera costado entender mi postura. Ella se sentía perseguida por aquellos con quienes yo compartí un montón de tiempo. Hubiera sido muy difícil. Pero lo mío es una reconversión; quizás, una forma personal que tuve de “eliminar” a ese perseguidor. (Infobae)

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