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Lejos de la Mano de Dios

Si el fútbol, como dicen algunos sociólogos, es una metáfora de la guerra, en 1982 la Argentina y el Reino Unido hicieron ambas cosas simultáneamente. Este sábado se recordó un nuevo 2 de abril, tal como ocurrió el 24 de marzo con el golpe militar. En una nueva oportunidad para discutir seriamente lo ocurrido en hechos en los que tuvimos implicancia, vale la pena leer el pensamiento de Ezequiel Fernández Moores para repasar la historia.

Deportes - La Otra Mirada 04/04/2022 Redacción Redacción
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Cuenta el periodista Ezequiel Fernández Moores que «en 1980, Edgardo Esteban soñaba jugar con Diego Maradona. Estaba en la quinta división de Argentinos Juniors. Tenía dieciséis años, cuatro menos que su ídolo, que ya brillaba en la Primera del club. En 1981 Esteban fue al primer concierto de Queen en Buenos Aires donde Freddy Mercury cantó con la camiseta de la selección. Maradona subió al escenario y posó con la bandera británica dibujada en la remera. En 1982 la Argentina convocó a los dos jugadores a defender el país. Maradona va a la cancha. Esteban a la guerra. Una guerra que nuestro país, entonces en manos de la dictadura más sanguinaria que hayamos tenido, le declara al Reino Unido para recuperar las Islas Malvinas, ocupadas desde 1833. El 13 de junio, un día antes de la rendición argentina, Esteban había sobrevivido a la noche más dura de la guerra. Hambriento y muerto de frío en su pozo de combate, escuchó por radio el debut de Maradona en el Mundial de España. En pleno partido, un bombardeo de la Armada británica lo hace volar. En medio de las bombas, Esteban escucha que Bélgica le hace un gol a Argentina, que había llegado a España para defender el título. Estaban varios de los campeones del Mundial de1978, como Osvaldo “Ossie” Ardiles, estrella del Tottenham Hotspurs cuando estalló la guerra. Su primo, el aviador militar José Leonidas Ardiles, había muerto el 1 de mayo de hipotermia en las aguas del Atlántico Sur cuando la Armada Británica derribó su Dagger. Argentina perdió y decepcionó en su debut. La revancha llegó el 18 de junio. Fue 4-1 ante Hungría, con dos goles de Maradona. El soldado Esteban ya era un prisionero de guerra. Argentina se había rendido ante el Reino Unido el 14 de junio tras una guerra que mató 649 argentinos y 255 británicos. El triunfo ante Hungría excitó tanto a los soldados argentinos, prisioneros del buque Canberra, que los custodios creyeron que era una sublevación. Celebraban el triunfo y, quizás, haber sobrevivido a la guerra “ese homicidio formalizado”, según Jorge Luis Borges.

Argentina y el Reino Unido podrían haberse enfrentado en la final del Mundial, pero fueron eliminados.

 
Lo hicieron en México 86. ¿Qué aficionado no recuerda ese partido? La prensa se regodeó en titulares de tinte probélico. Los hooligans ingleses y los barras de Argentina se enfrentaron fuera del estadio. Los jugadores pidieron hablar sólo de fútbol. Años después del triunfo, Maradona confesó en su libro autobiográfico que aquella cautela no fue más que una postura políticamente correcta. Para el equipo argentino, el partido fue una revancha por la pérdida de las Malvinas. En ese encuentro, Diego fue diablo y genio en apenas cinco minutos. Primero hizo el gol con la mano. Y luego corrió sesenta metros con el balón en catorce segundos, eludió a más de medio equipo inglés y convirtió “el gol del siglo”, como lo consagró la FIFA. “A veces –dice Maradona en su autobiografía – siento que me gustó más el de la mano. Fue como robarle la billetera a los ingleses.

En un ensayo sobre Diego, el escritor inglés Martin Amis escribe que para muchos argentinos “los medios tramposos son incomparablemente más satisfactorios que los medios justos”. Según el periodista holandés Simón Kuper, la mirada sobre La Mano de Dios “sintetiza la división mental” entre Argentina e Inglaterra. La “viveza” y la “picardía criolla” del alumno argentino contra el “fair play” y el “sportmanship” del maestro inglés. Maradona se convirtió en ídolo nacional porque con esos goles, según el escritor Juan Sasturain, el fútbol argentino “mató” a su padre.

Matar al padre no es una frase menor en el país del sicoanálisis. Muerto el padre, Argentina por fin se convierte en un legítimo campeón mundial. Digo “por fin” porque Argentina había ganado un primer Mundial en 1978, durante una dictadura militar que utilizó al fútbol para tapar sus graves violaciones a los derechos humanos.

 
El primer gran conflicto futbolístico entre ambos países se dio en el mundial de 1966. El partido tuvo un solo incidente. Pero fue histórico. A los 36 minutos, el árbitro alemán Rudolf Kreitlein expulsó al capitán argentino Antonio Rattin. Fue la primera expulsión de un futbolista extranjero en Wembley. Kreitlein admitió que jamás supo qué le dijo Rattin. No sabía una palabra de español. El volante de Boca se negó a irse y el partido se detuvo durante ocho minutos. Después, en su salida, manoseó un banderín de córner de la Unión Jack y se sentó en la alfombra roja que usa la reina. Inglaterra ganó 1 a 0. Alf Ramsey, técnico de la selección inglesa que odiaba a los argentinos, entró a la cancha y prohibió a sus jugadores que intercambien camisetas. Los argentinos, furiosos con Kreitlein, destrozaron los vestuarios. En la conferencia de prensa, el técnico inglés calificó de “animals” a los argentinos.

Sin embargo la estadística revela que Inglaterra cometió más faltas: 33 contra 19. Los ingleses replican que Argentina provocó muchas de sus faltas lejos de dónde estaba el balón, fuera de la vista del árbitro. Hugh McIllvanney escribió en The Observer que lo ocurrido en Wembley, más que un partido de fútbol, había sido un “incidente internacional”. Un diario argentino tituló: “Primero nos robaron las Malvinas y ahora nos robaron la Copa Mundial”. Pero también Brasil se sintió robado. Venía de ganar los dos Mundiales anteriores, Suecia 58 y Chile 62. Pero Pelé fue molido a golpes por Portugal. Y contra Hungría le anularon dos goles. Siete de los nueve árbitros y asistentes de sus partidos fueron ingleses. Cuatro europeos monopolizaron por primera vez las semifinales de una Copa mundial. Inglaterra celebró el primer título de su historia. Para Sudamérica fue un “robo”. Lo certifican informes que las embajadas británicas en Sudamérica enviaron a Londres, citados en el libro “The Theft of the Jules Rimet Trophy”, de Martin Atherton. “Ya no creen más en nuestro concepto de fair play y sportmanship”, dice uno de los textos. Tal vez no fue un robo pero pareció. Y el “animals” de Ramsey resonó por décadas como una reminiscencia de tiempos imperiales.

Las crónicas de los primeros enfrentamientos entre equipos argentinos y británicos, de clubes o selecciones, destacan un choque de culturas. Y la expulsión de Rattin en el 66 y la Mano de Dios del 86 lo agravaron.

 
A su vuelta, el país aclamó a Rattin poco menos que como un héroe nacional. Cuando viajó a Inglaterra en Argentina había democracia. Pero cuando volvió del Mundial había una dictadura militar que recibió con agrado su gesto desafiante en la casa del Imperio. En 2001 Rattin se convirtió en el primer futbolista argentino diputado de la Nación. La épica construye falsos mitos: Rattin le dijo al periodista inglés Chris Taylor en el libro The Beautiful Game que él, en realidad, no era exactamente un George Wallace argentino. Dijo que Argentina no debió haber echado a los ingleses en las invasiones de 1800 y que el viviría feliz en Londres

Finalmente, ¿es el fútbol entre Argentina e Inglaterra una metáfora de la guerra?

Puede serlo a veces, pero no es la guerra. Malvinas es una llaga para los argentinos. Para los ingleses fue una pequeña guerra de tantas. Cuentan que unos seiscientos combatientes se suicidaron en ambos países tras volver de Malvinas. Ni Wembley 66 ni La Mano de Dios provocaron suicidios. El objetivo horroroso del horror de las guerras es aniquilar al enemigo. Ese no es el fin del fútbol. Porque en el fútbol, sin rival, nos quedamos jugando solos.

 

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