El día en que el Templo tembló

Mañana se cumplirán 50 años de la gesta más importante de la historia del deporte rafaelino. El aniversario será mañana y el recuerdo todavía enciende las emociones más intensas en quienes lo vivieron, como protagonistas indirectos o como testigos privilegiados. En una época, la de comienzos de los '70, donde la inserción internacional del automovilismo argentino vivía una época de oro, se dio la imposible: las 300 Millas de Rafaela de la Indy USAC (United States Auto Club), la actual IndyCar.
La historia es bien conocida en Rafaela, pero vale recordarla por su inicio, cuando a mediados de 1970 el Dr. Virgilio Márquez, ex integrante de la Comisión Directiva de Atlético Rafaela, viajó con el fin de presenciar las 500 Millas de Indianápolis de aquél año. Allí comenzó las gestiones pertinentes con las autoridades de USAC. A su vuelta les informó a su pares sobre las posibilidades que existían y así se concretó la visita de Henry Banks, Director de Competición, Relaciones Públicas y Seguridad en Autódromos de USAC, a Rafaela.
Había mucho por hacer, desde dotar al óvalo rafaelino de condiciones de seguridad adicionales, incluyendo el ensanche y la repavimentación de la pista y la colocación de los guardarailds, hasta juntar los 90 mil dólares que costaba la carrera, y que se depositaron religiosamente -con dinero conseguido a través de garantías personales de los dirigentes de Atlético de aquél entonces- en el Banco Nacional de Indianápolis, más el gasto por el traslado de la delegación compuesta por 137 personas.
El acontecimiento fue singular por una característica especial: otorgó puntaje oficial, por lo que los mejores pilotos de la especialidad, los mismos que animaban año a año las 500 Millas de Indianápolis, se prepararon para correr por primera vez fuera de Estados Unidos. La fecha tenía otro valor agregado especial: el óvalo rafaelino es más extenso que el propio de Indianápolis. El dibujo yanqui tiene 4.023 metros de longitud. El trazado local cuenta con 4.624,46 metros. Aquellas máquinas de la Indy tenían una potencia de 700 caballos y en el óvalo de Atlético los autos llegaban a una velocidad final de ¡320 km/h! Una marca récord para ése escenario.
El lunes 22 de febrero el sueño se hizo realidad y empezó la actividad con los entrenamientos. El viernes 26 fue la clasificación donde Lloyd Ruby (Laycock Turbo Ford) marcó la pole, con un tiempo de 59 segundos 74 centésimas, a un promedio de 278,675 km/h. El domingo 28, con 30 grados de calor y amenaza de lluvia, se corrieron dos mangas a 53 vueltas, que cubrieron las 300 Millas. En ambas el emblemático Al Unser (Colt FordTurbo) estrenó su título con todo quedándose con sendas victorias.
Más allá del dominio de Al Unser, la imagen de los pelotones formados e hileras de hasta tres autos doblando juntos en los curvones peraltados, fueron la atracción de esa carreras. Lucha a fondo en cada posición incluyeron adrenalina y velocidad en estado puro.
En estos días de trueno también corrió un argentino: Carlos Alberto Pairetti. Il Matto, con un Volstedt Ford Turbo del equipo de Dick Simon identificado con el color naranja y el número 44, fue 12° en la primera manga y noveno en la segunda, mismo lugar que ocupó en la sumatoria de vueltas generales.
Para Rafaela fue un acontecimiento que marcó a fuego a la ciudad y la región. Nunca antes, y nunca después la ciudad vivió una convulsión semejante, capaz de estremecerla de extremo a extremo, de movilizar a sus habitantes en la causa común de ser huéspedes de un acontecimiento de dimensiones históricas.
Fue un 28 de febrero, hace 50 años. El día en que el Templo de la Velocidad tuvo su Comunión con la historia.