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Abrazar la tierra

El malagueño es la primera persona en la historia que ha dado la vuelta al mundo caminando y luego unió los cinco continentes nadando. Su amor por la naturaleza y su pasión por la sostenibilidad y conservación del medioambiente lo empujaron a documentar y difundir el cambio climático.

Deportes - La Otra Mirada 18/10/2021 Redacción Redacción
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“Un viaje de mil millas comienza con un solo paso”. Lao-Tse, filósofo chino creador del taoísmo, que se cree que vivió entre los siglos VI y IV antes de nuestra era.
Cuando uno se asoma a la historia de Ignacio parece que se metiera en la película “La vuelta al mundo de Willy Fog”, y el fuera ese querible león que sigue la trama que ideara Julio Verne. Claro que no fueron solo ochenta días. Y que la remake tuvo como escenario los grandes océanos y mares. En verdad, su vida es una aventura fantástica que deja una serie de mensajes fundamentales, ya que el propósito por el que emprende sus expediciones es la conservación del planeta. “Realizo expediciones porque me hace sentir vivo. Cuido el planeta porque es lo que me hace estar vivo”, dice Ignacio “Nacho” Dean Mouliaa, quien nació el 20 de Agosto de 1980 en Málaga, España.

 

“Soy hijo de marino, mi padre ha viajado por todo el mundo, y esa es una de las razones por las que hemos vivido en muchos lugares diferentes. Recuerdo que en mi casa había máscaras y lanzas africanas, cuberterías de Tailandia, bandejas de Egipto, tallas de madera de Angola. Crecí leyendo libros de Julio Verne, Alejandro Dumas, Jack London, Rudyard Kipling. Viendo los programas de televisión El hombre y la Tierra del maestro Félix Rodríguez de la Fuente, La ruta Quetzal de Miguel de la Quadra-Salcedo y Al filo de lo imposible de Sebastián Álvaro, soñando con ser como uno de ellos, incluso con tener algún día mi propio programa de televisión. Recuerdo con cinco años estar nadando en el mar Cantábrico tiritando de frío sin querer salir. Terminar de ver una película de Hércules y quedar impresionado con las aventuras de este héroe de la mitología romana, o estar en la montaña, encontrar un camino hacia arriba y otro hacia abajo, y escoger siempre el que iba hacia arriba, como preparándome para algo que yo sabía que un día iba a llegar. Todo eso iba forjando mi carácter, eran señales de lo que vendría. La semilla estaba plantada”, relata Nacho en su página Nacho Dean, Embrace The Earth.

 

Sin embargo, esa semilla tardó varios años en dar el fruto más grande. Estudió Publicidad y Relaciones Públicas en la Universidad Complutense de Madrid y un ciclo formativo de Medio Ambiente, al tiempo que desempeño diferentes trabajos para pagarse los estudios. Pero su amor por la naturaleza lo impulsaba a viajar periódicamente por diferentes países, practicar deportes como la escalada y el snowboard, y realizar infinidad de rutas a pie por sitios tan diferentes como Laponia o el desierto del Sáhara. Hasta que un día decidió que quería dar la vuelta al mundo caminando.
Su hazaña comenzaría el 21 de marzo de 2013. Nacho iba solo con Jimmy, un pequeño carrito de 12 kilos que le permitía llevar las cosas imprescindibles para el recorrido, incluyendo la tienda de campaña, esterilla, saco de dormir, botiquín de primeros auxilios, un ordenador, cámara, teléfono y algo de ropa, entre otras cosas. Por supuesto que no tenía muchos recursos, pero tampoco necesitaba mayor cosa, le bastaba su curiosidad, sus ganas de conocer el planeta y su deseo por conservar el medio ambiente. Fueron 33.000 kilómetros plagados de pequeñas historias, en su mayoría fascinantes, aunque algunas lo hayan tenido al borde del terror o de la muerte. “Pero yo no pongo mi vida en juego absurdamente, vivo apasionadamente y la muerte es un riesgo inherente a la vida. Llevo mi vida al límite para mostrar la belleza del mundo en que vivimos, para explorar los umbrales del ser humano, para predicar unos valores con el ejemplo, para motivar, inspirar y demostrar que la vida es hermosa y merece la pena cuidarla”, le aseguró al diario Marca al regresar. Fueron tres años, de 2013 a 2016, de una aventura que le llevó a recorrer 4 continentes y 31 países, siempre a pie y en solitario, sin asistencia e ininterrumpidamente, para documentar el cambio climático.

 

Y poco después su nombre volvió a ser noticia. Según sus palabras, el 70% del planeta es agua, y aunque él había recorrido el mundo caminando, sentía que tenía una deuda con los océanos. Entonces nació Expedición Nemo, el desafío con el que ha unido nadando los 5 continentes para lanzar un mensaje de conservación de los océanos. Lo hizo entre 2018 y 2019, luego de pasar por un durísimo entrenamiento que duró un año y dos meses.
“El hambre, los grandes esfuerzos o estar lejos de ciertas comodidades a las que estaba acostumbrado fueron los mayores desafíos físicos que enfrenté, aunque hay cosas que me encantan, como dormir en el suelo de la tienda de campaña. Me gusta la búsqueda de mis límites y la naturaleza humana. A final, somos exploradores, animales con miles de años de historia, y tenemos un enorme potencial físico y mental. También he vivido momentos dramáticos, como el atentado terrorista de Bangladesh, la fiebre chikungunya en Chiapas o intentos de asalto con machetes. Viajar caminando es el medio de transporte más expuesto y pasas por zonas del mundo muy delicadas. Gestionar el miedo, la incertidumbre o la soledad también es difícil. Y, sin duda, es duro ver el estado en el que está el planeta: vivimos en un lugar hermoso que merece la pena cuidar. Por contrapartida, lo mejor y más gratificante es el haber conseguido materializar este sueño. La humanidad, las personas, son el gran tesoro de mi viaje. El haber comprobado que más allá de la cultura, la religión, los idiomas o las nacionalidades, el ser humano merece la pena y hay buena gente en todas partes. Incluso sin hablar el mismo idioma, me han echado una mano y han caminado conmigo. Y, por supuesto, el estar durante tres años al aire libre, en contacto con la naturaleza y sus elementos: el viento, la lluvia, el canto de los pájaros al amanecer, dormir bajo cielos estrellados en los desiertos, fue maravilloso”, relató tras ser elegido finalista de los Premios Discovery Max Awards en la categoría Breaking the Limits.

 

Nacho tiene dos libros excelentes, Libre y salvaje (la gran aventura de dar la vuelta al mundo a pie) y La llamada del océano (la gran aventura de unir nadando los cinco continentes). Pero más allá de su extraordinaria serie de historias, lo más importante es su trabajo para difundir la importancia de cuidar el planeta. Y sus conclusiones sobre el medioambiente, el cambio climático y el rol de los humanos. “Después de lo que he vivido puedo opinar con conocimiento de causa. Antes hablaba en base a lo que había leído, investigado o consultado con la gente, pero haberlo visto con mis propios ojos supone un conocimiento único. Tengo una clara noción de las dimensiones del planeta, lo he recorrido con mis propias piernas: sé lo que cuesta llegar a Australia y volver por el otro lado del mundo, y puedo decir que no es tan grande, que los recursos son finitos y limitados y que tenemos que cuidarlo. He visto regiones muy castigadas, ciudades como Nueva Deli, Katmandú, México DF y, en general, las de Europa, que son modelos de desarrollo insostenibles. Después de pasar días o semanas en contacto con la naturaleza al aire libre, cuando llegaba a una ciudad notaba la contaminación acústica y del aire, el estrés, las prisas… He visto con mis ojos los efectos del calentamiento global, los agentes causantes del cambio climático y la gran cantidad de contaminación y basura que hay, no solo de CO2, sino también en los océanos. De hecho, documentar esta realidad fue lo que me llevó a emprender la expedición Nemo. Quería lanzar un mensaje de conservación de los océanos, de nuestras playas, costas y litorales”

¿Estamos a tiempo de cambiar las formas y remediarlo?

 
“El planeta lleva miles de millones de años existiendo y lo va a seguir haciendo con o sin nosotros. Es muy inspirador el poder regenerador de la naturaleza, pero hace falta dejar de someterla a esta presión y castigo. El cambio climático, el calentamiento global y la pérdida de biodiversidad se están viendo multiplicados por el aumento de la población. De aquí a 2050, se calcula que va a haber 9.700 millones de personas en el planeta. Necesitamos una visión global, cambiar radicalmente nuestro estilo de vida. No puede ser que el modelo económico con el que vivimos lleve a la destrucción del planeta en el que habitamos. Ya no es solo por la continuidad de la Tierra, sino por la supervivencia de nuestra propia especie y de los miles de seres con los que la compartimos. Soy optimista y mantengo esperanza en el ser humano y en el futuro, pero hacen falta grandes cambios individuales, así como de empresas, Gobiernos y autoridades para desarrollar legislaciones que favorezcan el desarrollo sostenible”
 

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