Otta en su laberinto

Hay preguntas existenciales que el argentino no puede dejar de hacerse. ¿Cuándo llegarán por fin las vacunas que necesitamos para creer que podremos salir de este lío? ¿Viviremos algún día sin inflación? ¿Volverá la Diosa de la Justicia a tener su balanza estable y sus ojos cubiertos? ¿Hay más ideas para destruir el idioma que el lenguaje inclusivo y eso de xq, tkm, tmb, dr, bs? ¿Existirá alguna vez un político que acepte sus errores y no le eche la culpa al gobierno anterior? ¿Por qué todas las preguntas realizadas por los que cubren campo de juego en las transmisiones de fútbol podrían contestarse con un “sí” o un “no”? ¿Arreglarán por fin los micrófonos de TyC Sports para que sus periodistas dejen de gritar? ¿A qué juega Atlético? Todas ellas, todas, tienen respuesta, o seguramente que se puede discutir sobre ello. Todas menos la última. ¿En serio alguien puede responder a qué juega Atlético?
Lo que sí se puede asegurar es que no juega. Y entonces se debería decir que no juega a nada. Pero siempre aparecerá aquel que se acuerde de Heidegger, se meta con la metafísica (valga la redundancia), discuta sobre lo que significa la nada y perdamos el rumbo de la cuestión. Que es más o menos lo que le pasa a este quipo. Perdió el rumbo. ¿Qué le pasó? ¿Cuándo fue realmente que le ocurrió? ¿Tuvo rumbo alguna vez o sólo se trató de una ilusión? Porque después de aquel comienzo a puro empate y con el entrenador ausente, sufriendo por su corazón maltratado, pareció que había encontrado la huella para tener un andar seguro. Pero ahora a ese mismo auto parece que lo manejan Thelma y Louise, las de la película, ¿se acuerdan cuando Geena Davis y Susan Sarandon vuelan en su Ford Thunderbird 66 sobre el Gran Cañón de Arizona? Bueno, lo cierto es que ya hace unas fechas que este equipo maneja así, que suenan las alarmas y nadie encuentra el freno de mano.
De los últimos cuatro partidos, se perdieron tres y se empató solo uno, es decir que sumó un solo punto de doce, y se hicieron apenas dos goles, uno de penal. Pero lo peor es que en todos ellos, y en cada minuto de ellos, el equipo decepcionó sin juego asociado y, fundamentalmente, sin una idea. Eso es lo que preocupa, el equipo no juega o como se preguntó, nadie sabe a qué juega. Esto es fútbol, y entonces se puede perder, y hasta se puede perder varias veces. Pero si hay una idea y esa idea no da resultado uno puede criticar a los jugadores por su rendimiento o al entrenador por su planteamiento. Pero cuando no se sabe a qué se juega, ¿a quién se debe criticar? Sí, ya sé, a todos.
Ahora es el momento del entrenador, es el que debe dar una señal de que está en condiciones de encontrar la salida a este laberinto. ¿Conviene ahora suicidarse, tirar todo por la borda y pensar en la segunda parte del torneo o conviene acordarse de la frase de Churchill? Aquello de “hay que ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”. La respuesta a esta encrucijada la tienen los de adentro. Los de afuera sólo nos dolemos de estas frustraciones. Es que más allá de mis declamaciones poéticas sobre el juego de la pelota, en realidad, y hasta que se me pase la angustia, estoy más cerca de la afirmación de Billy Shankly. “El fútbol no es una cuestión de vida a muerte, es mucho más que eso”.