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"¿Qué nos sucede vida? Que últimamente ya nos miramos indiferentes. Y ese amor que hasta ayer nos quemaba. Hoy el hastío ya le dio sabor a nada…Reflexionemos, vida mía. O nos condenaremos. A vivir eternamente. Fingiendo amor ante la gente…Y todo aquello que hasta ayer nos quemaba. Hoy el hastío ya le dio sabor a nada…", Ramón Bautista Ortega.
25 de abril de 2022Por Oscar Martínez. Miro a mi lado y mi amigo me devuelve el gesto de fastidio, pero busca minimizarlo. "Y bueno, era esto o ir a tomar mates a la casa de mi suegra", me dice con una mueca que busca ser una sonrisa. "¿Y no re arrepentís?", pregunto con miedo. "Y…no…siempre quedará la duda…pero venir a la cancha es lindo, aunque se juegue así", responde sin estar convencido. Entonces repaso el resto de las caras de los que se van, en general, mirando la pantalla del celular. Supongo que para escapar rápidamente de esta decepción. O porque en realidad no hacemos otra cosa que mirar siempre pantallas. Ni siquiera hay enojos, alguien que insulte al árbitro, al entrenador, a los jugadores, a los nuestros o a los de ellos. Todas esas cosas que siempre odié y hoy extraño. Es que el fútbol, es otra cosa, no esto. No encuentro ni siquiera a un par de hinchas que se vayan discutiendo sobre el partido. La nada misma. Me voy del estadio y es peor aún, ¡No ganamos y jugamos espantoso" «¡Qué pasa viejo!, ¿soy es único al que esto lo enoja?", pregunto, pero ni siquiera uno me responde. Siguen mirando el celular. Es así, Palito, el hastío ya le dio sabor a nada a eso que era un amor que venía desde la cuna, el amor a la camiseta.
En el cine argentino de los años 60 abundaban las películas con buenas intenciones, encuadres inexplicables, más sombras que luces, actores como estatuas, miradas perdidas y silencios que insinuaban profundidad y caían en el tedio. El primer tiempo de Atlético fue algo así, centrales que se pasaban la pelota entre ellos, los del medio que apenas la recibían la devolvían para atrás, los de adelante que iban siempre para el lado equivocado, y la gente que miraba indiferente. Solo el arquero atajaba, el Colo Soloa los corría a todos, y Bieler al menos protestaba para tratar de despertarlos. Un intento fallido, un largo bostezo. El recuerdo de la derrota de la fecha anterior rápidamente tapó el de la victoria con goleada en este mismo estadio, quince días atrás, cuando pareció que Forestello encontró el rumbo. Pero este Atlético, justamente, es eso: un equipo sartreano, entre el ser y la nada. Y encima un diez morochito, que juega como en el campito, tiró un centro que en el fútbol moderno se denomina "asistencia", Tomás González cabeceó ante la atenta mirada de los defensores de Atlético, y a los 23 de esa primera etapa ya perdíamos por 1 a 0.
Forestello debe haberse sacado el barbijo que uso mientras caminaba por la línea lateral, y por el cual seguramente los jugadores nunca entendieron lo que quería que hicieran, y algo dijo en el vestuario. Seguramente. ¿Si mejoraron? No, pero al menos buscaron con otra intención el empate. Y entró el Bicho Aguirre, que si sabe jugar a la pelota, y la cosa en el medio se pareció a un partido de fútbol. Encima hizo un gol monumental de cabeza para igualar y despertar ilusiones. "Vuela, ¡y déjenlo volar!", debería haber relatado las radios la palomita en el primer palo que terminó con un enorme cabezazo tras el córner de Borgnino. Pero nada más. Si hasta pudo ganarlo un pobre Chicago en la última pelota.
Este equipo ya es una enorme desilusión que provoca indiferencia, tribunas vacías y frustraciones varias. Este hastío que en general son cada uno de sus partidos ya le dio sabor a nada al presente. El equipo mete, y los jugadores corren, pero nadie tiene claro para donde deben ir. Entonces uno tiene la espantosa sensación de viajar en un auto a 250 por hora, todo el tiempo, y con Stevie Wonder al volante. Ay…
Foto: D. Camusso
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