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Alto, siempre más alto

Fue una niña tímida, poco sociable y enfermiza, que vivió aislada. Pero se convirtió en una infalible mujer capaz de escalar las catorce montañas más altas de la Tierra. Su historia va mucho más allá de sus impresionantes hazañas deportivas, es un ejemplo de superación frente a los miedos y dudas que suelen asolarnos.

Deportes - La Otra Mirada 01/11/2021 Redacción Redacción
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«Siempre he llevado cuatro ingredientes en mi mochila: ambición, afán de superación, hambre de éxito y pasión. Sin pasión no podríamos hacer la mayoría de las cosas que hacemos en la vida», Edurne Pasaban
Parece una predeterminación, porque su nombre significa nieve, pureza, blancura. En euskera, porque Edurne nació en Tolosa, Guipúzcoa, 1 de agosto de 1973, un pueblo que no llega a los 20 mil habitantes situado en el valle del río Oria. Es difícil imaginar que esta mujer que ha cumplido impresionantes hazañas deportivas fue una niña temerosa, endeble de salud y muy poco sociable. Sus problemas al nacer la condicionaron hasta los seis años, y la hicieron muy dependiente de sus padres, primero, y de sus amigas y profesores, más tarde. Hasta que descubrió el alpinismo. «A los 14 me cambiaron a la niña», le dijo su madre al diario El País con una sonrisa. Es que desde ese momento, subir montañas se ha convertido en su obsesión. Y en casi toda su vida.
«Mis padres fueron muy valientes al dejarme hacer alpinismo desde tan joven. Siempre se los voy a agradecer. Hasta ese momento no me relacionaba con nadie. Y en la montaña encontré algo muy importante: la libertad de decidir. Se me abrió un mundo nuevo. En el año 98, fui a intentar pisar la cumbre de una montaña a ocho mil metros. Para cualquier alpinista, para cualquier persona que amamos el monte, ir a conocer los Himalayas es el sueño. En el 2001, por fin, en mi cuarto intento a una montaña de esa altura, hice cumbre en el Everest. Mi primer logro fue en la montaña más alta de la Tierra», cuenta Edurne en su exposición.
En medio del deporte, estudió licenciatura en Ingeniería Industrial en la Universidad del País Vasco, hizo un Máster en Gestión de Recursos Humanos por ESADE Business School y un Máster en Coaching Ejecutivo y Management en el IE Business School de Madrid. «El viaje de aquellos diez años que duró escalar las catorce montañas más altas de la Tierra fue muy intenso. Me formé como alpinista, pero sobre todo me formé como persona. Al principio fui miembro de muchas expediciones, y luego lideré las mías. Me planteé un reto, escalar y vivir de lo que me apasiona, que es el himalayismo y el alpinismo. Puedo decir que llevo una mochila detrás mío, cargada con una serie de ingredientes que me han llevado a tener éxito, no solamente para subir los catorce ocho miles, sobretodo éxito de hacer lo que a mí me apasiona», reflexiona con una sonrisa
Cuando se convirtió en figura del alpinismo, ya trabajaba en la empresa familiar. Cada vez que iba a una montaña, tenía que pedir dos meses de vacaciones. «El primer año, cuando a mi padre le dije que me iba, aceptó orgulloso. El segundo año, cuando le volví a pedir otros dos meses, ya no le pareció tan bien. En el tercero se molestó bastante. Y cuando subí al Everest, me dijo: «Edurne, tienes que decidir qué es lo que quieres hacer en tu vida, si quieres trabajar en la empresa, si quieres dedicarte a la ingeniería, o a escalar montañas».
Quien tenga que elegir entre dos caminos, debe escoger siempre el del corazón, es un proverbio que Edurne lleva grabado a fuego. En 2004, la invitaron a una gran expedición denominada Al filo de lo imposible, un programa que proponía llevarla a la que se considera la montaña más difícil del mundo. Es una montaña de la cordillera del Karakórum, en el sistema de los Himalayas. Tiene 8.611 metros sobre el nivel del mar y es la segunda más alta de la Tierra, tras el monte Everest (8.848). Esa escalada se considera memorable en la historia del montañismo mundial. «De aquella expedición volví con congelaciones. La bajada se complicó muchísimo y debieron amputarme dos dedos en los pies. Me empecé a plantear muchas cosas de mi vida. Me preguntaba si estaba haciendo lo correcto. No me podía dedicar profesionalmente porque no se gana dinero para vivir. Tenía 31 años, mis amigas estaban casadas, con hijos, habían estudiado una carrera y todas tenían más o menos su vida orientada. Y yo no. Yo escalaba, trabajaba en la hostería de la familia cuando volvía de las expediciones, y al año siguiente organizaba otra y volvía», le contó a Flavia Tomaello del diario La Nación.
Entonces empezó una etapa negra enmarcada por la depresión. «Algo me pasaba, pero no sabía qué. De repente, todo carecía de interés. Pasé de escalar ochomiles a estar en la cama. La tristeza es uno de los síntomas de la depresión. Pero tampoco dormía bien, tenía ansiedad, presión en el pecho, malestar y sufría. Aquello, en principio, no podía relacionarlo con un problema grave. Era una situación totalmente desconocida para mí. A mí entorno empezaron a saltarle las alarmas. Cuando sospecharon que podía estar deprimida mi familia hizo lo normal, lo que intenta hacer cualquiera que desconoce esta enfermedad: decirme frases como ‘anímate’, ‘lo tienes todo en la vida’, etc. Pero cuando tienes esta enfermedad, ni siquiera oyes lo que te dicen. Algunos amigos me llevaban a la montaña. Pero eso no curaba lo que tenía dentro. Finalmente, el médico de la familia decidió que debía ingresar en un centro. De repente, estaba internada. ¿Cómo podía estar en un hospital tejiendo? Sin embargo decidí curarme. Creo en la medicina, en el tratamiento, en la terapia, en los fármacos. Y hay que querer curarse. No hay que temer a medicarse si es necesario, si eso va a ayudar a gestionar lo que tienes en la cabeza. No hay que tener vergüenza. Hay que hablar de ello, buscar un médico, pedir que te acompañen. Esto tiene cura, hay que tratarse, hay que aceptarlo. Cualquiera puede sufrir depresión, en cualquier momento de su vida. Seas quién seas y hagas lo que hagas. Es una enfermedad. Pero ¿cuál es ese límite? ¿Dónde está la frontera entre lo leve y lo grave? ¿Cómo saber si la persona que está deprimida se puede quitar la vida, por ejemplo? Hay mucho desconocimiento en torno a la enfermedad mental y a la depresión en concreto. Ni siquiera mis padres podían entenderlo», le contó hace un tiempo a Hola!

¿Pens{as qué todos somos resilientes?

«A priori podemos pensar que no, pero no estoy de acuerdo. Quizá tengamos miedo a que algunas cosas ocurran, o a perder otras. Pero cuando suceden, porque suelen hacerlo, porque lo bueno y lo malo forma parte de la vida, entonces es cuando nos damos cuenta de que, de alguna manera u otra, somos resilientes. Todos afrontamos los momentos difíciles de diferente manera y está comprobado que todos somos resilientes de diferente modo. La montaña me hizo darme cuenta de ésto. Cuando empecé a escalar siempre decía que no me quería accidentar o perder a algún amigo, pero obviamente ambas cosas ocurrieron… No una vez, sino unas cuantas. En aquel momento aprendí a no negar el dolor, sino a transitarlo y a transformarlo en otra cosa. Si negaba lo ocurrido no podía seguir. Es difícil tocar fondo y volver a levantarse, pero creo que algunas veces es necesario caer; tenemos que cultivar la resiliencia para ser felices».

Decís habitualmente que todos tenemos nuestras montañas. ¿Cuáles son hoy las tuyas?

 
«Todos tenemos una montaña que escalar. Podemos enfrentarlas con dos actitudes diferentes: como protagonistas o como víctimas. La montaña me enseñó a ser protagonista, a intentarlo, a prepararme mejor, a creer en mí, porque sino muchas de las oportunidades las perdemos. Para mí hoy mi gran montaña a escalar, es encontrar la felicidad».
Edurne escaló el Everest en 2001, el Makalu en 2002, el Cho Oyu también en 2002, el Lhotse, el Gasherbrum I, y el Gasherbrum II en 2003, el K2 en 2004, el Nanga Parbat en 2005, el Broad Peak en 2007, el Dhaulagiri y el Manaslu en 2008, el Kangchenjunga en 2009, el Annapurna y el Shisha Pangma en 2010. Hoy dedica su vida a la impartición de conferencias sobre superación personal en la escuela de negocios ESADE, en Barcelona, y se prepara para convertirse en entrenadora personal.
 

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