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El refugio de nadar

A los 17 años, y junto a su hermana, dejó Siria para tratar de llegar a Alemania. Fue un viaje desesperado en busca de un futuro de paz. En el trayecto ayudó a salvar 18 vidas. Su talento le dio la posibilidad de participar de dos Juegos Olímpicos representando a Atletas Refugiados.

Deportes 23/08/2021 Redacción Redacción
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«Yusra habla por sus brazadas y nos cuenta que salva lo fraternal en la orfandad de un mundo que hace aguas. Por ello nada, y mientras atraviesa lo olímpico del esfuerzo como del deleite por surcar tal pez, el liviano tiempo de flotar enarbola en la nave de lo humano, tan alto y tan hondo, la precisa manera para no olvidar lo que debe ser, no sólo refugio y sí un hogar el planeta entero». El refugio de nadar, de Nora Bruccoleri, poeta mendocina.
De golpe, solo con un silbido como anuncio, llegó la bomba. De golpe, en un instante, no quedó nada de la casa familiar. De golpe, los Mardini entendieron que debían agradecer por estar vivos, y buscar refugio en casa de amigos y familiares rezando porque otras bombas no lleguen tras el silbido. Siria fue un campo de batalla desde que la guerra estalló en 2011. El padre de Yusra era entrenador de natación en una piscina cercana a su casa, el sitio donde ella y su hermana mayor Sarah aprendieron a nadar, el mismo que otra bomba destruyó parcialmente. Entonces tomaron la decisión, las dos niñas debían armarse de valor y buscar un futuro mejor fuera de esa tierra. Pero solas.
«Yo solo sabía nadar. Aprendí a moverme en el agua antes de caminar. Mi padre me decía que era mi vía de escape para una realidad que nos agobiaba. Y la natación, finalmente, me salvó la vida», le dice Yusra a la reportera de Marca tras quedar eliminada de su serie en los Juegos Olímpicos de Japón. La joven morocha de cabello lacio tiene el gesto increíblemente tranquilo y la mirada firme. Pero en el agua se transforma.
Yusra tenía solo 17 años y ya había representado a su país en el Campeonato Mundial de Piscina Corta de 2012 cuando, junto a su hermana Sarah, emprendió un viaje con destino incierto. Era agosto de 2015. Sus padres habían pagado a una mafia para que las llevasen a la isla de Lesbos, en Grecia. Después se dirigirían a Alemania, donde tenían familia. Las dos atravesaron el Líbano y llegaron hasta la costa de Turquía. Allí las esperaba una barca que no brindaba ninguna seguridad. Pero todo era mejor que vivir en medio de las bombas. La embarcación soportaba un máximo 8 personas, pero había 20. El recorrido por el mar Egeo dura habitualmente 45 minutos. A los 15 el motor comenzó a fallar. Sólo había 4 personas que sabían nadar, entre ellas las hermanas Mardini.
«Entonces el silencio aterraba y el barco comenzó a hundirse lentamente. Vi que la gente que no sabía nadar simplemente se juntó, tenían la convicción que morirían ahogados y, tal vez, no querían hacerlo solos. Podríamos habernos tirado con mi hermana y nadar sin mirar atrás, pero era vergonzoso, no hubiese podido vivir con ello en mi cabeza. Si me iba a ahogar, al menos lo haría sintiéndome orgullosa de mí y de mi hermana», le contó hace un tiempo a ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), que la nombró Embajadora de Buena Voluntad en 2017. «Nos tiramos al agua y con una mano sujetaba la cuerda que estaba atada al bote, mientras que nadaba con la otra y los pies. Los otros dos pasajeros que sabían nadar saltaron al agua y siguieron lo que nosotras hacíamos. Sincronizamos los movimientos. Fueron en total tres horas y media, hasta que vimos la costa de la isla de Lesbos. Estábamos congeladas, pero inmensamente felices».
Sarah y Yusra continuaron su trayecto, por momentos a pie, y otros en autobuses propiedad de mafias, hasta Alemania, cruzando media Europa. Llegaron finalmente a Berlín en septiembre de 2015 y fueron albergadas en un campo de refugiados. Lo último que tenía Yusra en su mente mente era la natación. Sin embargo, poco después, la piscina volvió a llamarla. Un intérprete egipcio puso en contacto a la deportista siria con un club de natación de la capital. Le hicieron una prueba en el Wasserfreunde Spandau 04 y quedaron impresionados. Entonces Yusra volvió a entrenar.
Poco después, Mardini recibió una llamada para realizar un viaje muy diferente, esta vez hasta Río de Janeiro. El COI había creado el Equipo Olímpico de Atletas Refugiados, con el objetivo de visibilizar la situación de los refugiados en todo el mundo. El combinado iba a competir por primera vez. Eran diez atletas de cuatro países diferentes (cinco sudaneses, dos congoleños, dos sirios y un etíope). Desfilaron en la ceremonia inaugural bajo la bandera olímpica, llevándose una de las mayores ovaciones de la gala. Y Yusra Mardini fue la abanderada.
Por desgracia, la existencia del Equipo Olímpico de Atletas Refugiados sigue siendo en 2021 tan necesaria como lo era cuando se creó hace cinco años. Los diez refugiados que participaron en Río se multiplicaron en Tokio hasta 29, incluyendo a Yusra. En unos Juegos cada vez más profesionalizados, ellos representan la verdadera esencia original de los cinco aros olímpicos. «No hablamos el mismo idioma y somos de diferentes países, pero la bandera Olímpica nos une a todos y representamos a 60 millones de personas alrededor del mundo. Somos muy felices juntos como equipo», afirmó Mardini, quien no consiguió estar en ninguna de las definiciones. Sin embargo, si hay alguien que represente el verdadero espíritu del olimpismo, independientemente de medallas, diplomas, marcas y récords, si hay alguien que ha vivido una verdadera odisea para llegar a ser olímpica, esa es Yusra.
En la actualidad hay 6,6 millones de refugiados sirios en el mundo, prácticamente la mitad de la población. De ellos, hay 5,5 millones sobreviviendo en países vecinos como Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto, según datos de ACNUR. Yusra representa a los refugiados con orgullo y lanza un mensaje de esperanza. «Quiero inspirarles a hacer algo bueno en sus vidas, que no se rindan a la hora de perseguir sus sueños y que hagan lo que les dicte su corazón. Incluso si parece imposible, si no tienen las condiciones necesarias para lograrlo, nunca se sabe qué pasará y hay que seguir intentándolo. Quizás tengas una oportunidad como yo la tuve. O quizás tú construyas tu propia oportunidad», dice quien tendrá su historia contada en el cine por Stephen Daldry.
No es extraño escuchar que los deportistas tienen que atravesar una odisea para llegar a disputar los Juegos, pero hay pocos casos en que la hipérbole esté tan justificada. Ulises completó su viaje desde Troya hasta Ítaca para reencontrarse con Penélope y su hijo Telémaco, tras enfrentar mil contrariedades. Yusra, después de un duro camino que transitó casi toda su vida, encontró en los Juegos Olímpicos su Ítaca, y fue gracias a la natación.

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