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La tribuna de papel

Hace un tiempo, durante la fecha 37 del Brasileirao, un hincha de Palmeiras se puso a leer el libro "Ciencia y Revolución" de Karl Marx, mientras su equipo decepcionaba ante Flamengo. Quienes lo vieron se molestaron y los agentes decidieron sacarlo del Allianz Parque de Sao Paulo por su propia seguridad

Deportes - La Otra Mirada 15/03/2021 Redacción Redacción
Hace un tiempo, durante la fecha 37 del Brasileirao, un hincha de Palmeiras se puso a leer el libro "Ciencia y Revolución" de Karl Marx, mientras su equipo decepcionaba ante Flamengo. Quienes lo vieron se molestaron y los agentes decidieron sacarlo del Allianz Parque de Sao Paulo por su propia seguridad

Por Oscar Martínez. “Todo el mundo me dice que tengo que hacer ejercicio. Que es bueno para mi salud. Pero nunca he oído a nadie que le diga a un deportista; tienes que leer, es bueno para tu intelecto”, José Saramago.
En los estadios de fútbol se puede insultar al árbitro, a sus colaboradores, a los entrenadores, a los futbolistas, a los rivales, y a las madres y hermanas de todos ellos. Incluso se puede generar violencia, más allá de la verbal, hasta un límite “prudente”. Y no es común ver que se expulse a un hincha, aunque últimamente se produce con quienes discriminan, fundamentalmente por cuestiones de raza. Entonces, saber de la surrealista situación vivida durante el partido entre el local Palmeiras y Flamengo, que acabó con victoria de los segundos por 3 a 1, genera incredulidad. Lo cierto es que Edison, un simpatizante local de 67 años, vestido como un viejo capitán de barco, se sentó en la grada del Allianz Parque, y ante el primer gol del visitante, simplemente sacó un libro y se puso a leer. No se trataba de una novela de Corín Tellado, claro, sino un texto sobre la obra de Karl Marx titulado “Ciencia y Revolución”, del profesor Márcio Bilharinho Naves. El medio brasileño Globo fue el que difundió las imágenes y pronto comenzaron a surgir teorías de todo tipo. Unos dicen que comenzó a leer para protestar por el juego de su equipo y otros que, por el tipo de lectura, lo hacía para quejarse por el gobierno de Jair Bolsonaro, fan del Palmeiras. Lo cierto es que consiguió que todos hablaran de él y olvidaran la derrota de su equipo, porque ante la reacción de otros hinchas, indignados con su actitud, la seguridad del estadio tomó “la valiente decisión” de expulsar al capitán.
¿Tiene que ver esto con aquella antigua mala relación entre cerebro y músculo, literatura y futbol? Algo que aseguran los estudiosos se inició en 1880, cuando el escritor británico Rudyard Kipling (1865-1936) despreció al deporte más popular y a “las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”. No parece, porque grandes escritores como Albert Camus, Jean Paul Sartre, Eduardo Galeano, Roberto Fontanarrosa, Nick Hornby, Anthony Burgess, Mario Benedetti, Eduardo Sacheri y tantos otros, cerraron la herida escribiendo sobre el juego y su particular mundo. Pero lo cierto es que hechos como el de Edison desempolvan el tema.
Nuestro Gustavo Alfaro, ahora entrenador de la selección de Ecuador, lector conspicuo, solía prestar libros a sus jugadores tratando de empujarlos a leer. Pero terminaba quejándose de la falta de respuesta, y hasta aseguraba que los actuales futbolistas ni siquiera se interesan por ver fútbol. Pasan su tiempo en las redes sociales o con juegos, en general, alejados del que ellos juegan de manera profesional. Es así. Si uno pudiera visitar concentraciones, salvo en raras excepciones, certificaría que es improbable encontrar futbolistas con libros en sus manos.
Hace un tiempo Beatriz Sarlo discurría en la revista Viva sobre un cuestionario que preguntaba que libros deberían leerse en el secundario. En realidad se buscaba saber que le interesaba leer a un estudiante. Todos damos por descontado, de manera desconsolada, que a los jóvenes no les interesa nada de nada, entonces se trata de buscar algo que los impulse a la lectura de manera milagrosa, y que se conviertan en personas diferentes a sus padres, que no leen, y a sus profesores, que parecen haber perdido la pasión por la enseñanza. Y casi seguramente por la lectura.
Una publicación inglesa sobre libros informa que el negocio, potenciado por la pandemia, mueve casi tantos millones de libras esterlinas como el pan. Literalmente, entonces, en Gran Bretaña se venden libros como pan. Los que han tenido la suerte de viajar en el subterráneo de París, se habrán sorprendido de la cantidad de gente que lee allí. En Argentina, aunque esto también se ha modificado por la realidad de aislamiento, la venta de libros caía año a año. Si uno busca en Google sobre si se lee en nuestro país, verá que gran parte de las noticias son decepcionantes. Sin embargo, uno de los rubros que ha atenuado esto es la literatura deportiva. A través de relatos, cuentos y análisis de los más variados, fundamentalmente cuando se acercan acontecimientos deportivos de gran importancia como los Mundiales, muchos jóvenes se acercan a los libros. Sin embargo, los deportistas, no solo los futbolistas, siguen sin ser modelos que promuevan la lectura.
Para hacer esta columna leí varias publicaciones en las que se dan cifras sobre el consumo de libros en las distintas capas sociales y en las diferentes franjas de edades. Pero me fue imposible encontrar alguna encuesta sobre los consumos culturales de los docentes. Busqué sin fortuna en esa enorme base de informaciones que es Internet. Me parece que sería bueno tener un panorama sobre esto para luego analizar con más claridad porque no podemos hacer que nuestros jóvenes se apasionen, al menos medianamente, por la lectura. Se sabe que para los chicos es natural acercarse a la narración. Entonces leerles o contarles una historia va tejiendo su psiquismo. Los padres, primero, y los maestros, después, son los encargados de darles un empujón en esa decisión apasionante de tener en los libros una fuente de divertimento, creación y formación.
Asegura Jorge Valdano que leer un libro no sirve para jugar mejor al fútbol, ni jugar un partido de fútbol sirve para hacer mejor literatura. Se trata de dos juegos (fútbol y literatura) que tienen diferentes modos de expresión y que resultan compatibles a fuerza de ser distintos. Y refuerza su convicción sobre  la desconfianza que siempre ha tenido la mente con respecto al cuerpo. Los intelectuales se desmarcaron del fútbol por considerarlo una expresión popular menor, por deducir que era "el opio del pueblo”, por desconfianza hacia la masa y, finalmente, por esnobismo. Los de izquierda sostenían esto, porque muchos dictadores lo utilizaron para distraer las energías de la clase obrera. Eso se reveló como una idiotez el día en que las democracias también empezaron a utilizarlo. Y otros muchos intelectuales, por el espanto que les produce la masa. Pero todo fue cambiando. Seguramente que se han publicado más libros de fútbol en los últimos 10 años que en los 100 anteriores.
Durante un tiempo, y dentro del Plan Nacional de Lectura, se distribuyeron más de medio millón de cuentos sobre fútbol en los ingresos a los estadios bajo el lema: Cuando lees ganas siempre. Ante la falta de modelos deportistas que ayuden a generar nuevos lectores, este tipo de iniciativa bien podría repetirse. Volviendo al inicio de esta columna, queda claro que ese echo despreciable nada tiene que ver con lo acabo de escribir, pero sirvió de disparador. Aunque debo aclarar que no me parece justo que se le pida siempre al fútbol que sea otra cosa además de un espectáculo apasionante. El tema de contagiar la pasión por la lectura debería ser patrimonio de los padres y de los maestros. Aunque es cierto que a ellos, la utilización de relatos deportivos, sobremanera aquellos que tienen que ver con el juego de pelota, bien puede ser un estimulador con formato de goleador.

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