CNN Radio Rafaela

Imágenes

Un fin de semana de Copa Davis deja siempre decenas de fotos. Algunas muestran festejos, otras la decepción y la tristeza de la derrota, las hay de los hinchas y también de las estrellas, de promotoras y cholulos. En general, dentro de este Lawn Tennis cargado de historias, todas tienen brillos. Pero afuera la realidad es otra.

Deportes - La Otra Mirada 07/03/2022 Redacción Web Redacción Web
contra

Por Oscar Martínez - Veo tenis como analista desde hace treinta años, que se cumplen justo en este mes. Mi primer torneo fue el 100º Campeonato del Río de la Plata, que ganó el español Juan Gisbert Jr. y se jugó en este mismo lugar, el Buenos Aires Lawn Tennis Club. Un sitio cargado de historia, que nació en 1892 y se ubicó finalmente sobre Olleros, entre el hipódromo y los bosques de Palermo, en 1909. En su cancha central, denominada Guillermo Vilas, jugaron tenistas extraordinarios de la talla de Björn Borg, John McEnroe, Ilie Nastase, Iván Lendl, Jimmy Connors, José Luis Clerc, Gabriela Sabatini, Norma Baylon, el propio Vilas, entre decenas de otros de enorme nivel. En el estadio, al que pueden asistir 5.500 espectadores, se han visto partidos que marcaron la historia. Y choques de Copa Davis inigualables que han bautizado definitivamente a todo el predio como La Catedral del Tenis argentino. Que la serie ante República Checa regrese, tras 17 años de ausencia, es pura justicia.
El club mantiene la flema y buena parte de las tradiciones de quienes lo crearon. Pero el sector donde habita el tenis profesional, bien frente al verde del bosque y al Lago de Regatas, tiene otras normas. Que son las mismas que rigen para los asistentes al tenis en cualquier sitio de Argentina, pero que goza de algunas excepciones cuando se trata de la Davis. Por eso se ve gente llegando con camisetas celestes y blancas, con bombos, cornetas y hasta matracas gigantes, banderas chicas, medianas y algunas enormes. Claro que también se ven señores y señoras vestidos como para ir de boda, y otros que se creen que si algún profesional se lesiona los van a llamar a ellos y entonces buscan presumir que son tenistas de fin de semana. Todos vienen a ver el juego y quieren que Argentina gane, pero mientras ocurre, disfrutan de todo lo exterior. 
Buenos Aires me atrapa desde siempre. Es una ciudad apasionante, mágica, que me empuja a recorrerla, a vivirla. Y la 9 de Julio es un mundo loco de autos que vuelan sin margen para el error. No queda otra que seguirlos, cualquier acto rebelde sería en realidad una locura. El Apart Lima 265 está sobre esa calle, la continuidad de Cerrito, y a pocos metros del Edificio del Ministerio de Obras Públicas, esa mole de cemento que tiene las icónicas imágenes de Evita realizadas en acero. Hace unos días se hizo viral la foto de un cartonero arrastrando con signos de esfuerzo un carro desbordado mientras detrás se ve la Evita de la fachada norte. El título es "77 años de peronismo resumidos en una foto". Lo recuerdo porque debo hacer algunas maniobras extras para poder ingresar evitando un carro similar, pero esta vez llevado por una joven bonita que no tiene más de treinta años. "Vivo de esto porque es lo único que tengo. Salgo temprano, apenas amanece, y regreso a casa de noche. Ahora lo estoy haciendo. Dejo la carga, la pesan y me pagan. Con eso compro la comida de mañana. Sobrevivo, pero no pido nada" me dice con una mueca mientras a mí se me desgarra el corazón. 
En el espacio que hay apenas al este del estadio, y frente a las otras veinte canchas de tenis del club, se arma un patio de comidas que está enmarcado por cuatro stands que pertenecen a los sponsors. En uno se pueden ganar gorras o pelotas de color naranja respondiendo las preguntas de un par de bellísimas promotoras; en el otro se juega un tenis virtual sin agarrar una raqueta y el premio también son gorritas, en este caso azules; en el tercero hay que meter una pelotita de tenis en unos agujeros que hay en una placa pegándole, por fin, con una raqueta de verdad. Y el premio es una gorrita blanca con el escudo de la Asociación Argentina de Tenis. El último pertenece al sponsor de la ropa del seleccionado y aquí no se juega, solo se vende. También gorritas, claro. Lo curioso es que en los dos días nunca apareció el sol con fuerza. La lluvia si, y nadie regalaba paraguas. La comida es variada dentro de las que se llaman rápidas o, esto es discutible, chatarra. Son cinco camioncitos de comida, food truck si nos atenemos a este mundo del tenis donde abundan los términos en inglés. Y los precios, por fin, son bastante lógicos. Aunque, como ocurre siempre, falten expositores gratuitos de agua.
Entre mi lugar de alojamiento y Avenida de Mayo hay solo trescientos metros. Y hasta el Tortoni, seiscientos. Nada, para poder darme uno de esos grandes lujos que permiten Buenos Aires. En este ambiente que carga con toda la historia de la ciudad uno siente la magia. El desayuno pasa, entonces, a ser una mera excusa. Reviso la acreditación, los datos de cada tenista y los horarios de partidos. Cuando la mañana promedia, busco mi auto. La escena me sacude de pronto, a pesar de que uno se acostumbra, tristemente, a tomar al dolor ajeno como lejano. Pero la presencia de chicos o ancianos, inevitablemente, me sensibilizan. Apoyada sobre la vidriera lujosa de una marca insignia, la mujer joven y gastada por la vida se levantó la remera casi hasta los hombros para amamantar a su bebé. A su lado, acostada sobre cartones y trapos cuidadosamente acomodados sobre la vereda, otra mujer duerme de espaldas a la calle, acurrucada, con las piernas encogidas, profundamente inmóvil. En medio de ese contraste de ostentación y pobreza, el pibe que no pasa el metro de altura camina hacia mí cuidadosamente, sin pisar nada de lo poco que tienen sus mayores. Viene con su cabeza rapada, que deja al descubierto cicatrices y marcas de picaduras, sus pies descalzos, y una remera escasa. Extiende su mano sin palabras y levanta la mirada. Es como recibir un golpe. Sus ojos parecen no ver a pesar de que si lo hacen, no tienen brillo. Son ojos vacíos de sueños, puestos en la cara de un chico con edad para soñar. Esa edad que añoro, en que vivía libre, sin otra obligación que estar a la mesa a la hora del almuerzo o a media tarde, cuando el chocolate con leche me pintaba bigotes y el azúcar del pan con manteca se me caía entre los dedos. Esa edad en la que contaba las horas esperando por el "Niño Dios". Esa edad que tiene este niño tan alejado de la mano de Dios. Apenas atiné a darle algo sin siquiera pensarlo, sin recordar ni por un momento lo que piden los filántropos de esta sociedad despiadada: no hay que dar limosnas, sino poner el dinero que cada uno pueda en una institución. El pibe cierra la palma de su mano sin decir nada. Sus ojos siguen tan vacíos como antes. Interiormente sabe que un billete no soluciona nada, simplemente mejora por un rato su día de mendigo. Gira y vuelve a apoyarse en la vidriera de los precios de primer mundo. 
El estadio parece estallar en gritos. Argentina debe haber conseguido un punto importante, entonces enfoco la pantalla enorme ubicada en el fondo del patio donde un par de decenas de personas come mientras mira como si estuviese en el living de su casa. "Dicen que recién llegó Gaby", avisa una señora de anteojos enormes en alusión a Sabatini que, tan hermosa como siempre, un rato más tarde será ovacionada por todos. La televisión ahora muestra a Carlitos Tevez, que se saca fotos abrazado a un chico, mientras Daniel Angelici sonríe desde la butaca pegada. Entonces las cámaras se vuelven a ellos que saben que mañana todos los programas de deportes hablarán sobre la alianza para las elecciones de Boca 2023. En la sala de prensa, muy completa y cómoda, se arma una rueda para discutir sobre la exclusión de Rusia de la Davis. Es fácil analizar con tono de sentencia cuando el dolor y la muerte son ajenos.
Durante dos días el tenis me dio un respiro de la realidad y me metió en el primer mundo, donde no todo lo que brilla es oro, pero parece. Sin embargo, para que el espejismo sea completo debería hospedarme dentro del club. Y hasta donde sé, al Buenos Aires Lawn Tennis Club aún le falta un hotel. 

Lo más visto