Pena máxima

Por Oscar Martínez. "Ganamos, perdemos, ¡siempre perdemos!!!" enfatizaba el cantito infantil derivado del "ganamos, perdimos, igual nos divertimos"…
"Tengo muy claro que es lo que hay que hacer. No entiendo como los dirigentes no lo ven", me dice un amigo que me acompañó en la tarde del domingo, preocupado por mi salud mental ("es que no sé qué puede pasar con vos y, sobre todo, con tu computadora esta tarde en la que Atlético volverá a perder. No te olvides que juega de visitante") "Hay que cambiar todo y empezar de nuevo", enfatiza apagando rápido el televisor. "¡Pero claro!, veo que leíste mi última columna. Eso hay que hacer. Revisar las inferiores, hacer una junta con gente de la ciudad que sabe de fútbol y quiere al club para elegir rápido un coordinador, manager o como se lo llame, y junto con el elegir entrenador y trabajar para sacar adelante este proceso, con el objetivo de mantener la categoría. Y entonces sí, pensar los próximos torneos", le respondo convencido que al menos uno lee lo que escribo. "¡No!, nada de eso. Hay que echarlos a todos y traer a Scaloni, Messi, el Fideo y el resto. Solo así se pueden salvar. ¿Vos viste lo que son estos tipos? ¿De verdad crees que se pueden salvar?", me dice en serio y se va. Se ve que ya no le importa mi salud mental. Y mi computadora, que solo se salva porque tengo que hacer esta columna. Y por lo que cuesta una nueva.   
"Hace unos meses, Daniel Passarella pasó por Madrid y, en una cena entre amigos, empezó a hablar de un viejo jugador que pegaba patadas sin asco. Para provocarlo le hice una propuesta: "¿Por qué no hablás de vos mismo, que elegías hasta el hueso que ibas a romper?". Pero Passarella juega a ganar incluso en las discusiones y, con el orgullo del jugador que ya no es, me mató: "No te equivoques", dijo, "yo pegaba por placer, no como esos mediocres que pegan por necesidad". Cuando vuelva a ver a Daniel le diré, para enriquecer su bagaje intelectual en el tema de la violencia, que todavía hay jugadores que pegan por necesidad y otros que pegan por placer, pero que hay que empezar a catalogar a un tercer grupo: los que pegan por imprudencia, por exceso de velocidad, por atolondramiento", escribió Jorge Valdano hace un tiempo en la edición madrileña del diario El País. Imprudencia. Esa es la definición de la jugada que selló otra derrota de Atlético. Jonás Aguirre se tiró desde atrás para despejar una pelota que llevaba Lucas Ambrogio en el vértice del área grande. No queda claro si fue falta, pero sí que fue fuera del área. Pero teniendo en cuenta lo mal árbitro que es Nelson Sosa y lo lejos que estaba el delantero, la definición es que mereció que le cobren el penal por imprudente. Dicho así para ser gentil con Aguirre, que encima se fue lesionado. Y tengo claro que no se siente cómodo jugando como marcador lateral, aunque pone la cara. Y el pie en el peor lugar y momento.
El equipo que dirigió Gonzalo del Bono, que al menos intentó desde el banco algún cambio de esquema para modificar el rumbo, ni siquiera merece la definición de equipo. Se parece a un rejuntado de fin de semana en donde los que juegan se conocen solo de nombre. Pateó tres veces al arco y cabeceó otra dos. Situaciones de gol. Ninguna. Nada que no hayamos visto antes. Es cierto que perdimos por un penal derivado de una jugada en la que no hubo falta. Pero perdimos. Siempre perdemos.
Atlético necesita cambios en serio. No solo se trata de un entrenador o jugadores. Necesita no repetir sus errores. Y repensar como fue aquel proceso que interrumpió la maléfica elección del 2012. Albert Einstein sostenía que "si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo". Perdimos. De penal. Pero perdimos. Y fue en la tardecita del domingo, es decir que hoy es lunes y hay que ir a trabajar. Y que está eso de la inflación, la inseguridad…Es decir, la pena máxima.