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Productor periurbano reconoce que trabaja con "miedo, porque no podemos ni fertilizar tranquilos"

En el marco del debate que la ciudad está dando en torno al proyecto que plantea llevar el límite agronómico a los mil metros. El productor periurbano Darío Schmithalter, describió el padecer de un sector ante una ley que los puede perjudicar gravemente.

Agro 08/04/2021 Redacción Redacción
schimtalter

Frente al Relleno Sanitario de Rafaela, atrás del INTA Rafaela y del Hotel Campoalegre, con la variante de la Ruta 34 como línea media, hace seis años la familia Schmithalter se aventuraba a un proyecto de toda la vida, alquilar un campo y manejar un tambo propio.

Un papá que fue criado en el campo, que pasó por varias cabañas y otras explotaciones comenzó a trabajar por sus propios medios una tierra que estaba saliendo de la inundación de 2016.

Hoy esa iniciativa, con 120 vacas y unos 3.200 litros de leche diarios -que esperan aumentar-, les permite a sus dos hijos tener su propio emprendimiento y en definitiva esta suma de actividades representa el ingreso principal para ocho familias.

Desde 2004, Darío y su hermano ofrecen “servicios a campo”, son contratistas… hacen siembra, trilla, cortes, embutidos y extracción de granos, rollos, mecanizado (todo menos pulverizaciones por no contar con la maquinaria), incluso en lotes que se destinan a huertas orgánicas en la ciudad.

Siempre estuvieron ligados al campo, entre Roca, Lehmann y Rafaela. Es lo que saben hacer, en el lugar que les da el sustento históricamente y donde incluso perdieron hace tiempo a un hermanito que tenía tres años, por una falla técnica que jamás explicará su ausencia.

Es una familia que es parte de la producción agropecuaria y el campo es su espacio afín, con todas las sensaciones.

“Estar en el periurbano nos hace tener que estar cuidando constantemente a los animales por el tema de los robos, pero también en dónde estamos nos hace padecer por toda la basura que vuela desde el Relleno Sanitario, también por todo lo que pierden los camiones que van ahí a descargar, y además por lo que tira la gente de la ciudad”. Juntar y limpiar el camino y las cunetas es una de las tareas constantes que suma este tambo a su agenda diaria.

Varias veces sufrieron el robo y daño en un transformador de la EPE que está en el campo y eso provocó en reiteradas oportunidades estar muchos días sin luz y tener que activar la ordeñadora y el equipo de frío por medio de una tracto-usina, con costos que salen de las posibilidades diarias del tambo.

Cuando tuvieron la primera información sobre un posible cambio en la ordenanza de agroquímicos en la ciudad, la idea inicial fue pensar en que “Es una locura… Me preocupé por la fuente de trabajo de todos los que nos rodean, por mi trabajo, por el futuro de mi hija, pero también por todos los proveedores que tiene el campo, por todo lo que se puede perder”, entendiendo que “esto puede copiarse en muchos pueblos y mucha gente más se podría quedar sin trabajo”.

Darío explica que “más allá de hacer las cosas bien, como lo pide la Municipalidad de Rafaela, trabajamos con miedo, porque no podemos ni fertilizar tranquilos. Hay que pedir permiso para todo, en un proceso que no es ágil y genera miedo, tenemos una sensación rara en el último tiempo”.

Convencido que esto busca un impacto político en la ciudad del Gobernador de la Provincia, “imponer una norma de estas puede ser un logro, un trofeo, pero no es una pulseada que esté ganada. Hoy me parece que los productores estamos en otra posición, que tenemos que ser escuchados, junto con todo el sector productivo. Siempre el campo estuvo más callado, pero las cosas están cambiando”.

Servicios, productos, tecnología, ciencia, todo se conjuga para que el campo utilice cada vez mejor los insumos y se tienda cada vez más al resguardo de lo biológico. “En Rafaela no hay denuncias, las cosas se tratan de mejorar todos los días, por eso nos resulta ilógico que se quiera prohibir algo que anda bien”. Sin dudas los controles se tienen que aumentar, pero no sumar prohibiciones.

Julia, la hija de Darío, tiene cinco años y un amor enorme por las vacas, a quienes ya sabe ir a buscar a caballo para la hora del ordeño o para cambiarlas de lote. El campo, las buenas costumbres se aprenden y se heredan como otras tradiciones de familia.

Su papá espera que el futuro le depare lo que ella quiera hacer, pero no duda que siga vinculada de manera directa a los animales y a la tierra, siempre y cuando la producción pueda seguir evolucionando con la ciencia y la tecnología, sin prohibiciones, pero si con cuidados, normativa y controles como corresponde.

“Yo le diría a quien pensó este proyecto que me diga cómo le daría de comer a mi hija, que podría hacer con la maquinaria que tengo si se aprobara esto. Cómo nos van a capacitar, con qué nos van a financiar o ayudar para cambiar de trabajo, no sólo yo, sino toda la gente que está con nosotros. Esto es algo que no entra en la cabeza de un ser humano que quiere a la patria”.

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