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Celos con Miguel Ángel, quejas por los desnudos y una venganza que lleva 509 años

El 31 de octubre de 1512 los romanos y el mundo entero se maravillaron por los frescos del genial pintor y escultor en el Vaticano. Esa inmensa obra encierra una historia digna de un culebrón, pero también el testimonio de un talento insuperable.

Especiales - Contratapa 03/11/2021 Redacción web Redacción web
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Por Adrián Pignatelli. Miguel Ángel dejó la ciudad de Roma en abril de 1506 más que contrariado. El Papa Julio II había dado marcha atrás con el proyecto de su propio mausoleo por el que le hubieran pagado diez mil ducados. Dio de baja la construcción de un monumento de quince metros de alto con cuarenta estatuas tamaño natural. No sólo lamentaba el tiempo que había perdido de mayo a diciembre del año anterior cuando estuvo en Carrara buscando las mejores piezas de mármol, sino que le adelantaron que no le pagarían el dinero que había invertido.
El propio artista describió la cancelación como la mayor tragedia de su vida, en donde había puesto todo su empeño. La decisión exacerbó su mal carácter, y mientras mascullaba su rabia camino a Florencia, el Sumo Pontífice debió enviarle cinco mensajeros para convencerlo de regresar, ya que lo quería sí o sí para los planes entre manos: la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina.
El Papa Sixto IV, elegido en 1471, había hecho demoler lo que entonces era la vieja cappella magna y mandado a construir la capilla nueva, que pasó a ser conocida por su nombre, Sixtina. Ahora con Julio II el Vaticano estaba superpoblado de obreros: por un lado Bramante reconstruía la basílica de San Pedro y Rafael se ocupaba de los frescos en las habitaciones papales.
Miguel Ángel sospechó de la propuesta papal. Creyó que los otros artistas habían persuadido al Pontífice de contratarlo, sabiendo que no era ducho en la técnica de los frescos. Porque a pesar que la conocía, aún no la había practicado, ya que la mayoría de sus obras eran esculturas. Nacido el 6 de marzo de 1475, siendo bebé había sido criado por una nodriza que era esposa e hija de cinceladores: "Tomé de la leche de mi nodriza los cinceles y el mazo con los que hago las figuras", escribió.
Era de estatura mediana, de espaldas anchas, cara redonda, frente amplia y de nariz un tanto hundida debido a un puñetazo recibido por un aprendiz como él en el taller de David y Domenico Ghirlandaio. Es que solía burlarse de los dibujos de los otros.
Sus padres, Francesca di Neri di Miniato del Sera y Ludovico di Leonardo di Buonarroti di Simone tenían otros planes para él, el segundo de cinco hermanos. Querían que se formase en gramática. Cuando entró por tres años al taller de Ghirlandaio, ellos le dijeron que había tomado el camino equivocado.
Sin embargo, ya en su juventud sería reconocido como un artista fuera de lo común. El político y diplomático Lorenzo de Médicis, destacado mecenas de las artes, lo acogió en su palacio, en el desarrollo de su arte como escultor, tal como hizo con figuras de la talla de Leonardo da Vinci y Sandro Botticelli, entre tantos otros. Estudió detenidamente la anatomía del cuerpo humano gracias a los cadáveres que le conseguía el prior del convento de Santo Espíritu. Su primera gran obra fue la Virgen de la Escalera y luego se lució con La batalla de los centauros. Cuando a los 20 años esculpió Cupido Durmiendo, le aconsejaron que la avejentase para que pareciese antigua y se vendiese mejor. Y así fue.
Como no le creían que a sus 24 años había creado La Piedad -encargada por el cardenal de Saint Denis, embajador francés ante la Santa Sede- incluyó una especie de cinta que cruza el pecho de la virgen, en la que grabó "Miguel Ángel Buonarroti, florentino, lo hizo", algo de lo que se arrepentiría. Quince años después, con Moisés, pensada para el sepulcro de Julio II, le quedó una marca del martillo que le arrojó cuando la terminó, al gritarle "¡Habla!", por el realismo que había logrado.

Capilla Sixtina

El primer proyecto que pensó para los 500 metros cuadrados de bóveda de la Capilla Sixtina, que era el de concentrarse en las figuras de los apóstoles, no lo convenció. Renegoció el contrato con el Papa, quien le dio vía libre al artista para que echara a volar su imaginación y decidió incluir casi 300 figuras humanas. Pintó desde la Creación del mundo hasta la vigilia de la Encarnación del hijo de Dios.
En septiembre de 1510 ya estaba la mitad de la bóveda realizada. Había tenido un duro comienzo. Porque además de preparar la pared, la mezcla que usó para luego pintar arriba no se adhería lo suficiente como consecuencia del clima romano. Con el correr de las semanas aparecieron manchas de moho en la representación del Diluvio Universal, que subsanó cuando logró dominar la técnica del fresco.
Julio II, también conocido como el Papa Guerrero o el Papa Terrible, que se comportaba más como un jefe de Estado más que como cabeza de la Iglesia, estaba impaciente, y concurría a preguntarle una y otra vez cuándo finalizaría. Hasta dicen que en una oportunidad llegó a pegarle al artista con un palo. Es que Miguel Ángel debió suspender un tiempo el trabajo porque enfermó y por un viaje pendiente a Bolonia y Florencia.
El monumental trabajo de la bóveda fue descubierto el 31 de octubre de 1512. La primera misa con los frescos fue la del día de todos los Santos. El resultado final de la obra que le había demandado cuatro años, dejó sin palabras a todos, provocó un sorprendente asombro y una catarata de elogios.
Sin embargo, hubo una queja. La de Biagio De Cesana, maestro de ceremonias en el Vaticano. Le comentó al Papa que era inconcebible que los santos apareciesen desnudos. Cuando el Pontífice le pidió a Miguel Ángel que lo enmendase, le contestó que los santos no tenían sastre. De todas maneras, se ordenó que se colocasen gasas para tapar los sexos al descubierto.
Miguel Ángel no lo olvidaría.
Volvería a Roma en septiembre de 1534. Julio II había fallecido en febrero de 1513; vendrían León X, Adriano VI , Clemente VII y luego Pablo III, que lo nombró en septiembre de 1535 pintor, escultor y arquitecto del palacio apostólico. Le encargó que pintase el Juicio Final.
Cuando representó a Minos, el rey de los infiernos -que puede apreciarse abajo a la derecha- lo hizo con grandes orejas de burro y con una serpiente enroscada en su cuerpo, que muerde los testículos del monarca infernal. Minos tiene el rostro de Biagio De Cesana.
Inmortalizado su rostro para toda la eternidad en el Juicio Final, el prelado fue a quejarse al Papa, quien se encogió de hombros. Le explicó que si lo hubiese dibujado en el Purgatorio, algo podría haber hecho, pero que resultaba imposible sacarlo del infierno. Y ahí quedó De Cesana.
Sus últimos años, Miguel Ángel los pasó como arquitecto de la Basílica de San Pedro. Si bien vivía como una persona humilde, tenía una importante fortuna, la que no estaba en el banco, de los que desconfiaba. Cuando falleció el 18 de febrero de 1464, en su casa cercana al Foro Trajano, descubrieron que debajo de su cama guardaba unos ocho mil ducados en oro que, trasladados a los valores actuales, serían varios millones de dólares. Fue uno de los artistas más ricos de su época.
Fue sepultado en la iglesia de los Santos Apóstoles y su sobrino, temeroso de alguna represalia contra sus restos, los trasladó en secreto a Florencia, ocultos entre bultos de ropa. Allí descansan en la nave derecha en la Basílica de la Santa Cruz. Tiene tres esculturas que representan a la pintura, la escultura y la arquitectura, que parecen estar tristes por la muerte de ese artista, con fama de melancólico, irascible pero inconfundiblemente genial

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